viernes, 13 de diciembre de 2013

Pensamientos flojos VIII

(Los siguientes son algunos pensamientos flojos escritos en momentos diferentes, y que por desgracia no están fechados en forma individual. Fiel a la serie, son flojos y, en algunos casos, sin editar. Y que publico porque sí... incluso con las notas que suelo ponerme a mí mismo cuando dejo un texto a medias. O no tanto porque sí, sino porque más adelante quiero revisar qué era lo que a veces pasaba por mi cabeza antes de publicar algo. Como una oportunidad de ver los pentimentos... bueno, eso suena pretencioso, lo admito. Y se que la cosa se agrava cuando, al ponerme a analizar bien, caigo en la cuenta que, igual, publico borradores de ideas con la cara lavada y unos cuantos acicalamientos. De todos modos quiero hacerlo, tener el registro publicado de una entrada en su versión cero, antes de entrar en la tan sobrevalorada versión uno. 

O bueno, yo no se... de pronto me estoy dando mucho palo con esto. Qué importa que estos sean borradores. Mi idea con este blog nunca fue realmente literaria en un sentido estricto, si bien trato a menudo de reflexionar sobre ciertas situaciones con un mínimo de seriedad en publicaciones que, espero que en la mayoría de casos, me sirvan como base, como germen, como semilla para futuros escritos más pensados y más luminosos, si se puede.

Dejo entonces estos pensamientos flojos e incompletos. Ya veré después qué me digo acerca de esto.)


jueves, 14 de noviembre de 2013

No puedo leer

Leí Las ratas, de José Bianco. La única razón por la que llegué hasta el final fue que tenía que hablar de esa nouvelle una hora más tarde. Quizás esta lectura apresurada excuse la obra; es probable que algún detalle se me haya pasado por alto. Sin embargo, también me permito tomar esta primera impresión como la que deja un texto que han acabado de leer en el taller. En cualquier caso, con cualquier atenuante, quedé defraudado.

Llevo un largo tiempo con una gran incapacidad para terminar lecturas. Esta es una lista de libros que empecé y que quedaron marcados en ciertas páginas, detenidos —en algunos casos— por meses:
  • La conjura de los necios, de John Kennedy Toole.
  • Henderson, el rey de la lluvia, de Saul Bellow.
  • El primer tomo de Notre Dame de París, de Victor Hugo.
  • Las cartas de la ayahuasca, de William Burroughs y Allen Ginsberg.
  • Senilidad, de Italo Svevo.
  • Uno que tiene las dos novelas de Flannery O´Connor.
  • Tres rosas amarillas, de Raymond Carver.
  • El almuerzo desnudo, de William Burroughs (este ya se lo devolví a su dueño).
  • Adiós a las armas, de Ernest Hemingway (un archivo pdf que no abrí más).
  • La higiene del asesino, de Amélie Nothomb.
Y hay otros que ni he abierto:
  • Rojo y Negro, de Stendhal.
  • Paraíso reclamado, de Halldór Laxness.
  • Las aventuras de Huck, de Mark Twain (aunque este ya lo he leído antes).
Solo he concluido estos:
  • El viejo y el mar, de Ernest Hemingway.
  • Conversaciones con el profesor Y, de Louis-Ferdinand Céline.
  • El cazador oculto, de J.D. Salinger (el que más rescato de todos).
  • Una versión pirata de La palabra del mudo, de Julio Ramón Ribeyro.
Nada me convence ni me maravilla. Si bien reconozco las virtudes y el repertorio técnico de los escritores, ninguno de los que he abandonado ha llegado a conmoverme ni a atraparme. En ese fugaz duelo que se juega un escrito para atraer a un lector, desafortunadamente han ganado mi indolencia y mi pereza. Esto ni siquiera es consciente; simplemente, los días pasan y me doy cuenta de que el libro está estancado en la misma página. A veces se queda dentro de mi maleta largos periodos de tiempo.


jueves, 10 de octubre de 2013

Maullido

Alfen, el pueta
La cosa es así. El miércoles 09 estábamos en una de las tertulias literarias que hacemos con unos amigos. El tema era la Generación Beat. La idea era tener un panorama general de lo que pasaba en esa época, hablar de los principales escritores que formaron la escena, leer algunos poemas de ellos. Todo muy bien hasta que me puse un suéter de cuello de tortuga, una boina y unos lentes oscuros y comencé a hacer la caracterización, lo más paródica posible, de un poeta beatnik, con gestos, maneras y vocabulario que daba a entender que este poeta se creía lo más sofisticado y poético de la ciudad. Mientras leía sus "poemas", Alfen el "pueta" o "poetastro", soplaba de vez en cuando una harmónica para "acompañar" lo que iba leyendo, y contínuamente los acusaba de ser "cuadrados" y ajustados a la norma, entre otras cosas.

Creo que a mis compañeros no les gustó nada lo del poeta. Y los entiendo: se que exageré un poco la nota. Pero ya había decidido hacer el personaje, así que no me pude echar para atrás, si bien no llegué hasta las últimas consecuencias...

Mejor vamos al grano. Para la caracterización escribí una parodia del poema de Allen Ginsberg Aullido, más exactamente de la primera parte. La parodia no era ni pretendía ser algo bien hecho; lo tomé como una broma, como una muestra de lo que ese poeta fastidioso escribía. Tomé la estructura de esa primera parte de Aullido y la llené de referencias locales, de situaciones que bien habrían podido pasar en Ibagué o no haber pasado nunca en ningún lugar, y traté de hacer las frases lo más largas posibles para que se asemejaran a las del poema original. Antes de leer mi texto leí primero Aullido y luego, pasados varios minutos y luego de haber conversado un rato sobre varios temas, leí mi texto. 

Yo escribí eso como una broma, una payasada para mi personaje (que pretendía mostrar mi versión del estereotipo beatnik, la burla que los medios de comunicación gringos hicieron de todo aquel que tuviera afinidad con el fenómeno beat en los años 60). Pero a algunos les pareció que había muchas cosas que un ibaguereño o alguien que haya vivido mucho tiempo en esta pequeña ciudad reconocería. Algunos me dijeron que les había recordado un texto de hace siete años que se difundió por miles de correos y con el que muchos se sintieron identificados, y que no tendrá un valor literario como tal pero que sí es valioso por mostrar de forma vitalista todos esos aspectos de la ciudad que hacen que la disparidad de edades y condiciones sociales se difumine y exista un punto de encuentro en el que sonreímos todos, y en el que acaso un foráneo pueda tener un esbozo de mapa de costumbres e idiosincrasias con el que guiarse si alguna vez pasa por la ciudad musical.

Mi texto tampoco tiene pretensiones literarias, pero sí puede ser un nuevo punto de encuentro, uno al que se le pueden añadir nuevos encuentros, situaciones al límite o simplemente chascarrillos extensos que arranquen un par de sonrisas entre quienes lo lean. O no. Sencillamente dejaré el texto aquí y que cada quien piense lo que quiera.


domingo, 6 de octubre de 2013

Una carta a mí mismo

La siguiente es una transcripción de una carta que me escribí recientemente. No está fechada adrede, así que el único indicio que tendré en el futuro de una fecha aproximada será esta entrada. La carta fue escrita para un pequeño concurso de cartas de amor propio que se hizo en la tertulia a la que voy desde hace ocho años. Le hablé de la carta a Juan y éste me sugirió que la transcribiera, pues hay en ella un tema que me produce cierta ansiedad en mi actualidad; según Juan, al momento de escribir "la fuerza radica en la sinceridad" (dispensarán la cacofonía triple) y creo que en la carta hay algo de eso. Por eso decido transcribirla, más que para otros para mí, para encontrarme con ella en el futuro por si la versión original se pierde y así leerme y pensar un poco en todo lo que se gana, para la vida y la escritura cuando se escribe en estado de "desnudez". Y sacarme una sonrisa, una que espero muy amplia. 

En el momento de transcribir tenía los ánimos muy desgranados (suele pasarme los sábados desde hace años), pero por fortuna logré encontrar un poco de fuerza para obligarme a hacer el ejercicio de sentarme y pasar del papel a la pantalla esta carta. La transcripción intenta ser una reproducción exacta, sin correcciones de estilo (ni siquiera tildes) y anexando las palabras tachadas y las inclusiones de última hora. Así que ahí va.

La carta en papel ocupó dos hojas carta por ambos lados.
Como la mia lettera es enorme, la carta parece más extensa de lo que es en realidad.

jueves, 3 de octubre de 2013

Octubre 3

- Llevo varios días intentando distintos arranques de capítulo y no paso más allá del primer párrafo. Nada me convence, nada fluye por sí solo. Estoy en una curva de declive terrible. La próxima semana debo ir al taller y no tengo nada hecho, ni siquiera una idea, pocas ganas. Me cuesta mucho concentrarme.

Hoy estoy particularmente irritado. Me di cuenta ahora que estoy en clase. Verme rodeado de gente me pasmó, me llevó a la versión dura, silenciosa y odiosa de mí.

Alguien dijo: “No le conocemos la voz”. Me pidieron entonces que hablara y me rehusé. No tengo ganas, ni fuerzas, ni estímulos, más allá del fútbol. No me entusiasma nada.

Como se podrá ver, estoy escribiendo como la mierda.

Frente a mí está sentada N. Ese encanto irresistible que ejerce sobre mí sin proponérselo. Me pregunto si querría anular ese encanto, si me convendría más construir un cerco que me resguarde.

—¿De qué?

No sé decir. Simplemente, ver a alguien así me deprime, me subyuga, me hace sentir amenazado. Es como si el mundo estuviera a punto de romperse y el atractivo de alguien como N. fuera el último destello antes del quiebre definitivo, el último estertor, la última posibilidad, los huevos de la cucaracha antes de morir.

