miércoles, 28 de septiembre de 2011

Hesse y los refugios de acuarela


No sabía que Hesse pintaba. Me enteré hace poco mientras leía su biografía. Parece que empezó a pintar como terapia, me atrevo a decir que por sugerencia de Jung, con quien se analizó por un breve periodo (luego mantendrían una comunicación epistolar). Pero Hesse encontró en sus paisajes algo mas allá que una terapéutica del yo; encontró una puerta que lo acercó a dimensiones que se le escapaban en las palabras. Tras la primera pincelada, que la dio rondando los cuarenta años, no paró más hasta el final de sus días.

Debo reconocer que no me sorprendió su trabajo como pintor, cosa que si me ocurre con sus libros, pero esto no les quita su inmenso valor estético, ya sabemos, en cuestiones de arte…

Pero hay algo particular, una huella única que se vislumbra, al menos a mi juicio, en todo lo referente al autor. Eso que si me movió profundamente fue el tema de sus acuarelas, casi todas sus pinturas involucran dos elementos de forma inseparable, las casas y los prados; me atrevería a decir que en su trabajo pictórico en realidad el tema, predominante, que se muestra, obsesivamente son los refugios. Las casas, que todo lo dividen y que nos recuerdan constantemente nuestra irresoluble separación de lo natural. Pero por otro lado los arbustos, las praderas que ocultan la casa y por ende a sus habitantes de los demás, de los otros. Separación e unión, intentos desesperados de Hesse por reconciliarse consigo mismo y con la naturaleza a la que fue obligado a renunciar. Un interesante entramado nos teje este escritor Suizo en sus pinturas, al que yo agregaría un tercer refugio, el acto de pintar en si.

Descubrimos así, una nueva faceta de Hesse, el de prófugo, lo que queda por resolver, es ¿de que se escondía incesantemente el escritor?

Link de galería virtual Hesse: http://www.hermann-hesse.de/es/node/829

jueves, 8 de septiembre de 2011

Por qué no lavé los platos

Si usted no vive conmigo y lee esta entrada, tal vez no entienda la razón por la que escribo esto, pero no se preocupe, que más adelante explicaré el motivo. Pero le advierto que puede que se arrepienta de saber algo tan absurdamente aburrido como lo que sigue en breves líneas. Así son las cosas, ¿sabe?, tómelo o déjelo, por ahora no me importa mucho...

Ahora, si usted vive conmigo y está leyendo esto, podré suponer que lo hace guiado por la nota. Si no leyó la nota o no supo nunca de su existencia, tal vez se deba a que revisa regularmente este blog y se encontró con esta entrada, que lo dejará intrigado o al menos inquieto acerca del motivo que me movió a redactar esto, aunque por otro lado usted podría suponer qué rayos pasó por mi cabeza para llegar a este punto de las cosas. Pienso que la última posibilidad que planteo amenaza con ser aparatosa y poco probable, así que me aventuraré a pensar que sí leyó la nota, y a explicar, simplemente, qué pasa.

Es por nosotros sabido que en la casa hay ciertos quehaceres diarios de los que nos debemos encargar. Y aunque sobre decirlo, lavar los platos no es una excepción. Sabemos que la idea es no dejar platos sucios para el otro día, que es mejor comenzar la mañana con el fregadero limpio. Y sabemos que para que pase esto, tenemos dos opciones: o comer afuera siempre y usar cubiertos desechables todo el día, o lavar los platos en el acto. Y a pesar de que no tenemos ningún tipo de reglas para determinar quién se encarga de los platos cada vez, pienso y siento que ahora (o en ese momento) debía ser mi turno y que me correspondía lavarlos. Pero no lo hice. Lo lamento mucho, ofrezco disculpas, pero no lo hice. Estaba cansado, me dolía la espalda, veía el fregadero con los platos ahí, y no habían muchos pero igual ahí estaban, esperando ser lavados por mí. Sí, eso es, me estaban esperando y eso me desesperaba un poco. Y yo iba a lavarlos de todos modos, lo aseguro, iba a lavarlos. Pero no pude. O sí pude, qué carajos, pude haber sacado tiempo, estirar un poco la espalda, pero no quise, lo confieso. O incluso no es que no haya querido, sino que al ver la escena en la cocina, pasaron dos cosas:

  1. Me perdí en el tiempo por culpa del internet o más bien por mi descontrolado uso de internet y luego ya era muy tarde en la madrugada y el sueño me invadió.
  2. Quise hacer el mal chiste de escribir esta entrada, de hacer que, por los méritos de la curiosidad, consultaran el blog.

Probablemente cuando me vean me dirán que en vez de perder el tiempo escribiendo esto pude lavar los platos, que esto es una tremenda tontería, probablemente se rían un poco, o se rían mucho, o no se rían nada y tampoco me digan nada porque tal vez lo que hice no les interese en lo más mínimo. Probablemente la primera persona que haya visto la nota la bote a la basura y lave los platos antes que yo, haciendo que todo el sentido de la nota se pierda. O probablemente lo que se pierda sea la nota y por eso nadie la lea. Probablemente no pase nada, los platos los lave yo y nadie se entere de que hubo una nota. No sé. Y puede que no importe demasiado.

Al menos me reí un rato al hacer la nota y pensar en la idea de redactar esto, y en imaginar qué dirían de esto tanto los que viven como los que no viven conmigo (o debiera decir conviven, o convivimos... es difícil hallar la expresión adecuada, lo siento). Ya con eso mi pequeño esfuerzo valió la pena. Espero.

Ahí está, me reí otra vez.


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Ah, bueno, tal vez podría agregar una tercera cosa:

  • Se me ocurrió que armar este minúsculo rollo (o ejercicio, o juego, o manejo extraño del tiempo) me serviría para volver a escribir en el blog, y celebrar con ello el derecho a la escritura al servicio de nada, sin objetivos aparentes, sin temor de que quien me lea piense y digas cosas que no querría que piensen o digan de mí. El riesgo existe, escriba o no, y es bueno saber que cada vez eso me importa menos.

Si quiere saber más sobre este rollo pregúnteme personalmente o escríbame a fozzo444@hotmail.com,