Empecé a escribir aquí con algo
de entusiasmo, o quizás por puro empuje maniático. Además, teníamos cierto
arreglo entre los tres para asegurarnos de que mantendríamos la actividad. Y
eso funcionó más o menos bien por un tiempo, hasta que a Alfonso le dio por
irse, en una decisión que todavía hoy repruebo.
Cuando Alfonso se fue el arreglo
perdió efecto, y por lo tanto él dejó de preocuparse por seguir activo en sus
publicaciones. Por ahí todo se fue al diablo, porque luego Carlos y yo también
perdimos la preocupación.
En mi caso puedo decir que yo no
escribía por la restricción del arreglo sino por esa energía desbordada que me
provoca algo nuevo (una energía que, por cierto, ya no llega casi con nada).
Sin embargo, poco a poco perdí la motivación al ver que los fundadores de este
espacio le perdían el interés. Me dejé llevar por esa parsimonia y reduje el
ritmo de publicaciones. A mí nadie me lee, a nadie le importa un diablo lo que
pongo o no, salvo al reducido círculo de mis conocidos directos y relacionados
con el blog, o sea, al mismo Alfonso, a Carlos y a Gina. Del resto de público
no sé nada y no me interesa saberlo.
Esta vez recurro a esto porque
necesito exorcizar y seguir un consejo que me dio mi padre, aunque por otro
camino: mover la mata. Una inconformidad ha crecido dentro de mí últimamente, y
cada pequeña cosa que ocurre o que veo la nutre, la hace más visceral. Tengo
una especie de violencia retenida que va a salir en algún momento, aunque no sé
cómo ni con qué intensidad. Seguramente me pelee con alguien u ofenda a
alguien.
Estoy pasando por una más de esas
etapas en las que todo me fastidia y prefiero estar solo. Debo decir que esta
tierra me tiene saturado, que no soporto más el acento de la gente, ni sus
mañas, ni su histeria, ni sus palabras, entre muchas otras cosas. Hace poco
estaba viendo televisión y vi a una rubia vanidosa y que hacía un puchero
inconsciente con la boca: maldita puta; también había un gordo excesivamente
desagradable, que parece que solo se puede mover con una grúa, despeinado,
hablando gangoso, seguramente sin bañar; y estaba eso, toda esa parafernalia
horrible de acá, y entonces todo mi asco se desbordó en una reacción física e
impotente. Hice “Puagh” o algo así y cambié canales sin pensar, como si
corriera por el televisor, huyendo de esos argentinos.
Ya estoy cansado de la comida, de
los sitios, del clima, de la vieja que me alquila habitación, del taller, de la
mirada enfermiza y malintencionada de todos. Porque así es como te miran acá:
con doble intención, con resguardo, como jugadores ocultando el as en la manga,
solo por si acaso. Ya no soporto más este país y estoy al borde de ser un malagradecido.
Si bien debo reconocer que aquí encontré puertas abiertas y un vehículo de
salvación —un paño de agua fría para mi espíritu inmolado—, también es cierto
que este país me está quitando mi humanidad y lo poco de bueno que había en mí.
Me he vuelto más oscuro que antes, más triste, más cerrado. Yo ya no puedo ver
a las personas y sentirme conectado con ellas; me siento como de otra especie,
de otro mundo, de otra naturaleza. No me interesa acercarme a nadie porque
significa demasiado esfuerzo, demasiada energía, demasiado tiempo, y al final
todo eso se retribuye mal y te hacen una cagada. No confío en las mujeres
(argentinas, por lo menos), así que cualquier atracción física queda sepultada
bajo mi prevención y mi resentimiento.