¿Por qué mi naturaleza es tan restrictiva? A veces pienso que la muerte será la única forma en la que purgaré mi condena. Pienso que debo esperar pacientemente, como un preso, a que esto termine. Suicidarse es hacer trampa: habría que empezar todo de nuevo, así que veo mi vida como una especie de condena. Hay que esperar, dejar que el tiempo ruede y me aplaste. Y así lo que escribo es una simple crónica de mis días de prisión.

Aunque a veces me resisto a esa condena, a esa crónica, a esas tareas tediosas de mi celda. Me escondo en el sueño. Duermo como un enfermo: doce horas, a veces más, y aún tengo más sueño después. Solo quiero dormir y ver fútbol. Lo demás pierde su importancia y su contorno.

Maldita sea, odio todo: a la gente, a la profesora de esta clase de mierda, esta ciudad, a N., a mí mismo, a Daniela, a la gorda escurrida que viene a esta clase, odio escribir, odio vivir así.

Amo a mi padre, amo a mi hermana, amo a Arsenal, amo mi soledad, amo escribir, amo tener dinero.

- Si N. me ignorara y me despreciara me haría las cosas mucho más fáciles, pero a veces se despide de mí, a pesar de que no la haya determinado en toda la clase. “Chau, Jeremías”, y con eso me fulmina. Sopla los pocos ladrillos que pongo.

Necesito ponerle una tapia a esa influencia en mi vida, para que no me afecte mi impotencia y mi incapacidad y mi pereza; para no decirme: “Mira, imbécil, lo que te pierdes”. De ese modo puedo seguir adelante. Si no, cada miércoles y cada jueves y cada vez que la vea se me van a convertir en una tortura. Así que ahí voy, poniendo un ladrillo sobre otro, con mucho esfuerzo porque me pesan, y ella llega cada tanto con su mirada y con su saludo, tan simple como eso, y los derriba. Me queda otra vez el panorama de ella, tan inalcanzable, tan incomprensible, tan llamativo.

Me gustaría nadar en ella, respirar sobre ella, escribir sobre ella, dibujarla, escucharla, olerla, saborearla, tocarla, vivirla, pero entre ella y yo se interpone un cerco invisible, impenetrable, de una naturaleza superior a mí.


Quizá se trata de eso. En el fondo, solo intento darle una forma material al muro con mis ladrillitos de silencio. 

miércoles, 2 de octubre de 2013

Observación de sábado

- En el colectivo 55 iba una pareja. Tendrían unos sesenta años. Ella hablaba con mucho entusiasmo, se la pasaba sonriendo. Parecía recién enamorada... quizás lo estaba. Enfocaba su mirada en él, pero no la mantenía fija. Recorría el rostro de él de arriba abajo, de un lado a otro. No giraba su cabeza ni nada; solo los ojos. Se movían como una máquina registradora en sentido horario. No se detenían. Sus ojos eran un frenesí pero solo abarcaban una cosa, a una sola persona: a él, cada imperfección, cada gesto, cada rasgo.

Esto tenía tanto de conmovedor como de enfermizo. Si me fijaran la vista así, me volvería loco; no podría aguantarlo.

viernes, 13 de septiembre de 2013

Esbozo de mi vagancia

Lo que sigue es un relato que hice a propósito de algo que escuché mientras iba en un bus. No debe considerarse como un intento de cuento ni como un escrito con intenciones deliberadamente literarias. Es, acaso, un primer borrador, un disparador, que todavía necesita la forma de la esencia espiritual de lo vivido y el estribo de un punto de no retorno. No sé qué pueda salir de esto ni espero mucho al respecto. Quizá una novela corta, pero de ninguna manera un cuento porque soy absolutamente incapaz de eso. No tengo esa motricidad fina para armar un mecanismo tan preciso. La única verdad de este texto es que necesitaba escribirlo, verdaderamente, como un impulso incontenible —y eso generalmente es una buena señal—.

martes, 10 de septiembre de 2013

Los diez mandamientos de Werner Herzog (comentados)

Un amigo me pasó un artículo en el que el director Werner Herzog propone sus diez mandamientos para hacer cine. Yo no conozco su obra, no he visto ninguna de sus películas, pero no me hace falta eso para darme cuenta de que el tipo sabe de lo que habla. Seguramente sus trabajos tienen una gran calidad artística. La garantía que tengo al respecto es que sus diez mandamientos destilan una concepción clara de lo que implica y requiere cualquier forma de arte y que trasciende el ámbito del cine.



Dejo cada mandamiento con un comentario propio, que en realidad no tiene por qué interesarle a nadie y quizás solo sea relleno, de manera que si lo prefiere remítase solo a las citas de Herzog o vaya a la fuente directa:


viernes, 6 de septiembre de 2013

Sobre Raymond Carver

Creo que tengo que hablar de Carver, de lo que significa para mí, de lo que continuamente sigue marcándome cada vez que leo uno de sus cuentos o de sus ensayos (Nunca leí su poesía y la verdad temo hacerlo). Pero Carver con la prosa es un maestro, un tipo que sabe perfectamente como organizar y escoger las palabras para ir tejiendo una trama de lo que uno no se puede escapar.

Aun así, si alguien me preguntara que hace a Carver tan especial me vería en problemas, no son sus temas, que por demás, son sumamente minúsculos y cotidianos, quizás demasiado cotidianos. ¿Será que es eso? ¿La cotidianidad de sus situaciones? Yo diría que quizás tenga algo que ver pero que allí no radica su esencia, creo que hay algo en su forma de organizar las palabras, de construir sus personajes que trascienden todos los canones y denominaciones, hay en sus cuentos, un elemento que quizás podría atreverme a llamar místico, e insisto no es directamente por los temas que trata, creo que lo que quiero decir es que en la extrema simpleza con la que narra está la profundidad, está la armonía y la belleza de su obra, el increíble magnetismo con que te atrapa, la facilidad con que te pone en un estado sumamente espiritual y contemplativo. Cuando leo Carver el mundo con sus constantes paradojas es mucho más agradable, sus palabras me alejan de cualquier intento de acercarme a mecanismos de evasión como el alcohol o las drogas; Carver produce con sus palabras un estado autentico de bienestar psíquico y corporal que es difícil de explicar pero que para mí es tan verdadero como cualquier otra senda de iluminación.


Mientras escribía esto pensé que mis palabras podrían ser algo exageradas, pero realmente Carver invoca en mi fuerzas que pocos autores (muy pocos) logran. Esto no deja de ser curioso porque Carver no es el tipo de escritor que suelo leer, el tipo de literatura que más me importa. Pero no deja de sorprenderme una y otra vez, con o sin la mano de Gordon Lish . Quizás deba dejar de tenerle miedo a la poesía de Carver, pues sus cuentos no son solo misteriosos, nostálgicos y bellos, también son profundamente poéticos, puede ser que  ahí radique el inmenso poder al que me someto cada vez que abro uno de sus libros.

martes, 3 de septiembre de 2013

Malabarismo

Le escribí el siguiente texto a una amiga el 30 de julio de este año. Al ser algo de naturaleza ciertamente personal, dudaba un poco si compartirlo o no aquí. Pero qué diablos, siento que lo quiero compartir en estos pagos, no importa si es bueno o malo... es una reflexión, una manera de ver algunas cuestiones. Podrán quedar algunas cosas no muy claras, como la razón que me motivó a escribirle esto. Que queden esas dudas, qué le vamos a hacer, no tengo muchas ganas de explayarme sobre motivos y explicaciones. No es porque sea algo muy íntimo; digamos que no tendría mucho sentido detenerme a explicar el contexto o los motivos, creo que no serviría de nada y las dudas quizá seguirían. Yo mismo no se por qué le escribí esto. O quizá sí: quería transmitirle una idea concreta, mostrarle cómo entendía ciertas cosas de ella. Tal vez hubo algún sentimiento involucrado entre esas palabras. Y si es así, bueno... si alguien me pregunta le podría explicar, vía comentarios, qué pasaba por mi cabeza. Oferta, sospecho, que no encontrará eco (así como el mismo texto: nunca tuvo réplica de parte de ella, ni un comentario al respecto ni nada). Y es que a pesar de lo que dicen los contadores de visitas, tengo (tenemos, seguro) la impresión de que ya nadie nos lee...

Le hice algunos cambios, agregué algunas cosas, quité otras... pero en esencia es el texto que escribí. Un borrador de reflexión, al que luego podría volver.

Ahora que lo veo, esa es otra razón para subir este textico aquí. Creo que eso es bueno...

Ah, perdonen la pataleta. A veces pasa: entre más viejos, más niños.


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En Buenos Aires
Mi amiga haciendo malabares. Foto de Cristian Holzmann
Parece que en la vida tenemos que aprender, en algún momento, algo de malabarismo. Muchas veces todo nos llega al tiempo, a veces de una en una, a veces de diez en diez, a veces de mil en mil, da igual: de repente las cosas llegan todas juntas y no hay donde ponerlas, solo tenemos el aire, la mente que está en el aire, para alojarlas allí mientras vemos qué hacer con ellas. Pero esa repisa no servirá por mucho, y tendremos que recibirlas en las manos, atenderlas por unos instantes y seguir con otro asunto, y otro, y otro. A veces pareciera que no es suficiente, y se nos va acumulando el cielo de cosas, y no podemos ver el camino, y como que nos resbalamos... y sentimos que no podemos dejarnos caer. No solo es por las cosas que nos caerían encima, sino porque comenzar de nuevo se nos antoja como una tarea muy complicada. Y cada vez más.

Pero bueno. No tiene por que ser así.

