Haré un balance de lo que pasó.
Desde cierto evento que prefiero
guardarme me di cuenta de que algo estaba roto, de que había una base quebrada
en el aparente balance de mi existencia. Si bien estoy tranquilo
financieramente después de mucho tiempo y si bien tenía una especie de
equilibrio emocional, pude sentir a partir de ese evento que algo andaba mal.
Dejé pasar ese evento, pero no
sin consecuencias. Poco a poco esa pequeña mancha fue esparciéndose por el
manto blanco y planchado de mi vida actual. Empecé a sentirme disgustado con
todos y, por ende, conmigo mismo. Muchos pueden ver que me peleo fácil, que soy
un salvaje impulsivo y que no me importa mandar a la mierda o incluso herir los
sentimientos de una persona en uno de mis arranques de misantropía y decepción.
Lo que no se sabe es que esas arremetidas ganan mayor virulencia en mi contra.
Después de darles con un palo a todos yo me doy con un cuchillo, sobre todo al
ver las consecuencias de mis actos.
De manera que fui al taller de
Pablo y leí un capítulo, con el que me fue mal. Volví a sentirme desorientado y
atascado en una escena puntual. Estaba entusiasmado con ese capítulo (aunque
todo el mundo siempre está entusiasmado con lo que lleva y yo ya debería estar
bien curtido en eso). Después del desangre me di cuenta de que todo iba mal, de
que todo estaba mal puesto, y entonces me pareció que el mundo real estaba
mostrándome otra vez sus colmillos.
Dos días después, el jueves, tuve
que leer el texto que había hecho para una clase de Expresión escrita. En ese
momento pasó algo:
Entonces arremetí, con el cuero duro, después de la mierda del taller de esta semana. Leí con fuerza, templado, acostumbrado al escrutinio. Pude sentir toda la atención concentrada, todos escuchando, conectándose, la devastación, el huracán de mis letras.
Cuando terminé sentí ese Uf de los demás, el que siempre anuncia que lo que hice llegó al alma.
Deduje que no podía dejar de escribir
y privarme de esos pequeños momentos gloriosos.
En general pasaron otras cosas pero lo
que viene al caso es eso de escribir. Me di cuenta de que sea para el público
que sea, o aunque no sea para ningún público y me ignoren, me resulta necesario
y casi sano escribir esto. Ahora bien, cabe considerar por qué decido retomar
las publicaciones…
Escribo esto después de hablar con
Alfonso, y me di cuenta de que hay un nivel de comunicación que va más allá de
nuestras charlas y experiencias: el de lo que escribo y pongo acá (o antes en
mi Facebook). En ese nivel hay mucha más sinceridad que en mi comportamiento
corriente, el cual no es mentiroso tanto como cerrado, introvertido. En cambio,
el rastro que voy dejando con lo que escribo les permite (a Alfonso y a Carlos)
conocerme y entenderme en una medida que no pueden dar mis palabras habladas.
De eso se trata escribir, al menos para mí: darme una dimensión más
comprensible y franca. Así que, como una cosa de los tres, seguiré escribiendo
y publicando acá, sin cuidado de la atención o importancia que pueda tener en
otros ámbitos o lectores. Los que me importan son ellos dos, los fundadores de
este blog.
Cuando pierdo el balance todo me
parece una mierda almibarada e insoportable. No me aguanto los buenos deseos ni
las felicitaciones ni los arrumacos entre otras personas. Quizás porque
precisamente es lo que más anhelo y no recibo. Por eso necesito distanciarme,
porque el disgusto va fermentándose dentro de mí, burbujea y después hace
erupción. Entonces eventualmente la explosión le quema la cara a cosas que no
se lo merecen, como este blog, o a personas desprevenidas. Si me aíslo y
controlo la explosión, no corro el riesgo de hacer estupideces, aunque aún no
tengo buena práctica en eso. Una vez, una explosión me hizo perder a alguien;
otra, me gané un disgusto con mis primos que duró unos cuantos años. Así soy.
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