martes, 10 de septiembre de 2013

Los diez mandamientos de Werner Herzog (comentados)

Un amigo me pasó un artículo en el que el director Werner Herzog propone sus diez mandamientos para hacer cine. Yo no conozco su obra, no he visto ninguna de sus películas, pero no me hace falta eso para darme cuenta de que el tipo sabe de lo que habla. Seguramente sus trabajos tienen una gran calidad artística. La garantía que tengo al respecto es que sus diez mandamientos destilan una concepción clara de lo que implica y requiere cualquier forma de arte y que trasciende el ámbito del cine.



Dejo cada mandamiento con un comentario propio, que en realidad no tiene por qué interesarle a nadie y quizás solo sea relleno, de manera que si lo prefiere remítase solo a las citas de Herzog o vaya a la fuente directa:



1. No estudiarás cine. Los estudios sobre cine, por desgracia, son una enfermedad. Manténganse alejados de ellos. Salgan de allí lo más rápido posible. Esa forma académica, puramente cerebral, intelectual, de mirar las películas… La Academia es el enemigo. La Academia acabará con todos sus instintos vitales. Así que tengan mucho, mucho cuidado. Ya saben a qué me refiero: a ese parloteo insulso, académico, sobre las imágenes posestructuralistas, sobre el posmodernismo, sobre la proyección sistemática de un fotograma, y qué constituye filosóficamente un fotograma… Agarren sus cosas y corran tan rápido como puedan.

Por experiencia personal sé que esto es cierto. La Academia me jodió como pintor y me llevó a una frustración y a una frialdad de las que nunca pude regresar. El ambiente universitario me deprimía, me aplastaba en una modorra funcional, en la que solo me preocupaba por sacar la nota necesaria para pasar. Aruñé algo de excelencia en una entrega de Dibujo III, más por casualidad que por voluntad.

Actualmente experimento la misma sensación, aunque en menor medida, con la literatura. En la carrera que estoy haciendo tenemos una materia llamada, precisamente, Literatura II. Y es eso: un parloteo adornado de expresiones rimbombantes entre las que el profesor ha perdido su instinto y su sangre y los ha reemplazado con muchos conocimientos teóricos. Me parece que esa aproximación rígida, estructurada con números (los de las notas) solo produce mentes… bueno, eso: mentes, pero nada de cuerpo, de tripas, de sangre. Como resultado, surge gente capaz de hacer una crítica y de usar expresiones rebuscadas como “fluctuación pronominal” para tratar de abarcar cosas que están más allá de las palabras y que se quedan cortas a la hora de disfrutar y, sobre todo, sentir un texto.

2. Serás astuto e intuitivo. Tienen que desarrollar cierto grado de astucia. Eso no se aprende en una escuela de cine; se aprende en la vida. Mi consejo es que viajen a pie. Porque el mundo se revela a aquellos que viajan a pie; el mundo se hace entender. Y viajar a pie cuatro meses vale más que cuatro años en una escuela de cine. Es mi firme opinión, aunque nunca fui a una escuela de cine. 
No hay técnicas cuando se trata de la intuición. No nací con intuición; la fui adquiriendo. La fui adquiriendo al experimentar pura vida, la vida en su estado más crudo. Al caminar a pie. Al cruzar el Sahara. Al estar preso en África una vez, o dos. Tiene que ver con ciertas cosas fundamentales, elementales, que hay que experimentar en la vida. Nadie puede enseñárselas. Y por supuesto, tiene que ver con la poesía. Tiene que ver con cierto sentido de la poesía. Hay que tenerlo adentro, de alguna manera, pero leer ayuda. No dejo de decirles a los jóvenes realizadores que tienen que leer. Mi postulado, mi demanda, es no sólo que lean: lean, lean, lean, lean, lean, lean, lean, lean; si no leen, nunca serán realizadores.

Esto es particularmente cierto en cuanto hay cosas que se aprenden mejor con la experiencia directa que con la idealización. Esta última funciona como cierto nivel de abstracción del que no se puede sacar mucho partido más allá del que le sacó Borges (y sobre esto tengo mis reservas personales, relacionadas con mi gusto más que con la validez de su literatura). Un artista que no vive no tiene cómo crear, y por “vivir” no me refiero necesariamente a irse de viaje o a pasárselo como un loco de exceso en exceso. Hay una medida propia para vivir intensamente, basada en la sensibilidad y en la observación más que en la espectacularidad de los hechos cotidianos. Es como decía Rilke: “Si su vida cotidiana le parece pobre, dígase que no es bastante poeta para encontrar sus riquezas; pues para los creadores nada es pobre, no hay lugares pobres ni indiferentes”. Creo que ahí entra la intuición que acusa Herzog, y de paso la astucia para transformar y aprovechar el contenido que una realidad, por gris que pueda parecerles a los otros, proporciona.

