domingo, 19 de mayo de 2013

22

22. Si eres argentino, no confío en ti. Si eres porteño, confío todavía menos. Si eres porteño y eres mujer, no confío para nada en "vos".

viernes, 10 de mayo de 2013

Por qué soy gunner


Una vez, en el colegio, un tipo me dijo: “Usted debería ser hincha de Santa Fe”. En el salón ya era conocido mi gusto por Arsenal y ese fue el primero de muchos lugares en los que mi alma gunner sería distintiva. Por donde paso, dejo instaurada la marca de mi pasión, del indeleble amor que le tengo a ese equipo inglés. Lo primero que me atrajo, como en cualquier entusiasmo animal, fue un elemento básico y de fácil impacto en los sentidos: los colores. La idea de una camiseta roja combinada con mangas blancas y el JVC en el pecho me parecieron una conjunción elegante e insuperable. No me bastó que un equipo de mi tierra remedara esa vestimenta (el argumento de aquel compañero de clase para adherirme al Santa Fe); la marca de Arsenal fue única e irrepetible, demasiado poderosa como para ser igualada: el Bing Bang de mi gusto por el fútbol.




Hasta esa mañana en la que Fox Sport transmitía —con la buena intervención en narración y comentarios de dos chilenos: John Laguna y Christian Bozzo— un juego de Arsenal en Highbury, mi conocimiento de fútbol era nulo, casi que lo despreciaba. Además, el desarraigo de pasar mi infancia en otro país me había impedido entablar lazos afectivos con cualquier club de mi tierra: las costumbres del país en el que estaba tendían más hacia el béisbol.

De modo que el desarraigo es la primera razón que explica mi falta de afecto por un club de mi tierra. Y no fue sino hasta mucho después que me cuestioné si se podía querer un equipo extranjero con tanta devoción.

Llegué a la conclusión de que sí, porque en lugar de nutrirme del calor festivo de ir al estadio y ver a los jugadores en vivo, quizás por el rasgo romántico y más bien artístico de mi personalidad, me nutro más de la estética, los valores y la belleza en la ejecución de una disciplina. Arsenal llegó a mi vida con su impronta francesa (Petit, Vieira, Henry, Grimandi y luego Anelka, Pires, Wiltord) encabezada por Wenger. Con ese parámetro imponían un estilo de juego hermoso, de pases y movimientos, enriquecido por el carácter y la fuerza de sus referentes ingleses (Dixon, Adams, Seaman y Parlour). El toque brillante, de elegancia funcional y talento, lo daba Bergkamp. A medida que progresó mi gusto por este equipo, creció mi gusto por el fútbol al reconocerlo como un deporte capaz de reunir lo mejor del esfuerzo humano. Luego conocí su capacidad para la tragedia, para la angustia e incluso para el rencor, cuando empecé a comprender las figuras antagónicas de Tottenham y del Manchester United.

No puedo seguir al equipo en una forma física (pero sí que veo todos sus partidos), y no puedo aportar el dinero de una boleta, tampoco tengo contacto directo con los jugadores (al menos, directo en la medida en que lo permite verlos en el estadio), pero he descubierto que nada de eso me hace falta y que aun cuando a ellos les importe poco mi opinión, el dolor o el éxtasis que me provoquen sus juegos, aun cuando no tenga tanta validez como un hincha de Londres, la energía de mi espíritu está íntimamente conectada con cada parte de ese gran club. Su filosofía toca en muchos sentidos mi propia filosofía de vida: el trabajo lento y arduo, el valor de una institución por encima de todo y el del talento, la clase y la gran dosis de fe en el futuro guían muchas de mis decisiones personales, incluso mi vocación literaria.

Creo que un equipo de fútbol puede hablar y representar no solo una geografía particular, sino una forma de ver el mundo, una forma de vivir. Los colores y el lema de un escudo pueden ser el símbolo de algo mucho más grande y significativo que el lazo sanguíneo del lugar donde se nació o el barrio donde se creció. Si hay voluntad en el alma para ver el fútbol como algo un poco más grandilocuente y distintivo, se puede amar un equipo de afuera: aquél que hable con tu mismo tono de voz, aquél que guste y llene el corazón, aquél por el que se sufra. A fin de cuentas, el gusto por un equipo tiene mucho de amor, y ese sentimiento es tan irracional y caprichoso que no admite ninguna medida ni ningún origen lógico.