Hace días vi a una amiga, a la que no veía hace mucho, haciendo malabares en la calle 11; yo estaba en un bus y le iba a gritar alguna frase de apoyo, pero decidí no hacerlo, no fuera que se desconcentrara y se le cayeran las clavas. Por desgracia se desconcentró igual y se le cayeron un par al suelo. Sin dejar de mirar al frente, paró un momento, recogió las clavas caídas y continuó como si nada. El bus arrancó y no la pude ver más, pero me quedó esa imagen de un par de segundos, y la he venido mascando. Y luego te escribí todo esto.

sábado, 31 de agosto de 2013

Quejas

Va a sonar a lo de siempre, pero ayer tenía una idea de lo que quería escribir para el blog. Tenía muchas cosas para decir pero como ya era muy tarde y mis papás se habrían inquietado si siguiera trasnochando, no bajé a teclear y publicar antes de que el cerebro se me comiera casi todo. Solo me queda un fragmento, una versión muy devastada de lo que quería decir; acaso no era nada importante. 

Sí, no se... ¿Qué cosa importante tengo para decir con todo lo que está pasando? El paro, la avanzada minera, la crisis, el desempleo, todas esas vainas. Y frente a eso sería algo irresponsable dedicarme a hablar de mí, de que me compré esto, de que no hice esto, de que por la noche me siento de muy bajos ánimos y esas cosas. O al menos siento eso, a veces lo siento así.

- Entonces deje de pendejear y dedíquese al periodismo, denuncie todos esos hechos, haga algo por su país y deje de quejarse.

Sí, podría ser. Pero no... tampoco sabría qué decir... si lo hiciera me llegaría pronto la impotencia más grande, de saber que mi esfuerzo no va a recibir eco, de que no va a cambiar nada si denuncio o no, a juzgar por las miles de denuncias que se hacen a diario por las atrocidades más grandes: ¿han hecho algo para cambiar? Poco o nada, así es...

- Eso no es tan cierto. Si la gente se hubiera quedado callada cuando los conflictos en Egipto o Siria, hubiera sido lamentable. Y sin embargo y a pesar de la situación adversa, se logró hacer algo, o al menos toda la injusticia no quedó totalmente impune. Sencillamente son ganas suyas de llorar, y nada más. 

Bueno, sí, también. Pero está el otro detalle, el que me parece más terrible, más de burgués si quiere: de repente me comienza a dar un desgano tremendo hacia lo que escribo, me aburre.

- Ah, ahí sí se jodió. Qué tristeza, que vergüenza hablar con usted. De repente también me comienza a dar un desgano tremennndo hacia lo que dice usted. Bah.

NO, espere, hablemos...

- Bah.

Espere, espere... tampoco es para tanto... además no le creo de a mucho...

- Uhmmm...

viernes, 30 de agosto de 2013

Ella (6-12-12)

Una mujer me leyó las cartas. En realidad, debería decir una bruja. No creo que una palabra tan evocadora y bella como “mujer” abarque lo que vi el domingo. Le diré Ella.

Estaba en el parque Centenario, esperando a dos amigos. Hacía demasiado calor y ya llevaba una media hora allí. Mientras divagaba por el punto de encuentro que habíamos acordado, escuché que alguien me hablaba. Ella ofrecía leerme las cartas, que exhibía sobre una mesa junto a otras cosas. Pasé de largo, ignorándola, buscando a mis amigos. Di unas vueltas más por ahí, sin rastro de ellos. Hacía demasiado calor; la espera se prolongaba sin piedad. Consideré entonces prestarme a lo de las cartas. Asumí que si Ella se había dirigido expresamente a mí se debía a un motivo superior —aún lo creo—.

Me senté en un banquito que tenía frente a la mesa y dejé que se desatara lo de las cartas. Ella me preguntó mi nombre, mi fecha de nacimiento y mi signo zodiacal. Se los dije y me pidió que sacara nueve cartas.

Su lectura empezó aclarándome lo que más me ha preocupado estos días: dijo que tendría una vida larga, que moriría muy viejo. Siguió con ciertos detalles acertados, como mi necesidad de afecto, mi mal humor, mi familia y mi búsqueda de trabajo. Afirmó algo que ya me resulta familiar, tanto como manido e ingenuo: que tengo mucha luz en el alma. Traté de reaccionar en forma neutral, de modo que no alentara su clarividencia o su intento de adivinar, fuera lo que fuera.

Sin embargo, llegó un punto en el que me habló de cuestiones amorosas. Señaló que me había traicionado un amor y que me había dolido mucho. No pude evitar corroborar esta vez sus palabras; dije que sí y la miré a los ojos. Entonces ella aseguró que alguien, por envidia, me había hecho “un trabajo” para que no encontrara el amor en mi vida, para que siempre ocurriera algo que lo bloqueara. Profundizó aún más en la cuestión señalando ciertos detalles que he decidido olvidar. También me preguntó (pero no recuerdo si esto fue antes o después) cuál era mi mayor pena. En ese momento no supe contestarle, y me di cuenta de que en realidad no tenía una pena tan grande como para considerarla mayor. No tengo nada que yo pueda decir que me ha lastrado, o que me ha hecho infeliz últimamente. Consideré mi desatino en los asuntos amorosos, mi fracaso con Daniela, pero ahí comprendí que de hecho no estoy tan mal ni tan angustiado; finalmente concilié paz con lo que sea que signifique o provoque mi soledad, y eso me ha tranquilizado considerablemente. De todos modos, por descarte, respondí que la soledad era esa pena. Como dije, ahora no recuerdo si esto fue antes o después del discurso sobre el bloqueo contra el amor.

Ella dijo que podía deshacer eso con otro trabajo. Sin dudarlo soltó una pretensión económica: dos mil pesos. Era demasiado absurda. Le sonreí y le dije que de ningún modo podía pagarle eso. Ella propuso la necesidad de ese trabajo, para que consiguiera ese amor en mi vida y los dos hijos que estaban proyectados en mi destino o algo así. Me llamó la atención lo de los “dos hijos varones” y lo bueno que sonaba: dos Capablancas. Entonces me preguntó cuánto podía pagar. Pensé que toda esta conversación se basaba en suposiciones, en tanteos, así que solté una cifra cualquiera: doscientos pesos. Ella aprobó esa suma y me pidió que pusiera mi mano sobre una pirámide. Es estúpido, pero ni siquiera entonces creí que el asunto fuera en serio, seguí pensando que lo de deshacer ese trabajo requería otro espacio, otro momento. Accedí a repetir un conjuro que ella recitó, con la mano sobre la pirámide: algo sobre abrir mis auras y rechazar el mal. Finalmente, me dio una piedra, me recomendó que no me alejara de ella, y me pidió los doscientos pesos.

Cuando dije que no tenía esa plata, la mirada de Ella reveló por fin un rasgo de humanidad, quebró instantáneamente la pantalla de mujer espiritual que exhibía. Vi su codicia, su ordinariez y lo feo de su ser, en ese segundo, en ese instante. “Esto es serio”, me dijo, y me echó en cara que yo le hubiera dejado hacer todo lo de la pirámide sin el dinero. Me preguntó si podía pagarle al menos los 30 pesos de la lectura de las cartas. Evidentemente, me sentí culpable y en problemas, así que le pagué lo que me pidió. De todos modos hubo más reclamos de su parte e incluso me pidió que le comprara “una Coca”, pero ya no podía ni quería gastar más plata. No concedí y Ella, que había retomado su careta, dijo que no había problema. De todos modos sugirió que fuera a su casa. Insistió vehemente en eso, como tres veces. Me habló de rutas de bus que podían llevarme, me dio la dirección y un teléfono. Según Ella, el trabajo no estaba completo y yo tenía que ver el mal del primer trabajo aquel. Le cuestioné qué utilidad tendría para mí ver eso, negué cualquier intención de hacerlo, pero Ella dijo que era necesario. Ya estaba saturado, necesitaba largarme de allí. Hice algo muy estúpido en mi desesperación: anoté mi nombre, mi fecha de nacimiento y mi signo en el papel que me pasó. Nervioso, vi que había más nombres ahí así que no me pareció tan dañino. Hoy siento otra cosa al respecto, pero cuento con que la dichosa luz que tanto apuntan en mí me ahorre cualquier disgusto. Por lo demás, no necesito trabajos positivos ni negativos: estoy satisfecho así, o digamos en paz, y eso es lo que cuenta.

Hoy puse la piedrita azul de Ella en los rieles de un tren. La dejé allí justo antes de que pasara.

lunes, 5 de agosto de 2013

Bailando por un sueño (Diciembre 6)

- El otro día llegué a mi cuarto y puse la televisión. En un programa una rubia que sonreía (con una falsedad evidente) y un tipo saludaban a un famoso vía satélite. Este estaba en su casa, sobre un sofá. Acusaba cansancio en el rostro y el del programa se lo hizo notar. El famoso dijo que se acostaba muy tarde y que tenía que despertarse temprano para unos ensayos y otras cosas. Luego empezaron a hablar sobre un concurso de baile y sus reglas: si se podían hacer reemplazos a esa altura, si era una regla nueva o no, si se podía hacer un cambio. Se tomaban todo ese asunto demasiado en serio. Había tanto apasionamiento en su discusión sobre las reglas del concurso que me dio lástima: lástima de su mundo reducido y postizo, en el que si una persona puede bailar o no se deforma a una cuestión vital, llamativa y trascendental. Yo cambié el canal, pero seguramente estuvieron hablando de eso un largo rato. El resto de la entrevista debió tener un olor a rosado quemado.

Es ridículo el grado de atención que algunas personas pueden dedicarle a un concurso. La farándula de acá casi que gira alrededor de ese programa. Sus chismes, sus peleas, sus tragedias y sus tensiones cautivan de tal modo que explican la locura y el rostro patético de esta ciudad: el que veo en ciertas personas, el que noto en las palomas, el que percibo en la mirada fruncida de sus mujeres atractivas, el que desnuda la mala vejez de sus habitantes.

