Hace poco pasó algo que me hizo
recapacitar en un elemento muy importante para cualquier oficio creativo, al
menos para el que empieza: la relación alumno-maestro. Así lo veo yo:
"Me parecía algo dado, algo cierto
que todos sabían: a un maestro debes respetarlo casi como a un padre. Por algo
te acoges a su criterio, a su taller, a su guía. De nada sirve que te aproximes
a un maestro con terquedad y permitas que tu soberbia disminuya su figura a
favor de la tuya y de tus percepciones miopes y poco desarrolladas. El maestro
está allí por sacrificio propio, por talento propio, por destino propio, y eso
es incuestionable. Si no apruebas su forma de ser o su método entonces déjalo y
busca otro, pero sin odio, sin agresión. Esto es algo que yo siempre he tenido
claro y que he manejado con todos mis maestros, aun por encima de la dureza con
la que me enseñaron. Aunque llegué a creerme inútil, incapaz y poca cosa, nunca
transferí esto a mis maestros, porque ellos para mí estuvieron una dimensión
más allá, fuera del alcance de mi vanidad y de mi rabia, incluso del de mi
amistad. A un maestro tengo que verlo como algo misterioso e inasible, como
algo divino, puesto allí por una fuerza superior, como un elemento de luz.
Mientras es mi maestro, lo despojo de su humanidad, al menos en lo más
repugnante y vulnerable de esta, y lo idolatro. No me vuelvo un obsecuente ni
el miembro de un club de fans, sino que su criterio y sus preceptos son,
mientras esté bajo su amparo, válidos".
Siempre he compartido la idea de que ser maestro SI "es cuestión de fe", paciencia y dedicación; he tenido grandes maestros en mi vida, y a ellos les agradezco muchos aspectos de lo que soy ahora.
ResponderBorrarGracias por tu escrito Juan.