viernes, 12 de marzo de 2010

Horizonte

Anoche salí furioso de casa y me dirigí hacia el horizonte. A veces caminar en la noche me alivia un poco, me vuelve en mi mismo cuando la violencia es lo único que puedo recrear en mi cabeza. Al pasar por enfrente de la casa del señor Rodríguez patee los botes de basura que merodeaban algunos perros a esa hora. Ya pocas luces de negocios iluminaban el concreto, ya todas las familias se guardaban de los demonios de la noche en sus cuevas confortables; yo iba en busca del horizonte.

Cuando caminaba cerca del centro comercial pude escuchar a lo lejos acordes de guitarra que retumbaban en las paredes del lugar donde a esta hora jabones, televisores y hasta pinturas dormían por igual lejos de los ojos flagelantes de la multitud, los sonidos venían del parque. Corrí como lo hacía en las competencias escolares y pronto divise en el centro de la placita, detrás del centro comercial a un grupo de indigentes bailando y bebiendo licor barato. Recordé por un momento algunos gitanos sucios y haraposos que muestran en las películas de la televisión. El lugar hedía a vino barato y a pesar de mi presencia el grupo de indigentes siguió bailando y gritando al son de acordes de guitarra desafinados y el bullicio de las palmas.

Un hombre que entraba en la vejez, con aspecto algo siniestro, lunar en la nariz y dientes negros me obsequio una sonrisa que de inmediato le devolví, al instante me encontraba bebiendo vino y bailando con los demás. Una mujer rubia de vestido blanco y un delantal rojo dirigía el folgorio a tiempo que movía sus dedos con extraña habilidad sobre las cuerdas de una vieja guitarra roja.

Pronto me vi perdido e inundado en el licor de la madrugada, muchos yacían dormidos sobre las bancas del lugar, una anciana se había subido en una enorme roca cerca de la guitarrista y muchas parejas se habían retirado a los extremos del sitio para consumar sus deshoras. Nada parecía a mi infierno de siempre, aunque para mama esto sí que era un infierno, me sentí feliz.

De repente aparecieron patrullas de policía por los cuatros puntos cardinales, el olor a pólvora se hizo presente y todos corrían desorientados mientras lloraban la violencia de los gases, yo me trepe a la piedra donde un rato atrás estuvo la anciana gritando y llore de felicidad hasta que un bolillazo retumbo en mi cabeza, por un momento alcance el horizonte e hice parte de una tribu invisible y animosa: los marginados, los que viven la vida, minuto a minuto, instante a instante.

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