La fuerza que estupidiza a una sociedad habla significativamente de ella: retrata sus gustos y sus aspiraciones. Asimismo, considero que esta estupidización es necesaria como una forma de evadir la realidad tan horrible que nos rodea, así que no estoy en contra de eso ni descalifico tal grado de idiotez, obviando el uso del adjetivo. Solo me gusta observar esto para palpar los relieves de una sociedad. En el caso de la mía, la colombiana, creo que se estupidiza con cosas burdas, grotescas, violentas y fáciles: novelas sobre mafia, realities, bailes simplones, caricaturas del machismo y del arribismo. Ser ordinario es una entrada segura, una forma de empatía instantánea, y nos conmueve el ruido. Aunque hay excepciones, y algunos se permiten considerarse como tales, el grueso de población, el que nos identifica como cultura y como raza, es así: masa de circo con payasos y animales. Es nuestra entrañable naturaleza; yo la extraño, la adoro y me apropio de ella.

Acá, la estupidización viene de la mano de un concurso de baile, a través del que exploran la vida privada de sus concursantes. La forma en la que los profesionales del chisme se inmiscuyen en la vida de los famosos es mucho más lesiva que todo lo que yo conocía. Hay pocos límites, mucha gritería, excesivo nerviosismo y una exagerada propensión a la violencia, que nunca se materializa, así que esta redunda en histeria y neurosis. Veo mucho este tipo de titulares: “Xxxx en guerra contra Yyyy”, “Ggggg se defiende de Sssss”, y otros que ahora se me escapan pero que con sus verbos y adjetivos incitan o siembran una violencia latente. Insultarse, cuestionarse la dignidad y desafiarse públicamente, exponiendo la privacidad, amenazando, son las pautas que debe seguir una figura que quiera hacer parte de este vodevil siniestro de maquillaje profuso, puntuaciones, vestidos, luces y cámaras. La superficialidad de este concurso al que me he referido exuda locura, un claro malestar mental, enfermizo. Mientras lo nuestro es sangre, violencia y cosas así, lo de acá es locura, de manicomio, de gente particularmente peligrosa, que tiene menos restricciones y se lleva a límites mucho más delicados. Si bien nosotros podemos visitar esos mismos límites, hay algo en nuestra naturaleza que nos hace callar, ser mucho más reservados y conservadores, le tememos más a Dios. En cambio, aquí no hay tanto temor, aquí hay mucha más libertad para explorar rincones oscuros de la personalidad.

miércoles, 31 de julio de 2013

Comediantes

Me interesan mucho los comediantes. Me parece que el suyo es una forma de oficio literario. El proceso creativo es similar: está sustentado primordialmente en la observación y en la transformación. Las inquietudes de quienes lo practican son similares a las de un escritor, aunque se aproximan por otra vía, con otro efecto. Los rigores de su arte también se emparentan con los de un escritor. En estas palabras Louis CK le rinde homenaje a un recién fallecido George Carlin:



jueves, 25 de julio de 2013

Aaron Ramsey



Aaron Ramsey nunca fue santo de mi devoción. Se suponía que él era un volante ofensivo pero se la pasaba tomando malas decisiones, sucumbía a la presión de la defensa rival y era lento. Además, siempre se mandaba alguna torpeza que dejaba al equipo mal parado. Sin embargo Wenger insistía en ponerlo, por encima de jugadores que yo consideraba mejores —o al menos con mejor criterio— como Arshavin o Rosicky. El equipo se volvió ineficaz y empezó a caerse de las copas. Lo que más nos alteraba a los hinchas era que Wenger insistiera con él, como si fuera su favorito. Lo ponía en cualquier posición, casi que sin criterio, siempre de titular. Nadie entendía esto, salvo por la atenuante de que volvía de una larga inactividad por esta fractura:


Pero a mí eso no me convencía. Ni a mí ni a muchos hinchas. Llegué a pensar que Wenger solo lo ponía por lástima, o por terquedad, para probar que su capacidad para descubrir talentos estaba intacta. Yo escribía cosas así:

Lo que sí recuerdo es que lo que Ramsey hizo en el minuto 21 (se pegó una dormida monumental y se dejó robar la pelota del lateral izquierdo rival) hizo que puteara como nunca en la vida lo había hecho. Después hizo un pase mal tras otro. No puede ser que un individuo así juegue en Arsenal; es inadmisible. Gervinho entra en otra discusión. Es un carroloco pero al menos tiene virtudes (velocidad y gambeta loca); en cambio, lo de ese muchacho Ramsey realmente da pena y frustración. Cada vez soporto menos a esa boñiga con patas.

Incluso yo, en mi ineptitud para jugar fútbol, me comparaba con Ramsey. En esa época jugaba fútbol todos los viernes y rendía como él, como un pollo sin cabeza, torpe e improductivo.

Llegó la segunda ronda de la Champions League, contra el Bayern Múnich, que ganó sin mucho problema el primer partido en Emirates. Mientras tanto, en la liga, estábamos en una pelea difícil y de largo aliento por el cuarto puesto, el último que daba paso a la Champions League del otro año. Por motivos económicos (más que deportivos, parece), no clasificar es una catástrofe para Arsenal, de manera que ese cuarto puesto se había vuelto como un trofeo. Arsenal estaba muy quedado a esa altura de la temporada y Tottenham y Chelsea tenían todo a su favor para quedarse con esos puestos. En eso llegó el partido de vuelta contra los alemanes y Arsenal, que solo se atreve a jugar bien cuando ve todo perdido, estuvo al borde de remontar, impulsado por el espíritu de la casi remontada de la temporada anterior contra el Milan. Se le ganó al Bayern allá en Alemania dos a cero. Si bien esto no alcanzó, los jugadores se dieron cuenta allí de que sí podían, de que tenían fuerzas para remontar lo que fuera, y entonces se convencieron de que con un objetivo claro podían alcanzar cualquier propósito. Empezó una racha importante de partidos: el tramo final de la Premier League, ya bajados de todos los otros torneos.

No sé si ese punto fue culminante para el redescubrimiento de Ramsey, pero sí sé que en esa racha él se erigió como uno de los jugadores más consistentes y de más entrega en el equipo. Wenger lo puso a jugar mano a mano con Arteta en el medio, más atrás de lo que venía jugando antes, gracias sobre todo a que las otras alternativas para eso, Wilshere y Diaby, estaban lesionados.

Ahí destellaron las virtudes de Ramsey, las mismas que antes estaban opacadas: su capacidad de correr por toda la cancha los noventa minutos y su visión de juego. Allá atrás, sin tanta presión, sus pases cortos, que en el ataque eran tímidos y estúpidos, se volvieron eficaces. Su juego conservador adquirió una funcionalidad importante y empezó a jugar con más panorama para tomar decisiones. También creo que es muy importante que el tipo que esté al lado sea una garantía de experiencia y de talento: Wilshere se nutrió de Fabregas, y esta vez Ramsey evidentemente aprovechó a Arteta.

Con esa tranquilidad Ramsey recobró la confianza que tenía perdida desde la fractura. Como una historia que solo puede provenir de Arsenal, Ramsey se redimió:



Terminó la última temporada en un gran nivel y ya no lo cago tanto a reproches, aunque considero que las tareas que cumple dentro de la cancha lo superponen con otros jugadores, como el mismo Arteta y Wilshere, y esos dos por ahora son superiores a él. No sé si podría decirse que Wenger se salió con la suya. Me da la impresión de que entre tanta improvisación finalmente le encontró la vuelta de casualidad. Lo que me parece significativo es que la historia de este jugador tiene la marca propia del Arsenal de los últimos años: buen toque y talento, amenazados por una tragedia, que después se controla con espíritu combativo y sacrificio. Eso es el equipo y en ese sentido se podría decir que el tipo representa bien sus valores.

Curiosamente, yo también me estaba redimiendo en mis partidos de fútbol. Estaba empezando a agarrarle el ritmo a la cuestión y mejoraba, pero una lesión —ajena— me sacó definitivamente del equipo. No volví a jugar desde entonces. Algo parecido a Ramsey, pero sin redención.

P.D.: No veo videos solo por hincha: me gusta mucho la combinación de fútbol con música. Acá hay más de Ramsey con música que me gustó:


martes, 23 de julio de 2013

La hipocresía

Hoy fui a comprar una Coca Cola. Cuando salía del supermercado vi a una vieja en la entrada. Estaba hablando por celular. Le decía a alguien: “Sí, estamos rodeados de hipócritas”. Tenía un tono de amargura y de juicio, como si ella fuera mejor, como si ella nunca hubiera sido hipócrita.

He pensado en eso últimamente y la verdad es que creo que la hipocresía está mal dimensionada. Ahí estaba esa vieja, y muchos más, que hablan de la hipocresía como algo terrible, como algo feo, de mal gusto. Se aterran. Dicen: “Oh, qué persona tan hipócrita; no puedo creerlo”.

Yo sí puedo creerlo. He llegado a la conclusión de que eso no es ni tan malo como lo catalogan, de hecho es natural, es necesario para la sociedad. Estas personas deberían admitir que no hay ningún mérito en juzgar o señalar a otros por hipócritas. Ellas mismas habrán sido hipócritas alguna vez. No hay ser humano que no se vea obligado a serlo, por la simple razón de que sin eso, sin esa mentira amable que se ofrece, tendríamos que decirles a las personas algo que casi nunca les gusta y que además les resulta doloroso: la verdad.

Muchas veces me han abordado con esa pregunta: “¿Le caigo mal?”. Curiosamente, proviene de personas que saben bien la respuesta, que tienen una marcada intuición de mi desagrado o antipatía hacia ellas. Sin embargo, hacen la pregunta como si de verdad necesitaran saberlo, como si la “verdad” les fuera a solucionar o a aliviar algo. Pero es todo lo contrario. En realidad, esas personas esperan dos efectos con su pregunta: por un lado, dejar al otro (en este caso yo) expuesto, con la prueba material en la boca; o bien una absurda esperanza todavía les hace creer que van a recibir la respuesta contraria. Sea como sea, tengo claro que ninguna de estas personas está preparada para la “verdad”, que hacen preguntas esperando una respuesta concreta, lo cual constituye una mala forma de preguntar. De manera que no suelo responder a esto.

