viernes, 7 de junio de 2013

Carver

No sé por qué Carver me hace sentir acompañado. Leer un cuento suyo me refugia, me reconforta. No tiene mucho sentido, si se considera que él fue implacable con sus personajes. Tan pronto ellos encuentran un escudo, un lugar en el que se pueden sentir mejor, él se lo arrebata, sin remedio. De este modo los hunde, sin misericordia, y los deja frente a algo enorme y doloroso, frente a su vida rota y desinflada. Los vecinos bajan los brazos cuando pierden su refugio; la casa de Chef tiene que ser devuelta; la señora Webster se va y deja a Carlyle otra vez con sus niños. Todos ellos quedan como vencidos, humillados, adoloridos. Entonces, resulta raro que yo anhele ser un personaje de esos; resulta raro que yo sienta tanta empatía por esos personajes, que yo sienta su mundo como propio, que yo quiera ser el que se queda ahí vencido, humillado y adolorido.

Carver los deja así para la eternidad. ¿Qué solución pueden tener? El cuento pasó, los inmortalizó y los dejó ahí suspendidos, en actos estúpidos de derrota. Yo me siento así continuamente, todo el tiempo: me siento eternizado en ese estado, sin salida, sin reparo… pero no soy un personaje, no soy un cuento, no tengo un título. Quizás si lo tuviera todo estaría justificado. Tal vez por eso desearía ser un personaje.

Hoy leí “Fiebre” y me conmoví mucho. Siempre me dicen que con Carver “no pasa nada”, pero sí que pasa. En mi alma todo se llena y adquiere un significado, al menos temporal. Todo parece ordenado y planeado, como la prosa de él. Todo parece limpio, sereno, contundente. Todo está preparado para llevarte a sentir algo que sembró desde el vamos, para que te sorprenda ese dolor y esa transformación silenciosa. Nada ampuloso, nada sonoro: Carver ajusta la mira, con precisión de francotirador, a un punto específico de tu alma. Es el escritor de mejor puntería en toda la historia.

Me siento en un comedor y los veo a todos como personajes de Carver; me dan ganas de escribir sobre ellos como si fuera Carver (un atrevimiento absurdo e imposible). Hoy, en particular, me siento como Carlyle (¿cómo es que un nombre tan jodido como ese puede funcionarle a Carver?). Siento que me abandonaron y que a pesar de las distracciones amo profundamente a la mujer que me dejó: esa mujer que enloqueció porque necesitaba algo a qué aferrarse y lo consiguió, se serenó, y ahora incluso parece haber desarrollado una percepción extrasensorial.

Si hubiera podido conocer a Carver le habría dado un abrazo… creo… si mi sequedad lo hubiera permitido. Es un escritor que realmente admiro, que realmente valoro. Irónicamente, esa mujer que me dejó a un lado se quedó con un libro de Carver mío, y nunca lo leyó, y nunca lo va a leer. Le di algo muy preciado para mí, no lo apreció y nunca me lo regresó. Sin embargo, para ser justo con ella debo aclarar que le dije que le regalaba ese libro. Lo mismo que le dije sobre mi corazón.

3 comentarios:

  1. Muy buena esta entrada, muy buena... quizá usted se siente seguro con los cuentos porque sospeche acaso que la vida debe ir más allá de esos finales desastrosos... o quizá encuentre algo de luz, por más enturbiada que esté, en los personajes de Carver, por más desahuciados que terminen siendo... no se, suelo divagar mucho, la cosa es que con esto siento casi que la obligación de leer a este papá de muchos escritores...

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  2. Ah, pienso que a Carver le habría podido dar, al menos, un buen apretón de manos. Un buen y sincero apretón de manos es como un abrazo chiquito, menos incómodo para los que rehuyen de este gesto, pero que puede llegar a expresar mucho.

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