Antes amaba, antes creía en que
esa llama eterna y viva podía existir en mi corazón, y confiaba en que algún
día encontraría a alguien que la alimentaría. Nos sentiríamos bien al abrigo de
esa llama y nada podría separarnos. Pero aquí me di cuenta de que esa es una
fantasía idiota e impracticable, inoculada por la fantasía colectiva que los
medios y las esperanzas absurdas de los demás mortales sustentan. Me di cuenta
de que eso no existe —no para mí—, que moriré solo y amargado. Mi llama es un
simple lucero en el desierto y a nadie le interesa y nadie se va a acercar, o
si se acerca los perros salvajes de mi espíritu devorarán o asustarán a esa
pobre persona. Llama en el desierto: se está pagando. Es culpa de este país, de
la desilusión que sentí con alguien, del alimento que ha recibido mi sensación
de extrañeza, de que no pertenezco, de que no tengo pares en este mundo. Es
culpa de estas mujercitas desconfiadas, mentirosas, bonitas, oscuras, locas,
vanidosas, burdas: mujeres horribles, detestables. No te recomiendo una
argentina: tarde o temprano te va a clavar una daga. Es culpa de esta sociedad
neurótica, histérica, gritona, traumatizada, ampulosa, cenicienta, gris,
patética; es culpa de este borde de humanidad que ahora todo el conjunto me
asquee y, sobre todo, me asuste.
Antes tenía otro fuego interno:
mi voluntad de superarme, de destacar en algo, de grandeza. Quizá fuera un afán
megalómano, pero al menos me hacía seguir adelante, me llevaba contra todo y
con todo, hacía que me ganara el respeto de mis maestros. Ahora ese fuego
también se apaga y empiezo a creer que la grandeza no tiene sentido, que no
pasa nada si dejo de intentarlo, que no tengo madera de gran escritor ni de
gran dibujante ni de gran nada. Que puedo ser un tipo que disfruta sus momentos
de soledad en los que juega ajedrez por internet o se masturba o ve videos o ve
partidos de fútbol o come solo. Si disfruto todo eso, y la vida es una sola, y
se trata de disfrutar, ¿para qué mierda me mortifico por buscar algo más? Ya lo
tengo casi todo, ya no quiero buscar nada. Ya no tengo hambre: me he vuelto un
ser obeso y perezoso que solo vive por inercia. Y no veo nada de malo en eso
porque me siento, al menos, sereno. Antes sentía que debía buscar algo y me
mortificaba por no obtenerlo; ahora simplemente me di por vencido y me resigno
con lo que tengo.
Me dirán: “Pues váyase, tan
marica”. Si fuera tan fácil huir como lo hizo Alfonso ya lo habría hecho. Pero
no puedo huir, quizás por una cobardía de igual proporción pero distinto
efecto: me cuesta trabajo dejar lo que tengo aquí, los lazos que me atan; debo
decir: lazos puramente burocráticos. Por un lado, está la supuesta carrera que
estoy estudiando, que para ser sincero parece un chiste y me aburre tremendamente,
pero bueno, es un diploma, relativamente fácil de conseguir y del exterior, que
debería abrirme puertas en Colombia (algo de todos modos cuestionable). No
tengo diploma colombiano, ni siquiera tengo el del colegio, así que en
resumidas cuentas, que es como todo el mundo te ve cuando le das una hoja de
vida y esperas conseguir un trabajo, en mi resumida cuenta, soy un don nadie,
no sé nada y no he hecho gran cosa con mi vida. Si me voy a Colombia en este
momento volveré al punto de antes, a ser un don nadie, a sobrevivir allá, y
entonces pasaré a odiar de nuevo a una tierra que desde acá anhelo, extraño y
quiero con todo mi corazón. Al menos, un papelucho les dirá a los demás que
hice algo en este tiempo. También me dirán: “¿Y qué importa lo que piensen los
demás?”. Ah, ingenuo tarado: el mundo es así, esa mierda importa si quieres
ganar plata y comer.