También suscribo a la importancia de viajar. Sea de donde sea (pero en especial si usted es colombiano), váyase de viaje y viva en otra parte y fórmese y nútrase de otra cultura. Eso da perspectiva. Pero no haga trampa: no es irse a pasear a un país lindo y sacarse fotos sonriendo. La gracia es ir y pasarla mal y adentrarse en el submundo: nada de crimen y eso, sino en los mecanismos de supervivencia por los que todos los que viven allí tienen que pasar. Consígase un trabajo, pague un alquiler, haga un mercado. Ese es el paseo que cuenta; lo otro son simples pajas para el Facebook.

Ni qué decir de leer. Se aplica para todo.

3. No soportarás el cinéma vérité. Recuerdo que en Ámsterdam, o en Rotterdam, estuve con varios documentalistas en un panel de debate. Todos los panelistas hablaban sobre el cinéma vérité, y sobre que debíamos ser sólo una mosca en la pared. Y no pude soportarlo más, y agarré el micrófono y les dije: “No, no debemos ser una mosca en la pared, no vamos a ser la cámara de seguridad de un banco. Tenemos que ser el avispón que pica”. Hubo un gran alboroto, todos empezaron a murmurar contra mí.Y volví a agarrar el micrófono y les grité –y eso que eran como 400-: “¡Feliz año nuevo, perdedores!”. 
En el mundo del cine siguen flotando las ideas del llamado cinéma vérité, la idea de que los hechos constituyen la verdad. No, no es así. Los hechos son hechos, pero no nos iluminan. Los hechos son para los contadores. He irritado mucho a la gente del cinema verité diciéndoles que trabajan con la verdad de los contadores. Si fuera así, el libro más importante sería la guía telefónica de Manhattan, con 4 millones de entradas, todas ellas factualmente correctas. Pero eso no nos ilumina. Si los encerraran en una celda, y esa fuera la única literatura disponible, se suicidarían. El cinéma vérité es, esencialmente, una respuesta de los años sesenta. Pero hoy, con todas esas realidades virtuales que emergieron tan rápido, el cine y los cineastas tienen que buscar nuevas respuestas. Intento articular un “éxtasis de la verdad”; algo que nos ilumine, algo que vaya más allá de nuestra concepción corriente, normal, del mundo factual. Para lograr este tipo de verdad (y uso el término “verdad” con cuidado, porque ni siquiera los matemáticos o los filósofos pueden decirnos qué es la verdad), trato de encontrar un modo de acceder al mundo real que los ilumine, que haga que al salir del cine sean más ricos. Algo que no se olvide fácilmente.

La frase del avispón que pica es la premisa que le da validez a una obra. No tiene sentido adobar imaginarios colectivos ni entretenerlos como una masturbación desesperada con fórmulas preestablecidas o con contenidos atenuados por miedo (que no es pudor —ver mandamiento siguiente—). Debe haber algo mucho más, algo que hurgue en lo profundo, en el terreno de la verdad del espíritu. Lo demás es comida chatarra, pirotecnia para pasar el rato.

4. No consentirás filmaciones impuras. Con respecto a los límites éticos, por supuesto que siempre deberían existir, en cada uno de nosotros. No sé cuáles son sus límites éticos. Pero tienen que encontrarlos, tienen que establecerlos. Por ejemplo, en Grizzly Man, había un video del momento en que Timothy Threadwell y su novia fueron comidos por un oso. La prensa lo sabía, y se difundió que existía una cinta de seis minutos. Sin embargo, no hay imagen, porque el ataque fue tan inesperado que a la joven se le cayó la cámara sin quitarle la tapa, así que está sólo el audio. El productor, el distribuidor y la cadena de televisión me dijeron que tenía que hacer referencia a eso, porque todo el mundo quería saber qué había en esa cinta. Y les dije: “Sí, haré referencia a eso, pero no sé si lo voy a difundir”. Mi forma de hacer referencia a eso fue filmarme desde atrás, mirando a la mujer que había vivido con Threadwell, y que había creado una fundación con él. Yo tenía puestos los auriculares, y ella trataba de leer en mi rostro cuán terrible era lo que estaba escuchando. Y empezó a llorar, porque vio el horror en mi cara. Pero mi cara no se ve. Me saqué los auriculares y le dije: “Deberías destruirlo”. No lo hizo, pero estaba tan shockeado que dije algo muy, muy estúpido. De hecho, lo guardó en una caja de seguridad en un banco. Los productores -y todo el mundo- me preguntaron qué había en la cinta, y les dije que eso no iba a estar en mi película. Era muy horrible. Hay un límite ético. Y ese límite es la dignidad y la privacidad de la muerte de un ser humano. Si me pagaran cinco millones de dólares para filmar una ejecución, diría que no.

