- Aunque quiera negarlo, me di
cuenta de que hay algo dentro de mí que añora tener una familia: mujer, hijos.
Una de las escenas que más me
cautiva en cualquier sitio es la de una madre interactuando con un hijo
pequeño. La forma en la que lo alza, le hace gestos alegres, lo cuida,
satisface sus necesidades: todo eso llama mi atención instintivamente. Hasta
ahora me parecía que había algo oculto y maligno en esa atracción, pero leyendo
lo que he escrito, y dándole la mirada de psicoanalista que se me impregnó acá en
Argentina, me doy cuenta de que en realidad lo que late es un profundo deseo de
pertenecer, un anhelo más que un desprecio, como tanto quise creer.
- Hoy fui al instituto. Siento
que tengo que terminar ahí; es mi única salida de este país. Fui con pocas
perspectivas. Necesitaba un discurso para evitar el pago de la matrícula anual
y no tenía nada preparado. La improvisación no es lo mío. Me vi frente al
instituto sin ninguna idea de lo que quería hacer o decir, ni siquiera estaba
del todo seguro de querer entrar.
Timbré. Sonó un zumbido y abrí la
puerta. En la escalera me dije: “Cuánto tiempo”.
Abrí otra puerta más y allí estaba
una rubia que trabajaba ahí. Tan pronto me vio me reconoció (“¡Volviste!”) y
entonces me saludó de beso.
Qué detalle tan nimio, pero hay
que ver cómo resalta en el contexto de mi parca y mínima vida social. Ya me han
saludado/despedido así antes: protocolo. Esto fue distinto. Acúsenme de
elaborar demasiado (pecado persistente en mí), pero es así: ya desde el año pasado había algo, me hablaba
con cierto entusiasmo (Bah, era amable nada más), me advertía por mi constante
atraso con los pagos (era su trabajo), siempre sonriendo (es una persona
alegre).
Oh no. Hay algo ahí, lo intuyo.
Generalmente me doy cuenta de esas cosas, aunque nunca sé qué hacer al
respecto. Es algo que nunca me enseñaron, es una grave carencia. En la manada
los machos cacarean y baten sus plumas, entonan cantos y se golpean el pecho,
bailan alrededor de la hembra y se exhiben. Yo soy un animalito flaco y
silencioso, que se mueve por ahí, buscando sombra y tranquilidad. Soy cojo,
ciego, débil, torpe, callado, ingenuo y deforme (ya hablare de esto último otro
día). No. No creo que vaya a aparearme jamás.
De modo que ahora estoy sujeto a
esta curiosa ensoñación. No sé de qué ridícula manera ese simple gesto en el
saludo me ha dejado excitado (en todos los sentidos en los que se pueda
interpretar esa palabra). Como siempre, fue bastante diligente para ayudarme.
Le comenté que tenía un problema de horarios y ella me anotó las alternativas
para organizar mi estudio. Qué manos tan bonitas tenía. ¿Culo? ¿Tetas? No sé,
no me he fijado en eso; su entusiasmo es suficiente atractivo para mí.
Evidentemente, no me insinué ni
dije nada fuera de lo estrictamente necesario. Incluso empecé a tartamudear a
la hora de hablar de mi horario. Y me despedí como si nada. La única forma de
actuar que tengo es esto, escribiendo. Pero aquí estoy solo y a nadie le
importa.
Oh, detalle cursi: conservo la
cartulina en la que anotó sus cosas. Su letra. Si fuerzo la imaginación puedo
creer que es una carta de amor.
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