Debería revisar mi motivación.
Todo partía de la sensación de extrañeza, de mi soledad, de mi insatisfecha
necesidad de amor. Todo partía de la frágil visión que tenía de mí mismo, de
verme como un ser debilucho e inútil. Trataba de compensar todo eso con algo de
magia y de fe. Aspiraba de una forma casi religiosa a algo que me salvara o me
redimiera, que limpiara el pecado de mi cobardía. Así que escribía. Ahora no
puedo. Todo lo que hago me sabe a raro, a metálico. El fuego eterno se apagó:
el hambre, las ganas de ir adelante, contra todo y con todo. Mi rebeldía, mi
mal genio, mi impotencia como hombre y la enorme ausencia de mi madre me
impulsaban. Todas esas cosas siguen ahí, pero ahora parecen hechas ceniza.
Antes eran fuego, vida. Ahora se han secado y se han convertido en una costra
de resignación, y quizás de algo de resentimiento.
Lo que sé es que detrás de todo
eso lo principal era mi búsqueda de amor. El amor fue el que me hizo empezar a
escribir, el amor fue el que me mantuvo despierto muchas noches. La posibilidad
de amor fue la que me hizo querer dar pelea. Pero el tiempo ya ha pasado. Lo
digo como un anciano, y probablemente en cierto modo lo sea, porque presiento
que tengo la muerte cerca. ¿No podría entonces ser esa una especie de madurez,
de revelación? ¿No podrá ser esta voz de anciano la de alguien que empieza a
revisar su existencia antes de dejarla? No digo que me vaya a autodestruir
porque ya crucé ese límite. Debo reconocer que la ilusión de escribir y la del
amor —la del amor que aún creía poder conseguir una vez me redimiera— me salvaron.
Creía que escribir me permitiría alcanzar el amor, y de hecho fue así. Sentí el
amor del mundo, el amor superior, el amor fraterno, pero del amor visceral, el
amor de carne, de cuerpo, de mujer, de ser humano, me resultó tan esquivo que
llegué a concluir que me está prohibido. Deberían bastarme las otras formas de
amor, más espirituales y perfectas, pero tengo un cuerpo humano, así que no.
De manera que todo es una
justificación de eso, de por qué el amor puede serle prohibido a alguien. De
cómo una naturaleza inclinada a lo oscuro, a la tristeza y al dolor mancha y
anula cualquier necesidad de luz. De cómo no hay salvación. De cómo la fe no
basta. De cómo no hay cura. De cómo se vive como un alma condenada. Eso creo:
hay almas que tienen que pagar una condena, porque se hizo algo malo antes.
Esas almas vuelven a cumplir un ciclo en esta vida, pero cargan con un castigo,
con una seña. Creo que mi alma es una de ellas. La sangre teñida de negro es la
materialización de eso en Adaleón.
He ahí el problema: que dejé de
creer en la salvación, mis esperanzas se están apagando. ¿Entonces qué sentido
tiene llevar a Adaleón a otra revelación tan triste como la que yo estoy
teniendo? Sería fracasar doblemente. Podría decirse entonces que la literatura
es el camino, que ella me ofrece esa posibilidad, que si yo no pude en mi vida,
Adaleón sí. Pero es muy difícil escribir sin fe y sin amor, sin fuego eterno.
Es muy difícil sin convencimiento. Es muy difícil cuando ya no se ve ninguna salvación
en el mundo real. Me estoy resignando poco a poco a esperar mi momento, el fin
de mi condena. Trataré de no hacer daño, de no destruir nada, mientras espero
tranquilamente mi libertad. Podría construir tal vez, escribir esa gran novela
que todos dicen ver, pero la verdad es que estoy muy desilusionado y no veo de
qué pueda servir, si eso no embellecerá ni salvará a nadie.
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