domingo, 17 de enero de 2010

Me gusta/No me gusta V

Mientras preparo una entrada extensa de parejas de descripciones, dejo aquí un par de ellas para su lectura sin beneficio. No se abalancen con quejas ni lancen lloriqueos si no les gusta lo que leen; tan solo piérdanse entre la maleza, mamarrachos.


- Me gusta hacerme tronar ciertas zonas de los dedos y el cuello, esto es, doblar mis articulaciones de los dedos y mi cuello hasta que se produzca un chasquido, como un ¡Trak! o algo parecido. Me gusta mucho porque me recuerda al sonido que hace una pasta de espaguetti recién sacada de su empaque cuando se rompe (a veces eso me genera hambre...). Es una costumbre que realizo varias veces al día desde hace muchos años, debido quizá a una rara y ociosa imitacióndel gesto al observar a un integrante de la familia, y que suelo hacer para dilatar la tensión y reducir la molestia de la rutina; no se si sea por alguna especie de efecto placebo, pero me funciona en cierto sentido, porque al menos percibo que estoy "quebrando" el núcleo del dolor, de la molestia o del aburrimiento, en el mejor de los casos. Me gusta además que la gente se impresione al escuchar el traqueteo de mi cuello... ¿Necesidad de llamar la atención? ¿Exhibicionismo innecesario? No se. Digamos que es la posibilidad de ver la expresiones en sus rostros cuando escuchan que salen ruidos de mi cuello lo que me gusta específicamente. No es mucho lo que puda ya añadir al respecto, salvo algunos detalles tan infimamente personales que no vale la pena incluirlos.

- No me gusta el olor y el sabor de la ahuyama. Es más, la odio con las más serias y malsanas intenciones de odio que alguien puede tener hacia un objeto. Si pudiera cavar un agujero sólo para demostrar cuánto odio tengo hacia esa asquerosa, aberrante, nauseabunda e infame masa zapote, probablemente cavaría sin pausas hasta atravesar el otro lado de este maldito mundo, y luego lanzaría toda esa porquería escandalosa por aquel hueco, para que los chinos o los tailandeses hagan con eso lo que les venga en degenerada gana, no se, tal vez la preparen con perro al carbón o serpiente asada, me importa un moco con tal de no volver a saber nada de esa grosería de comestible. Que los dioses perdonen mi odio irreparable (y de paso la sobre adjetivación y los gerundios abundantes que he estado aplicando a este condenado párrafo, que ya se me iba saliendo de mesura) sobre y contra la ahuyama y todos sus derivados, pero es poco lo que puedo hacer para contrarrestarlo de mi memoria gustativa, teniendo en consideración el hecho de que mis expresiones evidentemente negativas hacia el abarrote tengan su origen probable (si mi recuerdo mental no me traiciona) en una noche fea de 1993, cuando fui obligado, a pesar de mis insistencias y mis lloros de niño indefenso y propenso a quebrantos de salud, a comer en una cacerola un plato frío de ahuyama, preparada de la forma que aquí en Colombia se conoce como "poteca", con cierto olor y sabor avinagrados, que denotaban un leve estado de descomposición. El suplicio, adobado con el hecho de que mis alegatos sobre el estado de salubridad de la masa infecta no fueron creídos sino muchos años después, generó en mí un impacto de proporciones yugoslavas (entiéndase lo que se quiera entender) del que no he podido, en mi actualidad, sobreponerme en lo absoluto, que derivó en una aversión tan catastrófica, que en ocasiones el solo recuerdo de las incontables veces en que fui obligado a comer ahuyama genera en mis tripas una sensación parecida a la de la náusea nihilista de mitad del siglo XX.

No me importa ser exagerado en esta diatriba contra mi enemigo alimenticio, a pesar de tener conocimiento del gran poder nutritivo que este posee y de su facilidad de cultivo; mientras me encuentre en el dominio minimamente decente de mis obtusas facultades cognitivas, la ahuyama representará para mí el lado oscuro y adverso de la alimentación, y que, si bien mi odio, que roza lo extremo, no alcanzaría los límites desvergonzados de intentar elinimarla de la faz de este pervertido planeta, se que odiaré y odiaré por periodos de tiempo cercanos a la jodida eternidad a la amenaza amarillenta que ha inspirado estas estúpidas líneas. Ojalá la desidia de mi huevo mental me hubiera permitido un dejo de siniestra creatividad para seguirme extendiendo en palabras contra ese monstruo.

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