A la gente no le gusta la “verdad”. Es el mismo trasfondo que envenena las preguntas “¿Estoy gorda?” o “¿Me quieres?”. La gente alaba y adorna la verdad como una diosa, pero a la hora de la verdad, cuando la tienen en las manos, les quema y reaccionan con vehemencia. Siempre pasa, a cada momento, todos los días, mientras seamos seres sociales. Siempre me veo en situaciones en las que si dijera toda la verdad lo único que me ganaría sería un disgusto. La gente debe moverse en la cordialidad, en la prudencia, en un equilibrio falso. Estoy en un cumpleaños y no puedo ponerme de pie y decirle a un tipo: “Estoy hasta la mierda de que hable de sus viajes, de su egolatría y de su ruido”. Ni puedo preguntarles a otras invitadas: “¿Por qué mierda hablan con acento paisa para hacerse las graciosas? No lo es. Y de paso, ¿qué les jode de que yo no hable?”. Tendría algo para cada persona en ese cumpleaños, pero no lo digo porque lo más probable es que me echen a patadas. Así que opto por quedarme callado y no revelar esta “verdad” sobre estas personas. En cambio, me quedo un tiempo con ellas e incluso me río si dicen algo gracioso. Las saludo y las despido. Si alguna de estas personas se enterara posteriormente de la molestia que les tengo y de lo ridículas que me parecen ciertas actitudes suyas, probablemente podría ser tildado de hipócrita.

El anterior es un ejemplo condensado, pero esta situación siempre se da en la vida. Lamentablemente, a pesar de lo que se dice, los seres humanos no toman bien la verdad, al menos la de otros semejantes, si no se ajusta a la propia. Lo que quiero decir con esto es que la hipocresía es un mecanismo de respiración social. Sin ella todos se estarían peleando contra todos.

Evidentemente, hay grados de hipocresía. Hay quienes se acercan con una deliberada falsedad porque buscan un propósito definido. No obstante, ni siquiera en esto veo algo malo. En definitiva, los humanos no hacen otra cosa sino usarse y aprovecharse entre sí. Creo que una clara conciencia de esto es más pacífica que la de ideales desproporcionados como la amistad, y el amor, tan inflados por un imaginario colectivo que su quiebre es inminente. A esos que viven tras enormes ideales tarde o temprano les llegará algo que pinchará su burbuja y les hará ver la realidad. A esos que aparentan felicidad todo el tiempo, serenidad y orden, en algún momento se les va a caer la máscara y no les va a gustar la luz del sol, la verdad que dice que a nadie le importa el otro y que todos estamos por nuestra cuenta, en este mundo salvaje.

No promuevo que esta situación derive en amargura y resentimiento. Es el camino que yo tomé, pero porque soy un incapaz. Sí es posible vivir sabiendo eso y moverse sanamente por la sociedad; es posible interactuar bajo ciertos valores, siempre y cuando no se sea cándido y terco. Nada de eso que venden existe… se puede probar por un rato, pero es demasiado grande, demasiado perfecto para que una imperfección como la humanidad lo conserve. El amor, la amistad, la justicia, la verdad: todas esas cosas son así, nos eluden, nuestros brazos no las pueden abrazar, solo rasguñar.

Tampoco creo que se deba ser hipócrita con todos, pero sí creo que se podría revaluar el mal concepto en el que se tiene esta práctica. Si descubre la hipocresía de alguien, no se alarme, no se desmoralice, no se escandalice, no diga “Oh, no lo puedo creer”, porque sí que podría creerlo; de hecho es muy probable que se haya visto obligado a ser en alguna medida hipócrita con alguien. Si le ve la mentira siga adelante y no juzgue al pobre hijo de vecino: es natural.

viernes, 19 de julio de 2013

Divagación entorno a "carta abierta a los fundadores de esto"

No sé que significa la escritura para mí, apenas puedo, esforzándome un poco, decir unas cuantas cosas sobre ella: Sé que es una parte importante de mi vida, me permite ser otros personajes que no puedo ser en esta, me permite construir universos que superan al nuestro, tan imperfecto. La escritura me permite movilizar mis propios sentimientos y los de otros, incluso hasta el mágico punto de la sublimación.

Digo que no sé qué significa con certeza la escritura para mí, lo que si sé es que cosas no son para mí la escritura: Escribir no es un asunto de vida o muerte, nada es un asunto de vida o muerte, ni siquiera la muerte misma; o ¿alguien, por fuera de la literatura y la ficción, sabe cuándo y cómo va a morir? Quizá el agua y la comida son los únicos asuntos de vida o muerte.

No digo que no haya casos, porque conozco, de personas que la pasan realmente mal sin escribir, que solo pueden comunicarse adecuadamente por este medio. Pero también creo que estas personas si pueden vivir sin la escritura, quizás peor, pero pueden vivir (aunque lo llamen no vivir). No soy una de esas personas que se muere sino escribe (y pongo en duda que alguien lo haga), así que no es para mí un asunto de vida o muerte.

Por supuesto que prefiero escribir por encima de casi todas las demás cosas, en ese punto es una elección, pero en su momento apareció como un destino y me cambió la vida. Tampoco digo que la escritura sea mi mejor medio de expresión, de hecho me atrevo a decir que soy mejor hablando que escribiendo(al menos en Colombia lo era). Tampoco creo que solo quiénes se toman la escritura como un asunto de vida o muerte puedan escribir bien. Ahora bien, sin disciplina y sacrificio no hay nada, pero creer que las cosas son blancas o negras me parece una pose estética y social.

Mi única preocupación importante en la vida es vivir, y cualquier otra cosa que pueda impedirme disfrutar esta misteriosa existencia que no pedí y la cual va a terminar para siempre, pasa a un segundo plano. Asumo mi culpa si en esto me pierdo de escribir bien (porque escribir es algo que espero seguir haciendo siempre). La vida solo tiene algún sentido si decidimos vivirla y compartirla, y solo de allí puede nacer cualquier intento valedero y parecido a lo que solemos llamar felicidad; aunque concedo que muchos otros prefieran vivir en el sufrimiento. Por supuesto, cada quien puede construirse la fantasía de vivir por lo que quiera, sea escribir, o comer o fumar, o drogarse, cada quién puede hacer lo que quiera con su vida, incluso quitársela.


Aunque es natural que queramos que los demás vean la vida (o algunos aspectos de ella) como la vemos nosotros, debemos curarnos de la tentación de imponerlo por medio de la razón y descalificar al que lo hace de otros modos, y si no se puede curar la tentación entonces está el arte, solo el arte permite transmitir de una forma autentica a los demás una parte de lo que somos, solo el arte logra engañarnos desde lo emocional; permite identificarnos. Las palabras sin su carga energética y emocional no producen nada y solo son palabrerías. Por supuesto que quien quiera escribir necesita hacer sacrificios, tener disciplina y creer en lo que hace, pero sin olvidar que la vida que nos dieron(al menos una parte) continua allá afuera. 

jueves, 18 de julio de 2013

Cosas que he hecho IV

La Libre-Todos es ante todo una libretica artesanal que me regalaron. Cabe en un bolsillo perfectamente (al menos en uno de los que yo uso). Las tapas son de cartón y las hojas están cosidas con una pequeña cuerda, que una de sus puntas tiene amarrado un arito. En la parte de adelante hay una imagen y, como marco, pequeñas figuras alrededor hechas como si se hubiera quemado el cartón, por lo que puede sentirse un ligero bajorrelieve en cada una. La imagen es una foto tomada por el mismo artesano. En la foto hay una leyendita que dice: Calle del Embudo/Barrio de La Candelaria - Bogotá D. C. Me contaron que el que arma estas libreticas es un hombre triste. No se si ya esté sugestionado, pero me parece que eso se nota en la foto que tomó, y en lo que decidí hacer después.

lunes, 15 de julio de 2013

No oyes ladrar dos perros

El presente es un esfuerzo por comparar la versión original de No oyes ladrar los perros y una versión leída por Juan Rulfo que quedó registrada en audio, y publicada en el CD “Juan Rulfo – Voz del autor” del año 1997. Escuché la grabación en un taller de cuento hace unos años, en la que la idea era, precisamente, comparar esa lectura con el cuento escrito. Por desgracia no he podido averiguar cuándo fue hecha esta grabación, puede haber sido poco antes de publicar El Llano en llamas, o incluso años después, ya es conocida la modestia casi pudorosa de Rulfo para con sus textos. 

Primero está el cuento en su versión original, o al menos la que yo tengo como la original. Los párrafos que subrayé con amarillo son aquellos que el autor omitió en su lectura. En el taller sospechamos que lo hizo conforme iba leyendo, algo así como que lo fue haciendo en “tiempo real” (si se me permite la expresión), a juzgar por unas casi imperceptibles demoras o atisbos de duda del sayulense que pueden notarse en algunas partes de la lectura, justo antes de las omisiones. Para facilitar una posterior lectura he arreglado, aparte de esta versión, una más “corta” del cuento en cuestión (les ruego disculpen mi grosero atrevimiento), que corresponde con los arreglos que Rulfo hizo en su lectura. Aquí subrayé en verde las palabras que el autor agregó a una frase ya constituida. Es como otro cuento; casi como si el mismo escritor me lo hubiera dictado... 

viernes, 12 de julio de 2013

Julio 12 y carta abierta a los fundadores de esto

Los fundadores no ponen una mierda aquí ni por equivocación. Mientras tenga esta licencia, les voy a reprochar eso una y otra vez. A veces me pregunto a qué vienen sus quejas o sus preocupaciones por no escribir si les falta sacrificio y convicción. A veces deberían preguntarse si esta es una verdadera cosa de vida o muerte o un simple entretenimiento o un gusto estético. Estoy convencido de que han encontrado la manera de darse excusas continuamente para no esclavizarse, para no darle a este asunto. Esto es como una guerra siempre lo he entendido así y como tal no da licencias ni entiende razones. Hay que ponerse de pie aunque esté cansado, aunque le duelan los piecitos, aunque tenga miedo, aunque vaya a una muerte directa, aunque las balas le silben los oídos, aunque llore, aunque esté decaído, incluso si el precio es quedarse solo. De ese material están hechos los soldados bravos. ¿Por qué ser un soldado bravo? No hay obligación, pero me parece más digna una muerte encarando el peligro y el dolor que refugiándose en una mullida vida civil. Y aún si se opta por este último camino, al menos es más decoroso asumirlo que lloriquear por fracasar en una guerra para la que no se está hecho.