Soy bogotano, y no soy hincha de Millonarios ni de Santa Fe, ni necesito serlo. Yo ya estoy casado con un solo equipo, y no hay más espacio para otro.

jueves, 9 de mayo de 2013

Super Nintendo, un viaje en el tiempo.


Los sábados, antes de que saliera sol ya estaba despierto, era un día especial para mí, en unas horas iría al centro comercial La quinta y alquilaría un juego de Super nintendo. Hacía casi un año que lo venía haciendo salvo contadas excepciones. Me levantaba muy temprano, me quedaba con los ojos clavados en el techo hasta que salía el sol, bajaba, me bañaba y me tragaba el desayuno literalmente. A las ocho en punto pasaba barrero por mi casa y cruzábamos la calle para tomar la buseta número ocho que iba por toda la avenida quinta donde quedaba el centro comercial.
La mayoría de las veces éramos los primeros en llegar, nos hacíamos delante de la puerta y esperábamos a que llegaran los dueños, algunas veces había algunos niños liderando la fila, pero por lo general nosotros éramos los primeros. He olvidado el nombre del local, ha pasado mucho tiempo desde aquello, lo que si recuerdo es que el local era de dos pisos, con unas escaleras metálicas que pasaban por encima de la cabeza de los dueños (que eran dos) que estaban detrás de un enorme mostrador negro, atrás de ellos una enorme repisa donde estaban exhibidos los juegos de Super Nintendo, nuestro tesoro.


No recuerdo cuanto pagábamos en esa época, cinco mil u ocho mil pesos, lo cierto es que podíamos alquilar los juegos después de una subscripción en compañía de nuestros padres (Así que me imagino que la primera vez fuimos con nuestros padres o con los de alguno de los dos) y llevárnoslos a casa por todo el fin de semana. Después de alquilarlos rara vez nos veíamos los fines de semana, llegábamos del centro comercial a la casa de Barrero, probábamos los juegos de ambos e intercambiamos opiniones, luego me marchaba a mi casa a jugar todo lo que pudiera. El objetivo de ambos era intentar rescatarnos los juegos durante el fin de semana, de lo contrario tocaba volver a alquilar el mismo juego el siguiente sábado, cosa que no quería ninguno de los dos. Cuando teníamos dudas sobre algún juego o algo que decirnos nos llamábamos por teléfono y luego seguíamos con nuestro juego.

Fueron buenos momentos los que disfrutamos de la simpleza de los 16 Bits y del placer y dificultad de tener un juego original en nuestras manos. Nunca voy a tenerle más cariño a otros juegos que no sean los que rescaté por aquellos años: Zombies ate my neightbors. Top Gear, Donkey Kong, Mario World y muchos más. Ya no hay forma de volver atrás ahora tenemos consolas con grandes juegos que parecen películas y yo no me he quedado atrás, tengo consolas de última generación con más de cincuenta juegos piratas que compro en los San Andresitos y sin embargo cuanto más los juego más recuerdo aquella época en que tenía un solo juego y me tocaba subir al centro comercial en compañía de Barrero para tener así fuera por unos pocos días esos maravillosos juegos.

Infiltrado Táctico :  Gloria eterna a Top Gear que nos enseño a Jugar con Caja Manual.  

viernes, 3 de mayo de 2013

Mayo 3


(En realidad, es mayo 2):

- Hoy tuve otra clase de Expresión Escrita. Esta vez me sentí mal. Pasa que entre todas esas mujeres que aplauden, que hacen bromas y que escriben con cierto entusiasmo, con algo de optimismo y luz espiritual (o al menos alegría espiritual), yo soy el que arrastra todo hacia abajo. Hoy me di cuenta —vi claramente el panorama de mis textos— de que, después del punto alto de energía que deja la lectura de una de estas mujeres, la mía cae como un fardo gigantesco, como una nube que presagia tormenta sobre la vida. Noto que en mis escritos se trasluce un alma triste y herida, solitaria y dada a flagelarse. Me doy cuenta de la oscuridad de mi naturaleza y de que eso es lo único que puedo dar. Hoy, por ejemplo, ni el aplauso recibí, ya convenido el hecho de que mis lecturas son cada vez más oscuras y deprimentes. Me pregunto si querría cambiar esto, y descubro que no. Es mi naturaleza, es mi potencia, es lo que soy: NO hay más que eso. No busques otra cosa: todo está enterrado. Me doy cuenta de que estas clases de los jueves me ponen de frente con mi anomalía, con mi oscuridad, con mi soledad y mis incapacidades. Las veo como soldados enormes e invencibles, y yo solo me disminuyo en busca del único refugio que me funciona, que es el de escribir. Leo y siento en cada poro de mi piel el vértigo del distanciamiento. Cada lectura que hago, sea alabada o no, me aleja más y más de la humanidad, me hunde más y más en mí mismo.

