- Me acabo de dar cuenta de que
la razón por la que no estoy escribiendo bien es que estoy demasiado encerrado.
Si bien detesto hablar con otro ser humano que apenas conozco, si bien
cualquier cosa me molesta de cualquier persona, necesito estar entre seres
humanos funcionales, que tienen pareja y trabajo y casa y quizás hijos y hasta
un perro. Necesito rodearme de eso que me resulta tan ajeno e inalcanzable,
sintiéndome como un intruso, como un vigilante, como un fantasma que registra.
Yo no soy más que eso. De eso se trata lo que escribo y quizás esa es mi forma
personal de absorber energía: capturando a los demás —antes dibujándolos, hoy
escribiéndolos—, robándoles partes para mis propias creaciones. En estos
últimos días he acentuado demasiado mi encierro.
A propósito de eso, también sé
que Argentina es mi cueva, que este es el lugar al que vine para hacer cosas
que nadie sepa y sin que me vean ni midan el paso del tiempo en mi cuerpo o en
mi rostro. Argentina es el refugio al que escapé, en el que me aislé del que
todavía considero mi mundo real. El de Argentina es un estado mental y
espiritual, un retiro, quizás un largo viaje a bordo de una novela frágil que
hace agua en cada tormenta.
Lo que yo soy acá no es el Capablanca de verdad, pero sin
duda, cuando vuelva a la realidad, cuando despierte de este profundo coma,
quedaré marcado por el álter ego con
el que me muevo actualmente. Probablemente hable distinto, probablemente mire
de forma distinta, probablemente me sientas distinto, probablemente huela y me
mueva de otra forma (¿más ligera? ¿Más pesada?), y es probable que esas
secuelas no te gusten.
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