(En realidad, es mayo 2):
- Hoy tuve otra clase de
Expresión Escrita. Esta vez me sentí mal. Pasa que entre todas esas mujeres que
aplauden, que hacen bromas y que escriben con cierto entusiasmo, con algo de
optimismo y luz espiritual (o al menos alegría espiritual), yo soy el que
arrastra todo hacia abajo. Hoy me di cuenta —vi claramente el panorama de mis
textos— de que, después del punto alto de energía que deja la lectura de una de
estas mujeres, la mía cae como un fardo gigantesco, como una nube que presagia
tormenta sobre la vida. Noto que en mis escritos se trasluce un alma triste y
herida, solitaria y dada a flagelarse. Me doy cuenta de la oscuridad de mi
naturaleza y de que eso es lo único que puedo dar. Hoy, por ejemplo, ni el
aplauso recibí, ya convenido el hecho de que mis lecturas son cada vez más
oscuras y deprimentes. Me pregunto si querría cambiar esto, y descubro que no.
Es mi naturaleza, es mi potencia, es lo que soy: NO hay más que eso. No busques
otra cosa: todo está enterrado. Me doy cuenta de que estas clases de los jueves
me ponen de frente con mi anomalía, con mi oscuridad, con mi soledad y mis
incapacidades. Las veo como soldados enormes e invencibles, y yo solo me
disminuyo en busca del único refugio que me funciona, que es el de escribir.
Leo y siento en cada poro de mi piel el vértigo del distanciamiento. Cada
lectura que hago, sea alabada o no, me aleja más y más de la humanidad, me
hunde más y más en mí mismo.
Aquí disiento con usted... no conozco el texto que leyó, pero no siempre los aplausos son un indicador de éxito en algo. A veces ni son sinceros. Quizá dejó usted pensando a más de uno. O al menos a uno entre todos los de la clase. Y con eso es suficiente para que valga la pena dejarse el cuero, así sea en la clase de los jueves.
ResponderBorrarEstoy de acuerdo con Fonso, y aunque no sé de la clase del jueves, desde acá recibes un aplauso por tus entradas.
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