Cosas que he hecho III

- El Cuaderno de los Impulsos es un cuaderno común y corriente, de hojas rayadas, creo que de 80 hojas, tapa blanda, al que le puse una etiqueta enorme en la portada con el nombre que ocurrióseme al escribir notas en el cuaderno. Lo compré junto con el que luego convertí en mi Irregulario, al que también convertí con el gesto de ponerle una etiqueta con ese nombre. Me gusta convertir cosas con el simple hecho de ponerles un nombre. Admito que descubrí el agua tibia del bautizo, pues eso hice, bautizar (¿o rebautizar?) ambos cuadernos, pero no por eso dejo de sorprenderme con esto, pues con el nuevo nombre hay una nueva mirada, y con la nueva mirada hay una forma diferente de hacer uso de los objetos. Por eso cuando miro ambas cosas ya no veo cuadernos... o bueno, sí, pero siento que son otra cosa además de cuadernos, y si llegara a escribir en alguno de ellos un teléfono o algo de la urgencia del momento, o si llegara a arrancarles una hoja o algo por estilo, estaría destruyendo a los nuevos objetos, a los objetos transformados, y serían una pérdida en cuanto a que perderían el nuevo propósito que vino con el nombre, y volverían a ser cuadernos comunes y corrientes... y no quiero eso, no con estos dos.

Basta de chácharas, vamos al grano... a través de más chácharas. Pero dirigidas a explicar un poco de qué se trata el Cuaderno de los Impulsos.

Ejercicios

De John Gardner (Para ser novelista):


El error del joven escritor que imita lo que ve en la televisión en lugar de lo que ve en la vida real es, en esencia, el mismo que el del joven escritor que imita a otro anterior a él. Puede parecer más prestigioso imitar a James Joyce o a Walker Percy que Todo queda en familia; pero a las imitaciones literarias les falta lo que se espera de toda buena literatura: la visión propia del autor.Esto no quiere decir que la imitación no sea un recurso útil en el aprendizaje. Hay profesores que la recomiendan en ese aspecto, y en el siglo XVIII se consideraba el medio idóneo para aprender a escribir. Como he dicho antes, se puede aprender mucho mecanografiando palabra por palabra una obra de algún gran escritor: es una forma de leer con mucho detenimiento. Y se puede aprender mucho estudiando a un escritor al que se admira y trasladando todo lo que dice a la propia manera de ver las cosas. Pero por regla general, cuanto más exhaustivamente se analiza a un escritor, más claro se ve que la forma de escribir de éste nunca podrá ser la propia. Ábrase una novela de Faulkner y cópiense unos cuantos párrafos, pero cambiando las particularidades para que se correspondan con el mundo que uno conoce.
(...)
Crearse ejercicios propios. Por ejemplo: –Escribir una frase de cuatro páginas, con sentido (y sin hacer trampas usando dos puntos y puntos y comas que son en realidad puntos).–Escribir un pasaje de dos o tres páginas de buena prosa (es decir, que se lea con facilidad) con frases cortas.–Describir un breve incidente en cinco estilos completamente diferentes; por ejemplo, un hombre tropieza al apearse del autobús y al levantar la vista ve a una mujer sonriendo. Mejorar el vocabulario, pero no a la manera del Reader's Digest (que preconiza el uso de palabras largas y rebuscadas) sino copiando sistemáticamente del diccionario todas las palabras relativamente cortas y comunes que le parezca que no suele emplear, incluida su definición si es necesario, y forzándose después a usarlas como si se le ocurrieran espontáneamente; dicho de otra manera, a usarlas con la misma naturalidad con que se conversa en una fiesta.

Hay que hacerle caso a ese hombre.