A ver si así se despiertan, hijueputas.
- Hoy estaba viendo una película.
Iba bien, incluso me sentía un poco identificado con el protagonista. Entonces
la historia adoptó un giro, hicieron la misma movida barata de siempre, la que
embrutece personas y en el fondo las deja descontentas con su realidad. Ese
recurso industrial para atraer masas y dejarlas contentas, para darles redención
en su entretenimiento, hacerles creer que existe, que la vida es un orden del
que siempre sales bien parado. Esa mentira promocionada y edulcorada, que une a
personajes que en la vida real quedarían separados, que les da contento a
personajes que la pasaron mal, que los hace terminar con una sonrisa, que les
da una salida feliz a sus problemas. Pero la vida no es eso, y durante mucho
tiempo yo viví maravillado por esa mentira. La buscaba y la añoraba como un
imbécil; bajaba mis defensas esperando que en mi historia se diera el giro ese
que tanto había visto, que vi hoy. Lo cierto es que ese giro nunca se dio ni se
va a dar. Es imposible, la vida no es así. No todo puede ser redondo.
Por eso le tengo respeto a
quienes no se dejan llevar por esa corriente, a quienes tienen la lucidez para
producir algo efectivo sin caer en decoraciones ni alegrías preparadas. Me
gusta una obra, una cosa que no ofrezca redención. Mi novela debe ser así, por
mi compromiso moral conmigo mismo, con lo que soy y con lo que he vivido.
Adaleón no puede terminar bien, porque la vida no siempre termina bien, porque
aquello que debe ser contado no se sustenta en finales felices. Estos son
inalcanzables, difusos, escasos. Por eso admiro por encima de todo a Carver,
que no tuvo piedad con sus personajes y, sin embargo, los amó y los entendió
porque fueron una medida de sí mismo. Por eso admiro la inmolación de Ahab, la
reclusión de Humbert Humbert, el castigo de Raskólnikov. Por eso de todo el
ladrillo de televisión que soy capaz de ver en un día rescato una propuesta
como la de Seinfeld: sin concesiones, cruda, de personajes egoístas, locos e
inconscientes, que con su cinismo supieron adaptarse al mundo. Por eso me
gustan las excepciones como la de El luchador, o Flores rotas. Esas son medidas
mucho más reales de humanidad y de vida que un pastiche manoseado y preparado
para hacer cosquilleos en la boca. Lo otro es, en alguna proporción,
antinatural. Cuando ves a alguien decididamente optimista, en el fondo te
preguntas si es de confiar, si algo le anda bien.
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