A ver si así se despiertan, hijueputas.

Hoy estaba viendo una película. Iba bien, incluso me sentía un poco identificado con el protagonista. Entonces la historia adoptó un giro, hicieron la misma movida barata de siempre, la que embrutece personas y en el fondo las deja descontentas con su realidad. Ese recurso industrial para atraer masas y dejarlas contentas, para darles redención en su entretenimiento, hacerles creer que existe, que la vida es un orden del que siempre sales bien parado. Esa mentira promocionada y edulcorada, que une a personajes que en la vida real quedarían separados, que les da contento a personajes que la pasaron mal, que los hace terminar con una sonrisa, que les da una salida feliz a sus problemas. Pero la vida no es eso, y durante mucho tiempo yo viví maravillado por esa mentira. La buscaba y la añoraba como un imbécil; bajaba mis defensas esperando que en mi historia se diera el giro ese que tanto había visto, que vi hoy. Lo cierto es que ese giro nunca se dio ni se va a dar. Es imposible, la vida no es así. No todo puede ser redondo.

Por eso le tengo respeto a quienes no se dejan llevar por esa corriente, a quienes tienen la lucidez para producir algo efectivo sin caer en decoraciones ni alegrías preparadas. Me gusta una obra, una cosa que no ofrezca redención. Mi novela debe ser así, por mi compromiso moral conmigo mismo, con lo que soy y con lo que he vivido. Adaleón no puede terminar bien, porque la vida no siempre termina bien, porque aquello que debe ser contado no se sustenta en finales felices. Estos son inalcanzables, difusos, escasos. Por eso admiro por encima de todo a Carver, que no tuvo piedad con sus personajes y, sin embargo, los amó y los entendió porque fueron una medida de sí mismo. Por eso admiro la inmolación de Ahab, la reclusión de Humbert Humbert, el castigo de Raskólnikov. Por eso de todo el ladrillo de televisión que soy capaz de ver en un día rescato una propuesta como la de Seinfeld: sin concesiones, cruda, de personajes egoístas, locos e inconscientes, que con su cinismo supieron adaptarse al mundo. Por eso me gustan las excepciones como la de El luchador, o Flores rotas. Esas son medidas mucho más reales de humanidad y de vida que un pastiche manoseado y preparado para hacer cosquilleos en la boca. Lo otro es, en alguna proporción, antinatural. Cuando ves a alguien decididamente optimista, en el fondo te preguntas si es de confiar, si algo le anda bien. 

jueves, 4 de julio de 2013

Julio 4

- Me habían dado casi un mes para hacer una monografía sobre un cuento. Tenía que citar otros autores y hacer referencias a otros cuentos del mismo autor. A mucha gente esto la aburrió y se bajó de la materia. Yo seguí por inercia, porque cuando voy al instituto voy anestesiado, solo va la mitad de mi ser, o incluso menos que eso.

Había una primera fecha de entrega. A esa no alcancé. La segunda fecha de entrega era dos semanas después. De todos modos pasé ese tiempo durmiendo y jugando ajedrez, nada más. Solo me animé a hacer el trabajo el mismo día de la entrega. Me desperté a las cinco de la mañana, no por iniciativa sino porque simplemente ya no tenía sueño. A esa hora empecé a escribir, y esto con varias interrupciones. Terminé la monografía media hora antes de la clase, en un café internet (o ciber, como le dirían acá): ocho páginas. Ocho sobre Carver y su cuento, ayudado por la teoría de Pablo y amarrado burdamente con la teoría que se suponía que debíamos usar. La voz —esa que todos tenemos— me decía: “No vas a alcanzar. Mierda, ¿por qué no hiciste esto con tiempo? Eres un irresponsable. Nos vamos a joder”. Yo le contestaba: “Tranquila. Todo está controlado. Por algo soy escritor. Ya vas a ver”.

Finalmente saqué diez.

- Algo que me hace querer todavía esta ciudad y que me sostiene aquí es la conciencia de que, lamentablemente, solo aquí puedo explotar como escritor, solo aquí puedo desarrollar el talento. Cada vez que voy a Colombia confirmo que allá es muy jodido sobresalir, que nadie cree en ti, que todo es envidia y palancas. Si tienes un apellido Tal y conoces a Fulano, no importa si tienes talento o no, te publican, hasta puedes escribir en un periódico. Es como un círculo muy cerrado, movido solo por influencias y suerte. Un ambiente así resulta hostil para el arte verdadero. Por eso agradezco estar lejos: me da perspectiva.

Estar aquí me ha hecho evolucionar —literariamente— en una medida en la que jamás podría lograrlo en Colombia. Allá somos demasiado provincianos, demasiado salvajes todavía. Allá el horizonte es corto y árido. No puedes ser un huraño escritor que se refugia en su talento y en la esperanza de que algún día alguien te descubra en un premio. No puedes crecer allí. Es imposible. Tienes que irte. Lo digo porque me comparo con otras personas, con los que se quedan allá. He hablado con otros dos alumnos de Piedad y los dos me han parecido… eso, estancados. Es como si no se pudiera abrir bien los ojos allí, es como si no hubiera magia, como si tus esperanzas en lo que escribes fueran demasiado inocentes, como si no hubieras visto la realidad. Hay que salir a sufrir, a enfrentar la oscuridad y la incertidumbre.

Esto es muy significativo: en ninguno de los talleres a los que fui en Colombia me destaqué. En ninguno me daban crédito para nada; de hecho, a duras penas podía decirse que yo existía. No hablaba con nadie y siempre leía con la esperanza de recibir un halago, con el afán de impactar, de que me reconocieran. Hacía muchos malabares, mucha pirotecnia. Me perdía en eso, pero nadie me lo decía. Todo era un régimen de salón y de desinterés y de egoísmo y de celos. Ni siquiera en el de Piedad me iba bien. Las críticas que recibía en general me desanimaban y no me daban nada de provecho. Piedad hizo dos concursos entre los compañeros y no gané ninguno: de los dos solo saqué un voto. Yo no sé qué hice o qué pasó, pero de todos modos ella reconoció algo en mí y se aseguró de que no me perdiera, me recibió en su casa, me subió la moral, me recompuso. Me puso en el camino que era.

Ahora es así: en el taller actual me va bien. Sin embargo, esto no fue sencillo ni repentino. Durante un año estuve leyendo con esos propósitos vanidosos de antes. Hacía piruetas y grandes espectáculos pero el público se me aburría. ¡Se iban a mitad de la función! Una vez cancelé: iba en medio de una lectura y dije “Bah, ya basta”. Un año así, de palos, de que me dijeran que se aburrían, que no entendían, que no iba a ninguna parte. Un año sintiéndome como la mierda, no solo por eso sino porque estaba recién llegado, estaba solo, estaba atormentado por una mujer, arrastraba una larga tristeza desde Bogotá. Me hubiera suicidado si no hubiera sido por cierto evento, que no debo mencionar.

Una noche ocurrió. Leí sin fe, derrotado, esperando que me hicieran mierda, como siempre. Leí con tristeza. Iba en un diálogo y Pablo me detuvo. En ese momento pensé: “Bueno, otra vez se aburrieron. Se fue todo a la mierda”. Pero fue todo lo contrario. Pablo me interrumpió antes de que la cagara —él sabía que iba a hacerlo—. Dejó mi lectura donde debía, hasta donde había funcionado. Otra vez me salvó la visión de un maestro. A partir de esa lectura comprendí: nada es más efectivo que narrar. Ese es el asunto. No trates de convencer, no trates de hacer malabares, no trates de impresionar, no excedas la pirotecnia: la historia, y en especial el personaje, van a decirlo todo.

A veces yo mismo olvido esta lección, pero bueno, el camino está ahí trazado. Solo hay que retomarlo.
- Me da lástima ver este espacio tan desolado, tan abandonado, así que me sentí impulsado a darle algo de movimiento. De todos modos tengo muchas prevenciones con este sitio ahora que me di cuenta de que no tengo la impunidad de la que creía disponer y dudo si debería poner cosas que no quiero que ciertas personas lean. De hecho, ya hay cosas que no quiero que ciertas personas lean y yo, tan paranoico como soy, sospecho si no se habrán enterado ya, si no habré dejado en evidencia más de lo que estoy dispuesto a hacerme cargo (frase bien argentina).

Iba a poner algo sobre Kafka pero me pareció pretencioso. ¿Quién soy yo como para hacerle reconocimientos o menciones a Kafka? Soy un aparecido, un don nadie. Mis reconocimientos hacia él no le importan a nadie. Pensé en esto, particularmente, después de ver una página de Facebook que detesto. Es sobre fútbol y el que la dirige tiene un aire de suficiencia y una vanidad insoportables. Hizo unos “premios” y los promocionó como si fueran la gran cosa, incluso les escribió a Hernán Peláez y a Iván Mejía para hablarles de su gran “reconocimiento”. Si al menos diera un pedazo de cobre, pero no pasa de un artificio en una paginucha. Escribí en esa paginucha hasta que le noté el talante al que la dirigía y me bajé. En fin, a Kafka como mucho se le puede agradecer, aunque eso tampoco importa.

viernes, 21 de junio de 2013

Junio 21

Empecé a escribir aquí con algo de entusiasmo, o quizás por puro empuje maniático. Además, teníamos cierto arreglo entre los tres para asegurarnos de que mantendríamos la actividad. Y eso funcionó más o menos bien por un tiempo, hasta que a Alfonso le dio por irse, en una decisión que todavía hoy repruebo.