Está el taller. Estoy inconforme
con el taller últimamente. La energía se dispersó, se hacen más chistes de lo
que me gustaría y el nivel es francamente paupérrimo. Ya no me interesa lo que
llevan los demás y yo, que soy un parásito, que me prendo de los otros,
necesito rodearme bien para poder subir mi nivel. Es como un equipo de fútbol:
Riquelme solo no puede hacer todo en Boca; por más que juegue bien, es muy
jodido si ninguno de los otros diez avanza y si el técnico no encuentra
respuestas. Antes me motivaba ir al taller porque sabía que al menos iba a
haber una lectura buena, que al menos me interesaría escuchar a uno de mis
compañeros y que Pablo se motivaría por hacer la devolución. Ahora lo único que
llevan son ejercicios aguachentos y la misma repetición del mismo cuento una y otra
y otra vez. En los descansos no me interesa hablarle a nadie y cuando salgo
tampoco me importa si me voy solo. Antes no era así, antes había más unión de
grupo… por lo menos para mí. A veces me pregunto si este taller va en serio o
no. De todos modos me siento obligado y no veo una forma decente de expresar mi
malestar sin herir susceptibilidades. Me siento obligado con Pablo, que me ha
soportado dos años ahí casi gratis, con Piedad Bonnett; no me gustaría defraudarlos.
Pero últimamente, cada vez que pienso en eso, me veo empujado al desinterés y
al desgano. Por ejemplo, Piedad no me respondió un correo y eso me ofendió y
dejé de escribirle (así soy). Y también he llegado a preguntarme si Pablo no me
está dando devoluciones un poco condescendientes. Generalmente hace chistes en
medio de las devoluciones. Estoy otra vez en un momento en el que solo una
respuesta de afuera me puede encauzar de nuevo, porque me salí del rumbo, solté
el timón del carro y no me interesa: que se vaya a la “cuneta”, como le dicen
acá, y se estrelle contra un árbol, no me importa. La última vez que esto pasó
apareció alguien y dijo “Mierda, se va a estrellar, coja el timón”, y eso hice
y como que me salvé y avancé un poquito en la autopista. Ahora acaba de darme
otro trance. Allá voy, directo al accidente, el camión se viene encima… y creo
que estoy cómodo con eso. No digo que no me importe… creo que sí porque de otro
modo no escribiría, pero estoy cómodo, tranquilo, quizá resignado.
La verdad he quedado estupefacta, sorprendida, abrumada al terminar de leer este post. Soy argentina, no porteña sino entrerriana, y sé muy bien las deficiencias de este país en cuanto a su gente. He visitado Capital y entiendo perfectamente la sensación que transmiten las personas caminando por la calle, en los negocios, hasta los parientes y amigos. Es lamentable que así vivan, que así sientan, que así se relacionen, no hay un vínculo sincero, espontáneo de nada. Todo es medido, calculado y se rigen por la premisa de que todos te quieren cagar.Yo no podría vivir así sinceramente.
ResponderBorrarCon respecto a la escritura a mí tampoco nadie me lee, a excepción de una amiga y mi novio. Pero sigo escribiendo igual porque es mi manera de expresarme y de hacer catarsis. Obviamente que me gustaría publicar algún día y que mis historias sean leídas apasionadamente por una persona pero...por cómo están las cosas, es casi imposible eso. Sin embargo, poco me importa (o por lo menos por ahora). Escribí toda mi vida y recién ahora, casi cerca de las tres décadas, pienso en la posibilidad de publicar (por mi cuenta, obvio)no porque me considere una gran escritora sino porque me indigna ver cada tonta vanidosa o gordo apestoso que publican sus libros y la gente los compra y los lee!, que me siento con cierto descaro y libertad de publicar lo que quiera.
Sin más que decir, me despido ;)
Saludos y que no decaiga!
Juan, lo único que es una obligación para el hombre es la muerte, así que las posibilidades de vivir, mal o bien son enormes. Tener una vida de gordo como al parecer está viviendo últimamente(y que a mi me perseguirá siempre)es una opción más que agradable y respetable y no debe renunciar a ella sino lo desea. Ahora bien, usted ya ha demostrado que tiene algo que contar, casi como una misión y me parece que lo más justo es que la termine, por usted y por los que creemos en lo que escribe. Es cierto que sino lo hace el mundo no se va a terminar, pero sería muy triste al menos para mi(y me imagino que para los que hemos leído algunos capítulos)que todo se vaya a la mierda. No soy nadie para saber si usted es o no escritor(yo creo que si)pero de que tiene una misión la tiene, pero como dice en la intro del blog, si no lo hace la cosecha de la vida continua.
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