El único salvajismo de Relatos
salvajes es el del director contra el espectador y contra sus
personajes (sobre todo si no son de cierta clase). Lo que sigue tiene spoilers,
y lo escribí a propósito de la gran cantidad de opiniones que he visto
respecto a la película, tan encontradas como apasionadas, que me motivó a
tomar una posición como alguien que está estudiando cómo construir una
historia creíble, comprometida y eficaz. Cada número corresponde a un
relato, en el orden en que aparecen:
1. Nunca terminé de
tomarme en serio la historia del avión, y cuando estaba resignándome a
dejar pasar su increíble cadena de "coincidencias" resultó un giro
forzado, cuya única (mala) sorpresa es el guiño al atentado de hace
trece años.
2. El que escribió el guion, en su empeño de
ganarse la simpatía del espectador a punta de cosquillas, demuestra una
enorme torpeza en este diálogo, que además sale en el trailer:
—Buenas noches, ¿uno solo?
—Veo que sos buena para las matemáticas [inserte risas de condescendencia aquí].
Asumamos
que esa respuesta retrata la grosería del cliente. Sin embargo, lo que
ocurre a continuación desvirtúa totalmente este diálogo: el hijo del
cliente llega al restaurante. Por la forma en que lo recibe resulta
evidente que estaba esperándolo. Así que eran dos. Mesa para dos. La
pregunta de la mesera entonces no tenía la intrascendencia que el
cliente quiso poner de manifiesto.
Esta es solo una falla
puntual al servicio del gigantesco despropósito que motiva el crimen
final. La mesera da un parlamento demasiado explicativo para dar a
entender que ese cliente es un “hijo de puta”. La cocinera responde y se
identifica con este supuesto drama de inmediato. Ni una pregunta. Le
basta que la mesera se muestre un poquito alterada por un señor para
sugerir un homicidio, que termina cometiendo desde un argumento más bien
postizo, o demasiado abstracto para una asesina impulsiva. O quizás el
problema es que no tenemos ni una sola pista de las motivaciones de esa
mujer para creer que quiera matar a un cliente solo porque inquieta a su
compañera de trabajo. El hecho de que haya estado en la cárcel por
algún motivo no basta.
3. La historia de los dos
conductores es, en medio de este desastre, lo más creíble. El conflicto
se establece en una situación creíble y escala más o menos bien. Lo que
dice el forense al final, en la escena del crimen, es otra de esas
cosquillitas que solo dan rabia.
4. El problema del tipo
de las bombas es que es un simple psicópata, que por lo visto tarde o
temprano iba a terminar matando a alguien (así como la cocinera de 2).
Esta historia es la más ridícula de todas porque pretende ser seria y
acusar al “sistema” de injusticias más bien triviales. Cuando la gente
se reía o aplaudía esto en el teatro me parecía que eran personas que
creían que estaba bien cometer atentados terroristas por simple desquite
contra la burocracia de las multas. La escena final de esta historia es
absurda, patética, mal hecha, horrible, ridícula: el pináculo de la
payasada y el momento en el que me di cuenta de que esta película era
decididamente mala. La tensión establecida entre los personajes se va al
diablo: la esposa, que se quería divorciar, termina llevándole torta de
cumpleaños al tipo ¡en la cárcel! Y a medida que ella avanza en la sala
de visitas o el comedor o lo que sea, los otros prisioneros vitorean y
aplauden. Incluso los policías aplauden, y la hija —una niña como de
doce años— va en medio de esto. Todos celebran y ensalzan a “Bombita”,
quien aparece perturbadoramente feliz.
5. Oh, luego viene
una historia de una tremenda atrocidad contra lo que este director debe
considerar “gente inferior”. Un niño rico atropella a una embarazada
(tenía que serlo para darle trascendencia al asunto, supongo) y se
escapa. El padre, para evitarle el problema a la criatura, le sugiere al
cuidador de su flamante mansión que se eche la culpa a cambio de un
montón de plata. El protagonista debería ser el niño rico, pero no: el
director decide prestarle atención al padre solo para hacer ver mal al
sistema judicial y poner de relieve la codicia de los abogados.
Yo creo que alguien le dijo esto al director:
—Dale, la película se llama Relatos salvajes. Algo salvaje tiene que pasar.
—Ya sé. Hagamos que maten al cuidador en una escena rápida al final.
Sin
embargo, pierden de vista que lo más salvaje es la visión utilitaria y
denigrante que se hace sobre ese cuidador, quien accede porque de otro
modo no habría historia.
Concedamos que hay un punto en el
que el padre se da cuenta de que el hijo tiene que asumir la
responsabilidad de sus actos, pero lo hace más por frustración con los
que lo chantajean que por una base moral. La escena en la que el niño
rico dice que se hace cargo del asunto parece sacada de una comedia.
Dirán
que hay gente así, que piensa en sus empleados de esa forma, y sí,
¿pero es necesario hacer que la charada esa les salga bien y encima que
el pobre cuidador se muera? ¿Eso no es como validar ese tipo de
comportamiento? Y además, si no fuera por un botellazo o lo que sea que
le sacan de la nada, ¿qué pitos toca esa historia en el contexto
propuesto?
6. Ya se termina, gracias a Dios. La última
historia parece irse al diablo solo por darle lugar al despliegue cómico
de la actriz Érica Rivas. Esta señora actuó en la versión argentina de Married… with children
y tuvo reconocimiento por su papel de Marcy (María Elena en la
adaptación). En esta ocasión me parece que ella solo interpretó el mismo
papel, pero dándoles rienda suelta a sus compulsiones violentas. La
escena del techo del edificio involucra a un personaje traído de los
pelos, y en el vodevil de histeria y arrebatos en el que consiste el
matrimonio los personajes son simples invitados de cartón que reaccionan
a conveniencia del director y de su manía de sacarle risas al público.
Aquí sí que hace eso.
Ahora bien, esa última historia me
hizo dudar sobre las pretensiones de este director, porque lo que al
principio parecía moverse sobre cierta sobriedad termina derrapando en
una pareja de novios que tienen sexo encima de un ponqué, por una salida
más graciosa que trágica. Intuyo que ni él mismo lo sabe, o habrá
pretendido hacer una cosa cómica con unas historias y otra en serio con
otras, pero eso ni siquiera deja que uno tome una posición frente a la
violencia que mueve a los personajes, que parece tan gratuita como
exagerada y que creo que pierde al público incauto, porque este termina
riéndose de cosas muy graves o pierde de vista las cosas pesadas que
ponen en juego los personajes en sus arranques de locura. Lo que se
presenta como una locura momentánea parece más bien una locura latente a
la que la gente —al menos los que estaban ahí en la sala conmigo—
responde con un agrado espantoso. Es como si estas personas complacieran
una morbosa fantasía en la pantalla. Estoy seguro de que aquellos que
la defienden validan en cierto grado alguna de las formas de violencia y
crimen planteados, y eso habla más de ellos que del supuesto talento de
un director de cine.