Todos los artistas con criterio hablan de esta moral artística. Sin duda debe ser necesaria, pero no como una moral aleccionadora o falsa, ni universal. Es una moral consigo mismo, sobre todo con su creación y —creo— con su ritual creativo. Hay que tener pudor, ser limpio y respetuoso con el espacio en el que se crea y se hace la magia. Este espacio merece su propio tiempo y debería ser sagrado, inviolable. Me parece que si no se dispone de ese nivel de respeto quiere decir que, en el fondo, no se respeta el trabajo propio. Pero ojo, esto tampoco quiere decir que haya que ser demasiado solemne o quisquilloso al respecto. No siempre las condiciones están dadas según el capricho o la neurosis de cada cual y a veces no queda más remedio que adaptarse.

Está también eso de los límites. En realidad no sé qué límites morales me pondría yo. Me gustaría decir que ninguno pero es obvio que alguno debo tener. Por ahora me aventuro a decir que tiene que ver con mi uso de groserías solo en el momento indicado, la limpieza del lenguaje y el afecto por mis personajes. Yo no tendría ese dilema ético de Herzog con lo de la cinta de los que se mueren atacados por un oso, pero quizás sí lo tendría para algo más insignificante, sobre todo porque soy un neurótico, un paranoico y un poco misántropo.

5. Santificarás tus locuras. Puedo llegar muy lejos para encontrar algo que nos ilumine. Hay un deseo de estilización. Soy director, cuento historias, y ustedes también deberían hacerlo. Nunca teman hacer locuras. Esas son las cosas que el público recuerda para siempre.

Yo creo que perdí este valor. Antes me atrevía a más cosas, mandaba cualquier cosa. Ahora trato de ajustarme más a ciertos parámetros pero creo que inconscientemente lo hago para poder romperlos luego con mejor criterio.

Lo rescatable en este mandamiento es eso: el valor. Hay que tener valor para defender su búsqueda creativa, por incoherente o inútil que parezca.

6. No escribirás guiones de hierro ni usarás storyboards. Me gusta escribir mis propios guiones; hubo una o dos excepciones en las que no lo hice. Escribo el guión sólo cuando veo la película completa. Es como si la viera aquí, en la pantalla. Escribo lo que se ve, lo que se dice, cómo es la música, cómo son los paisajes. Nunca pierdo tiempo; si no veo la película con la claridad suficiente, no escribo el guión. Y cuando está lo suficientemente claro, lo escribo en una semana; a veces menos. Escribí Aguirre… en dos días y medio, en un micro. Estaba con mi equipo de fútbol, y todos estaban borrachos; el arquero vomitó sobre mi máquina de escribir, pero seguí escribiendo. Trato de trabajar rápido, pero una vez que escribí el guión, en general lleva mucho tiempo hasta encontrar financiación (…). Y nunca lo toco, no vuelvo a mirarlo. No quiero que se agote. Lo que hago en el rodaje es leerlo en general por la mañana, cuando voy a filmar. Leo la secuencia. En general, conozco la historia, sé a grandes rasgos qué es lo que pasa, pero improviso. Creo que el storyboard es un instrumento para los cobardes. No confían en su propia imaginación; no tienen la suficiente confianza como para manejar una situación. Nunca sé en cuántas tomas voy a “cortar” una secuencia. No tengo idea. 
El guión tiene vida propia. Y el rodaje, la filmación, la fotografía, tienen sus propias reglas. Sólo cuando uno filma en un estudio, a puertas adentro, donde todo está absolutamente organizado y bajo control, se puede seguir el guión al pie de la letra. Pero yo dejo la puerta abierta, dejo las ventanas abiertas para que pueda entrar cualquier cosa que me resulte fascinante y que pueda pasar a formar parte de lo que estoy haciendo. Y gracias a eso las películas tienen más vida.

Este mandamiento está bastante apegado a la realidad del cine. Sin embargo, quizá se puede generalizar a otras disciplinas en la medida en que el storyboard del que reniega Herzog es esa muleta estructurada en la que muchos se apoyan para trabajar: digamos que el plan de trabajo, en el que rigurosamente se hace tal cosa tal día. En este caso no creo que el mandamiento les funcione a todos porque hay varios métodos de trabajo y varios tipos de personalidades. Hay quienes trabajan mejor en un suelo firme y hay otros que son más espontáneos. El caso de mi maestro Pablo es este último, y hasta ahora he trabajado bajo ese “desorden” y me ha funcionado a pesar de que considero necesario un suelo firme. Aquí Herzog habla desde su propia experiencia y desde su concepción del proceso creativo, pero creo que aquí hay un poco más de licencias. Intuyo que el corazón de lo que propone es no coartar el impulso creativo de ninguna manera, incluso si el chorro amenaza con desbordar o trastornar su plan de trabajo.