Cuando Alfonso se fue el arreglo perdió efecto, y por lo tanto él dejó de preocuparse por seguir activo en sus publicaciones. Por ahí todo se fue al diablo, porque luego Carlos y yo también perdimos la preocupación.

En mi caso puedo decir que yo no escribía por la restricción del arreglo sino por esa energía desbordada que me provoca algo nuevo (una energía que, por cierto, ya no llega casi con nada). Sin embargo, poco a poco perdí la motivación al ver que los fundadores de este espacio le perdían el interés. Me dejé llevar por esa parsimonia y reduje el ritmo de publicaciones. A mí nadie me lee, a nadie le importa un diablo lo que pongo o no, salvo al reducido círculo de mis conocidos directos y relacionados con el blog, o sea, al mismo Alfonso, a Carlos y a Gina. Del resto de público no sé nada y no me interesa saberlo.

Esta vez recurro a esto porque necesito exorcizar y seguir un consejo que me dio mi padre, aunque por otro camino: mover la mata. Una inconformidad ha crecido dentro de mí últimamente, y cada pequeña cosa que ocurre o que veo la nutre, la hace más visceral. Tengo una especie de violencia retenida que va a salir en algún momento, aunque no sé cómo ni con qué intensidad. Seguramente me pelee con alguien u ofenda a alguien.

Estoy pasando por una más de esas etapas en las que todo me fastidia y prefiero estar solo. Debo decir que esta tierra me tiene saturado, que no soporto más el acento de la gente, ni sus mañas, ni su histeria, ni sus palabras, entre muchas otras cosas. Hace poco estaba viendo televisión y vi a una rubia vanidosa y que hacía un puchero inconsciente con la boca: maldita puta; también había un gordo excesivamente desagradable, que parece que solo se puede mover con una grúa, despeinado, hablando gangoso, seguramente sin bañar; y estaba eso, toda esa parafernalia horrible de acá, y entonces todo mi asco se desbordó en una reacción física e impotente. Hice “Puagh” o algo así y cambié canales sin pensar, como si corriera por el televisor, huyendo de esos argentinos.

Ya estoy cansado de la comida, de los sitios, del clima, de la vieja que me alquila habitación, del taller, de la mirada enfermiza y malintencionada de todos. Porque así es como te miran acá: con doble intención, con resguardo, como jugadores ocultando el as en la manga, solo por si acaso. Ya no soporto más este país y estoy al borde de ser un malagradecido. Si bien debo reconocer que aquí encontré puertas abiertas y un vehículo de salvación —un paño de agua fría para mi espíritu inmolado—, también es cierto que este país me está quitando mi humanidad y lo poco de bueno que había en mí. Me he vuelto más oscuro que antes, más triste, más cerrado. Yo ya no puedo ver a las personas y sentirme conectado con ellas; me siento como de otra especie, de otro mundo, de otra naturaleza. No me interesa acercarme a nadie porque significa demasiado esfuerzo, demasiada energía, demasiado tiempo, y al final todo eso se retribuye mal y te hacen una cagada. No confío en las mujeres (argentinas, por lo menos), así que cualquier atracción física queda sepultada bajo mi prevención y mi resentimiento.

Antes amaba, antes creía en que esa llama eterna y viva podía existir en mi corazón, y confiaba en que algún día encontraría a alguien que la alimentaría. Nos sentiríamos bien al abrigo de esa llama y nada podría separarnos. Pero aquí me di cuenta de que esa es una fantasía idiota e impracticable, inoculada por la fantasía colectiva que los medios y las esperanzas absurdas de los demás mortales sustentan. Me di cuenta de que eso no existe —no para mí—, que moriré solo y amargado. Mi llama es un simple lucero en el desierto y a nadie le interesa y nadie se va a acercar, o si se acerca los perros salvajes de mi espíritu devorarán o asustarán a esa pobre persona. Llama en el desierto: se está pagando. Es culpa de este país, de la desilusión que sentí con alguien, del alimento que ha recibido mi sensación de extrañeza, de que no pertenezco, de que no tengo pares en este mundo. Es culpa de estas mujercitas desconfiadas, mentirosas, bonitas, oscuras, locas, vanidosas, burdas: mujeres horribles, detestables. No te recomiendo una argentina: tarde o temprano te va a clavar una daga. Es culpa de esta sociedad neurótica, histérica, gritona, traumatizada, ampulosa, cenicienta, gris, patética; es culpa de este borde de humanidad que ahora todo el conjunto me asquee y, sobre todo, me asuste.

Antes tenía otro fuego interno: mi voluntad de superarme, de destacar en algo, de grandeza. Quizá fuera un afán megalómano, pero al menos me hacía seguir adelante, me llevaba contra todo y con todo, hacía que me ganara el respeto de mis maestros. Ahora ese fuego también se apaga y empiezo a creer que la grandeza no tiene sentido, que no pasa nada si dejo de intentarlo, que no tengo madera de gran escritor ni de gran dibujante ni de gran nada. Que puedo ser un tipo que disfruta sus momentos de soledad en los que juega ajedrez por internet o se masturba o ve videos o ve partidos de fútbol o come solo. Si disfruto todo eso, y la vida es una sola, y se trata de disfrutar, ¿para qué mierda me mortifico por buscar algo más? Ya lo tengo casi todo, ya no quiero buscar nada. Ya no tengo hambre: me he vuelto un ser obeso y perezoso que solo vive por inercia. Y no veo nada de malo en eso porque me siento, al menos, sereno. Antes sentía que debía buscar algo y me mortificaba por no obtenerlo; ahora simplemente me di por vencido y me resigno con lo que tengo.

Me dirán: “Pues váyase, tan marica”. Si fuera tan fácil huir como lo hizo Alfonso ya lo habría hecho. Pero no puedo huir, quizás por una cobardía de igual proporción pero distinto efecto: me cuesta trabajo dejar lo que tengo aquí, los lazos que me atan; debo decir: lazos puramente burocráticos. Por un lado, está la supuesta carrera que estoy estudiando, que para ser sincero parece un chiste y me aburre tremendamente, pero bueno, es un diploma, relativamente fácil de conseguir y del exterior, que debería abrirme puertas en Colombia (algo de todos modos cuestionable). No tengo diploma colombiano, ni siquiera tengo el del colegio, así que en resumidas cuentas, que es como todo el mundo te ve cuando le das una hoja de vida y esperas conseguir un trabajo, en mi resumida cuenta, soy un don nadie, no sé nada y no he hecho gran cosa con mi vida. Si me voy a Colombia en este momento volveré al punto de antes, a ser un don nadie, a sobrevivir allá, y entonces pasaré a odiar de nuevo a una tierra que desde acá anhelo, extraño y quiero con todo mi corazón. Al menos, un papelucho les dirá a los demás que hice algo en este tiempo. También me dirán: “¿Y qué importa lo que piensen los demás?”. Ah, ingenuo tarado: el mundo es así, esa mierda importa si quieres ganar plata y comer.

Está el taller. Estoy inconforme con el taller últimamente. La energía se dispersó, se hacen más chistes de lo que me gustaría y el nivel es francamente paupérrimo. Ya no me interesa lo que llevan los demás y yo, que soy un parásito, que me prendo de los otros, necesito rodearme bien para poder subir mi nivel. Es como un equipo de fútbol: Riquelme solo no puede hacer todo en Boca; por más que juegue bien, es muy jodido si ninguno de los otros diez avanza y si el técnico no encuentra respuestas. Antes me motivaba ir al taller porque sabía que al menos iba a haber una lectura buena, que al menos me interesaría escuchar a uno de mis compañeros y que Pablo se motivaría por hacer la devolución. Ahora lo único que llevan son ejercicios aguachentos y la misma repetición del mismo cuento una y otra y otra vez. En los descansos no me interesa hablarle a nadie y cuando salgo tampoco me importa si me voy solo. Antes no era así, antes había más unión de grupo… por lo menos para mí. A veces me pregunto si este taller va en serio o no. De todos modos me siento obligado y no veo una forma decente de expresar mi malestar sin herir susceptibilidades. Me siento obligado con Pablo, que me ha soportado dos años ahí casi gratis, con Piedad Bonnett; no me gustaría defraudarlos. Pero últimamente, cada vez que pienso en eso, me veo empujado al desinterés y al desgano. Por ejemplo, Piedad no me respondió un correo y eso me ofendió y dejé de escribirle (así soy). Y también he llegado a preguntarme si Pablo no me está dando devoluciones un poco condescendientes. Generalmente hace chistes en medio de las devoluciones. Estoy otra vez en un momento en el que solo una respuesta de afuera me puede encauzar de nuevo, porque me salí del rumbo, solté el timón del carro y no me interesa: que se vaya a la “cuneta”, como le dicen acá, y se estrelle contra un árbol, no me importa. La última vez que esto pasó apareció alguien y dijo “Mierda, se va a estrellar, coja el timón”, y eso hice y como que me salvé y avancé un poquito en la autopista. Ahora acaba de darme otro trance. Allá voy, directo al accidente, el camión se viene encima… y creo que estoy cómodo con eso. No digo que no me importe… creo que sí porque de otro modo no escribiría, pero estoy cómodo, tranquilo, quizá resignado.

viernes, 7 de junio de 2013

Carver

No sé por qué Carver me hace sentir acompañado. Leer un cuento suyo me refugia, me reconforta. No tiene mucho sentido, si se considera que él fue implacable con sus personajes. Tan pronto ellos encuentran un escudo, un lugar en el que se pueden sentir mejor, él se lo arrebata, sin remedio. De este modo los hunde, sin misericordia, y los deja frente a algo enorme y doloroso, frente a su vida rota y desinflada. Los vecinos bajan los brazos cuando pierden su refugio; la casa de Chef tiene que ser devuelta; la señora Webster se va y deja a Carlyle otra vez con sus niños. Todos ellos quedan como vencidos, humillados, adoloridos. Entonces, resulta raro que yo anhele ser un personaje de esos; resulta raro que yo sienta tanta empatía por esos personajes, que yo sienta su mundo como propio, que yo quiera ser el que se queda ahí vencido, humillado y adolorido.

