Gibbs, Koscielny, Mertesacker, Jenkinson, Fabianski, Giroud. Walcott, Arteta, Ramsey, Rosicky, Cazorla. |
Hoy mis amigos me invitaron a almorzar
y a ver el partido de Arsenal. Por cuestiones de tiempo no alcanzaba a ir donde
ellos, pero si hubiera podido solo habría ido a almorzar. Los partidos de
Arsenal tengo que verlos solo. Es demasiada energía mental, física (la forma en
la que camino de un lado a otro podría abrir una fosa en mi cuarto) y
espiritual. Pongo demasiado, se lo entrego todo al equipo, me desgasto, grito,
discuto, me pongo mal, loco, eufórico, triste, he estado al borde del llanto
dos veces. Este espectáculo, como el de escribir, necesita hacerse en soledad.
Los partidos de Arsenal los veo encerrado y nada puede interponerse entre ellos
y yo. Nada es más importante. Una vez puse algo por encima de Arsenal y me
arrepiento todavía. El beso por el que cambié el segundo partido de Barcelona
contra Arsenal en la Champions de dos temporadas atrás no me dejó nada sino
miseria.
Cuando escribo lo hago como un
mago: en una gruta oscura y silenciosa, mezclo los ingredientes, peleo y le doy
mi alma al computador. Para ver a Arsenal es casi lo mismo: me aíslo de la luz,
me quito la camisa y me muevo constantemente. Sé que todo este despliegue de
fuerza mental no es un desperdicio, sé que los jugadores, por lejos que puedan
estar, lo reciben. Sé que mi aliento los nutre y les da vigor, sé que un grito
mío es un pálpito en el corazón de ellos. Ah, si tan solo pudieran (mos) hacer
más.
Este es el secreto de la pasión:
Arsenal y yo somos uno, compartimos nuestra esencia. Esto va de un diario
viejo:
- Ayer estaba delirando y
entonces llegué a la conclusión de que estoy hecho a imagen y semejanza del
equipo al que tanta fuerza le hago. Veamos:
El Arsenal es un equipo que ha
mantenido una idea de juego específica a lo largo de la última década, y la ha
defendido por encima de los intereses económicos y las exigentes metas del frenético
fútbol actual. Es un equipo que cree en la paciencia y que un estilo de juego
refinado y de buen manejo de balón, aunado a una política de incorporaciones en
la que prima la formación de talento desde la cantera, trae, invariablemente,
buenos resultados. El gran éxito del Barcelona puede avalar su obstinada
defensa de dicho ideal; sin embargo, en los últimos cinco años, esto es, la
mitad del tiempo que ha defendido dicha idea, ha tenido que verse
constantemente superado por equipos como el Manchester United o el Chelsea, que
son un poco más agresivos en sus fichajes y manejan filosofías de juego
diferentes, no tan respetuosas de la estética como la suya. No obstante, este
equipo permanece fiel a sus valores, mantiene la fe en su proceso y su
convicción de que hace lo correcto resulta tan inquebrantable que a veces se
puede tildar de simple terquedad.
De ese mismo modo, yo me veo
continuamente superado por individuos que se manejan en una forma un poco más
descuidada e inmediata que yo, que velan tan solo por sus necesidades físicas y
que difícilmente tienen respeto hacia algo sagrado (distinto de Dios, que a fin
de cuentas es un simple artificio). Se me ocurren muchos ejemplos que podría
citar para aclarar este punto, pero eso sería salirme demasiado de la ruta que
lleva este registro: tendría que mencionar algunas personas y explicar su
relevancia en un ámbito ajeno al del trabajo. De manera que pido una concesión
en ese sentido y que se me deje establecer esa disparidad entre mis ideales,
mis desproporcionados parámetros morales cuyo éxito y/o recompensa potencial
jamás parece concretarse, y la decadencia de un mundo en el que, simplemente,
fui incapaz de ganar trofeos a través de dichas convicciones.
En el último párrafo me refería a
mujeres, también un poco a la literatura o, para abarcar todo lo que he hecho,
al arte. Cada día, cada partido, cada temporada, cada derrota de Arsenal me
hacen volver a este texto y revalidarlo. Arsenal y yo somos muy parecidos: nos
cubre una nube de tragedia, de inseguridad, de timidez, de torpeza y
mediocridad. Tenemos mucho talento, mucho potencial en nuestras piernas. Sin
comprar jugadores como si fueran abalorios (Chelsea, Manchester City, Puagh),
sin romper las reglas, sin jugar sucio, en silencio y buscando la elegancia,
tratamos de triunfar. Damos una buena lucha hasta lo que podemos. Sin embargo,
surge alguien con más jerarquía (Manchester United, Bayern Munich) y nos devuelve
a nuestra realidad apocada.
Una vez llegamos a una final de
Champions. Qué cerca estuvimos de coronar, qué talento tuvimos una vez, pero de
repente todo se empezó a caer y las cosas no nos salieron tan bien como
creíamos merecer. Ahora cada vez que veo a Arsenal siento que voy a ver a algo
muy querido debatirse en un ring en el que lo van a masacrar. Sé que voy a
verlo sangrar, sé que voy a verlo lastimado y caído y eso, de verdad, me
entristece. Yo mismo me siento agredido, rebajado, golpeado en mis
convicciones. Parece que el mundo me demostrara que si no compro jugadores de
ochocientos millones de euros no podré conseguir lo que quiero. De todos modos
sigo en lo mío, con mi librito, con mi manual. Adelante, no me rindo jamás,
aunque me entristezco y suelo quedarme atrás, cada vez más atrás. La nube de
tragedia me rodea como una niebla, me borra el panorama de lo que puedo ser.
Cuando llega el momento, cuando
estoy contra las cuerdas, salgo con todo, con la sangre en el ojo, y nada me
puede detener. Así dejo aturdidos a los demás, anoto tres goles, dos goles en
canchas difíciles en circunstancias difíciles, pero me quedo corto, porque la
derrota inicial pesa más. Me cuesta convencerme, me cuesta creer en mí mismo,
me cuesta apretar al rival en su cancha, no sé leer partidos, hace rato que no
gano una copa.
Por eso, algún día, cuando
Arsenal gane un trofeo, sabré que parte de mí alzará la copa —esté muerto o
vivo—. Por eso ansío ver a Arsenal ganar; de algún modo eso me animará a creer
que yo sí puedo ganar en mi vida el título que tanto ansío.
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