Marzo 16
- El jueves fui a clase: Gramática
textual. (Qué pomposo suena, y en realidad no me queda una mierda de todas esas
clases). Era un grupo pequeño: seis mujeres y yo. Una de las mujeres era una
anciana. Tan pronto entré la profesora me presentó y me preguntó por mi
ausencia el año pasado. Dije que había estado en mi país y ahora había decidido
regresar. Me había inventado esa historia el año pasado y decidí sostenerla. La
anciana me preguntó si me habían dejado salir. Le contesté que sí, pero luego
pensé (y me atormenté toda la clase con eso) que su pregunta tenía un sentido
raro, marcado por su sonrisa irónica.
—What the fuck do you mean?
- Después tuve Práctica profesional
II: nos pusieron a hacer una exposición para abril sobre la historia del libro.
Tengo que decir algo sobre el siglo XIX en ese asunto. Maldita sea: qué viejo y
displicente estoy como para ponerme en ese plan. Esto haré: el día anterior, a
las diez de la noche, buscaré alguna estupidez y me la aprenderé para
recitarla. Después dejaré que la profesora (y quizás las otras seis mujeres)
llenen los vacíos posibles de mi exposición.
- Después, por la noche, en otro
grupo, tuve Literatura I. Voy al taller de Pablo Ramos, dejo mi sangre, mi
espíritu y medio corazón en eso. Aprendo cómo se escribe, cómo se apuesta el
alma en el asunto, cómo se hace la magia. Y el jueves tuve que sentarme a
escuchar una baba teórica al respecto que no me dejaba nada. ¿De qué me iba a
servir saber lo que pensaba Bajtín cuando tuviera que enfrentarme a mí mismo,
explorar la naturaleza de mi espíritu y derrotar mis sombras? ¿Cómo podría un
nombre o una frase aprendida de memoria defenderme de la voracidad de la
literatura de verdad? Se podría decir que amplío mi cultura general, pero la
verdad eso a mí me tiene sin cuidado.
Había un tipo haciéndose el
payaso. Marcolli, Marconi… no sé qué mierda. Buscaba lucirse. El profesor pedía
un ejemplo de algo y él hablaba; el profesor pedía una opinión y él la daba;
remataba sus intervenciones diciendo: “Recuerde mi apellido”. La gente se reía.
Yo, a tres puestos de distancia, pensaba: “Maldito payaso”.
Las cosas que hay que hacer para
conseguir un papelucho y ser considerado un humano decente más.
- Después tuve Expresión escrita.
El profesor nos pidió que escribiéramos algo a modo de presentación. Mis
compañeras de ese grupo (otra vez, ¡todas mujeres! Todas correctoras)
refunfuñaron. Se enfrentaron al papel con dudas: borraban, escribían lento,
calculaban. Cada una le entregaba al profesor una hoja. Yo le entregué
cuatro, y terminadas a la carrera, porque se me había acabado el tiempo; si
hubiera podido le daba diez páginas, ¡una novela quizás!
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