Carver los deja así para la eternidad. ¿Qué solución pueden tener? El cuento pasó, los inmortalizó y los dejó ahí suspendidos, en actos estúpidos de derrota. Yo me siento así continuamente, todo el tiempo: me siento eternizado en ese estado, sin salida, sin reparo… pero no soy un personaje, no soy un cuento, no tengo un título. Quizás si lo tuviera todo estaría justificado. Tal vez por eso desearía ser un personaje.

Hoy leí “Fiebre” y me conmoví mucho. Siempre me dicen que con Carver “no pasa nada”, pero sí que pasa. En mi alma todo se llena y adquiere un significado, al menos temporal. Todo parece ordenado y planeado, como la prosa de él. Todo parece limpio, sereno, contundente. Todo está preparado para llevarte a sentir algo que sembró desde el vamos, para que te sorprenda ese dolor y esa transformación silenciosa. Nada ampuloso, nada sonoro: Carver ajusta la mira, con precisión de francotirador, a un punto específico de tu alma. Es el escritor de mejor puntería en toda la historia.

Me siento en un comedor y los veo a todos como personajes de Carver; me dan ganas de escribir sobre ellos como si fuera Carver (un atrevimiento absurdo e imposible). Hoy, en particular, me siento como Carlyle (¿cómo es que un nombre tan jodido como ese puede funcionarle a Carver?). Siento que me abandonaron y que a pesar de las distracciones amo profundamente a la mujer que me dejó: esa mujer que enloqueció porque necesitaba algo a qué aferrarse y lo consiguió, se serenó, y ahora incluso parece haber desarrollado una percepción extrasensorial.

Si hubiera podido conocer a Carver le habría dado un abrazo… creo… si mi sequedad lo hubiera permitido. Es un escritor que realmente admiro, que realmente valoro. Irónicamente, esa mujer que me dejó a un lado se quedó con un libro de Carver mío, y nunca lo leyó, y nunca lo va a leer. Le di algo muy preciado para mí, no lo apreció y nunca me lo regresó. Sin embargo, para ser justo con ella debo aclarar que le dije que le regalaba ese libro. Lo mismo que le dije sobre mi corazón.

domingo, 19 de mayo de 2013

22

22. Si eres argentino, no confío en ti. Si eres porteño, confío todavía menos. Si eres porteño y eres mujer, no confío para nada en "vos".

viernes, 10 de mayo de 2013

Por qué soy gunner


Una vez, en el colegio, un tipo me dijo: “Usted debería ser hincha de Santa Fe”. En el salón ya era conocido mi gusto por Arsenal y ese fue el primero de muchos lugares en los que mi alma gunner sería distintiva. Por donde paso, dejo instaurada la marca de mi pasión, del indeleble amor que le tengo a ese equipo inglés. Lo primero que me atrajo, como en cualquier entusiasmo animal, fue un elemento básico y de fácil impacto en los sentidos: los colores. La idea de una camiseta roja combinada con mangas blancas y el JVC en el pecho me parecieron una conjunción elegante e insuperable. No me bastó que un equipo de mi tierra remedara esa vestimenta (el argumento de aquel compañero de clase para adherirme al Santa Fe); la marca de Arsenal fue única e irrepetible, demasiado poderosa como para ser igualada: el Bing Bang de mi gusto por el fútbol.




Hasta esa mañana en la que Fox Sport transmitía —con la buena intervención en narración y comentarios de dos chilenos: John Laguna y Christian Bozzo— un juego de Arsenal en Highbury, mi conocimiento de fútbol era nulo, casi que lo despreciaba. Además, el desarraigo de pasar mi infancia en otro país me había impedido entablar lazos afectivos con cualquier club de mi tierra: las costumbres del país en el que estaba tendían más hacia el béisbol.

De modo que el desarraigo es la primera razón que explica mi falta de afecto por un club de mi tierra. Y no fue sino hasta mucho después que me cuestioné si se podía querer un equipo extranjero con tanta devoción.

Llegué a la conclusión de que sí, porque en lugar de nutrirme del calor festivo de ir al estadio y ver a los jugadores en vivo, quizás por el rasgo romántico y más bien artístico de mi personalidad, me nutro más de la estética, los valores y la belleza en la ejecución de una disciplina. Arsenal llegó a mi vida con su impronta francesa (Petit, Vieira, Henry, Grimandi y luego Anelka, Pires, Wiltord) encabezada por Wenger. Con ese parámetro imponían un estilo de juego hermoso, de pases y movimientos, enriquecido por el carácter y la fuerza de sus referentes ingleses (Dixon, Adams, Seaman y Parlour). El toque brillante, de elegancia funcional y talento, lo daba Bergkamp. A medida que progresó mi gusto por este equipo, creció mi gusto por el fútbol al reconocerlo como un deporte capaz de reunir lo mejor del esfuerzo humano. Luego conocí su capacidad para la tragedia, para la angustia e incluso para el rencor, cuando empecé a comprender las figuras antagónicas de Tottenham y del Manchester United.

No puedo seguir al equipo en una forma física (pero sí que veo todos sus partidos), y no puedo aportar el dinero de una boleta, tampoco tengo contacto directo con los jugadores (al menos, directo en la medida en que lo permite verlos en el estadio), pero he descubierto que nada de eso me hace falta y que aun cuando a ellos les importe poco mi opinión, el dolor o el éxtasis que me provoquen sus juegos, aun cuando no tenga tanta validez como un hincha de Londres, la energía de mi espíritu está íntimamente conectada con cada parte de ese gran club. Su filosofía toca en muchos sentidos mi propia filosofía de vida: el trabajo lento y arduo, el valor de una institución por encima de todo y el del talento, la clase y la gran dosis de fe en el futuro guían muchas de mis decisiones personales, incluso mi vocación literaria.

Creo que un equipo de fútbol puede hablar y representar no solo una geografía particular, sino una forma de ver el mundo, una forma de vivir. Los colores y el lema de un escudo pueden ser el símbolo de algo mucho más grande y significativo que el lazo sanguíneo del lugar donde se nació o el barrio donde se creció. Si hay voluntad en el alma para ver el fútbol como algo un poco más grandilocuente y distintivo, se puede amar un equipo de afuera: aquél que hable con tu mismo tono de voz, aquél que guste y llene el corazón, aquél por el que se sufra. A fin de cuentas, el gusto por un equipo tiene mucho de amor, y ese sentimiento es tan irracional y caprichoso que no admite ninguna medida ni ningún origen lógico.

Soy bogotano, y no soy hincha de Millonarios ni de Santa Fe, ni necesito serlo. Yo ya estoy casado con un solo equipo, y no hay más espacio para otro.

jueves, 9 de mayo de 2013

Super Nintendo, un viaje en el tiempo.


Los sábados, antes de que saliera sol ya estaba despierto, era un día especial para mí, en unas horas iría al centro comercial La quinta y alquilaría un juego de Super nintendo. Hacía casi un año que lo venía haciendo salvo contadas excepciones. Me levantaba muy temprano, me quedaba con los ojos clavados en el techo hasta que salía el sol, bajaba, me bañaba y me tragaba el desayuno literalmente. A las ocho en punto pasaba barrero por mi casa y cruzábamos la calle para tomar la buseta número ocho que iba por toda la avenida quinta donde quedaba el centro comercial.
La mayoría de las veces éramos los primeros en llegar, nos hacíamos delante de la puerta y esperábamos a que llegaran los dueños, algunas veces había algunos niños liderando la fila, pero por lo general nosotros éramos los primeros. He olvidado el nombre del local, ha pasado mucho tiempo desde aquello, lo que si recuerdo es que el local era de dos pisos, con unas escaleras metálicas que pasaban por encima de la cabeza de los dueños (que eran dos) que estaban detrás de un enorme mostrador negro, atrás de ellos una enorme repisa donde estaban exhibidos los juegos de Super Nintendo, nuestro tesoro.


No recuerdo cuanto pagábamos en esa época, cinco mil u ocho mil pesos, lo cierto es que podíamos alquilar los juegos después de una subscripción en compañía de nuestros padres (Así que me imagino que la primera vez fuimos con nuestros padres o con los de alguno de los dos) y llevárnoslos a casa por todo el fin de semana. Después de alquilarlos rara vez nos veíamos los fines de semana, llegábamos del centro comercial a la casa de Barrero, probábamos los juegos de ambos e intercambiamos opiniones, luego me marchaba a mi casa a jugar todo lo que pudiera. El objetivo de ambos era intentar rescatarnos los juegos durante el fin de semana, de lo contrario tocaba volver a alquilar el mismo juego el siguiente sábado, cosa que no quería ninguno de los dos. Cuando teníamos dudas sobre algún juego o algo que decirnos nos llamábamos por teléfono y luego seguíamos con nuestro juego.

Fueron buenos momentos los que disfrutamos de la simpleza de los 16 Bits y del placer y dificultad de tener un juego original en nuestras manos. Nunca voy a tenerle más cariño a otros juegos que no sean los que rescaté por aquellos años: Zombies ate my neightbors. Top Gear, Donkey Kong, Mario World y muchos más. Ya no hay forma de volver atrás ahora tenemos consolas con grandes juegos que parecen películas y yo no me he quedado atrás, tengo consolas de última generación con más de cincuenta juegos piratas que compro en los San Andresitos y sin embargo cuanto más los juego más recuerdo aquella época en que tenía un solo juego y me tocaba subir al centro comercial en compañía de Barrero para tener así fuera por unos pocos días esos maravillosos juegos.

Infiltrado Táctico :  Gloria eterna a Top Gear que nos enseño a Jugar con Caja Manual.