7. Honrarás el sonido, la edición y la música. A veces, cuando estoy en el cine, ni siquiera tengo que mirar a la pantalla: tan sólo escuchando lo que pasa, en 60 segundos sé si se trata de un buen realizador, o de uno muy malo. Así que, por favor, tómense el sonido muy en serio. (…) Gracias al sonido, una película se vuelve mucho, mucho más rica. La textura muchas veces proviene del sonido. Y lo pueden hacer muy fácilmente: no cuesta mucho dinero, no cuesta mucho esfuerzo, pero hay que prestar atención y entender el mundo como si fueran ciegos y sólo pudieran confiar en lo que escuchan. Hagan de cuenta que son ciegos y empiecen a escuchar. 
Miro el material con el editor una sola vez. Y mientras lo miramos, vamos parando, y escribo a mano un cuaderno de bitácora, como los viajeros y los marineros. Y describo lo que va pasando. (…) En mi descripción, cuando algo es extraordinario, pongo un signo de exclamación. En casos específicos, muy especiales, pongo dos. Y cuando a veces tengo un material que no sé cómo me merezco, que parece un regalo de Dios, pongo tres. Y le digo al editor: “No me importa lo que pienses: si este material no está en la película, habré vivido en vano”. Y lo entiende de inmediato. Luego, cuando edito, trabajo muy, muy rápido. 
Introducir la música siempre es algo muy, muy difícil de hacer. A menudo los cineastas jóvenes, que no tienen mucha experiencia en manejar la música, hacen que comience exactamente con el corte. Pero cuidado: a veces un actor entra en una habitación y trae cierta intensidad. No empiecen cuando atraviesa la puerta. Déjenlo entrar, déjenlo caminar, y que traiga la música consigo. A veces es un diálogo; a veces es un movimiento de la mano, y el movimiento de la mano hace que la música empiece y la intensifica.

Este es más difícil de interpretar en otros campos. Pienso que la clave está en eso de “honrar”. El espíritu del mandamiento es mantenerse al tanto de todos los detalles. Incluso aquellos que parecen accesorios deben ser tratados como una unidad con sentido propio. Para escribir, uno podría decir: “Honrarás la ortografía, la redacción y la tipografía”. No son el fin en sí mismo, pero son bastiones para cualquier escrito y constituyen un primer filtro, al menos para mí. Si yo veo un manuscrito con enfáticos mal tildados, errores de concordancia groseros o rayas de diálogo mal puestas suelo restarle consideración al autor como escritor. Me parece que un verdadero escritor, ya sea por haber leído mucho o por su fijación por el detalle, si realmente tiene un instinto, absorbe este tipo de nociones espontáneamente. Es la única razón por la que yo creo que he podido aprender a redactar y a poner signos de puntuación. A la observación de un escritor no se le escapan detalles como el de un espacio mal puesto detrás de una coma, por ejemplo.

Quizás me explayé mucho en mi perspectiva literaria, pero queda constancia del ejemplo. También puedo hablar como dibujante (algo que siempre he sido aunque ya no empuñe con frecuencia el carboncillo o la pluma), y en este caso lo que se debería honrar es el soporte y el material con el que se trabaja. No se trata de buscar papeles finos sino de saber interpretar cualquier material e intervenirlo como se lo merece. Sería bueno tener la punta del carboncillo afilada, los pinceles limpios… cosas así.

8. Seguirás tu visión y no temerás. Intento ser un buen soldado del cine. Un buen soldado tiene sentido del deber. Su deber es seguir su visión. Tienen que seguir su visión. Si están muy convencidos de su visión, si ven algo en el horizonte que nadie más ve, y quieren compartirlo para que pase a formar parte de los sueños colectivos de todos, entonces tienen un motivo para no tener miedo. No le tengo miedo a nada; esa palabra no está en mi diccionario.

Este fue el que más me impactó por mi afinidad con ese tema de ser un soldado de algo. Creo que dentro de mí hay un militar frustrado y por eso siempre he transferido todos sus códigos y rigores a mis aproximaciones artísticas. Ya lo he dicho antes: escribir (y en realidad pintar, hacer cine o hasta música) es como una guerra en la que hay que poner todo, sin acusar dolor ni miedo. Sacrificio puro, ciego. Si no, es un compromiso soso que no queda muy bien recompensado.

El soldado no tiene miedo (tampoco Herzog, tampoco yo… al menos en esto de hacer arte): su “deber” es ineludible y lo guía, siempre hacia adelante, sin rendirse, hasta las últimas consecuencias.

9. No llorarás en el set. No está permitido tener demasiadas emociones; uno tiene que cumplir con su deber, tiene que hacer lo que tiene que hacer. No se llora en el radio de la cámara. Nadie llora. Si alguien llora, tiene que ser el público; nunca el actor, ni el director, ni ninguno de los que está en el set. Así que les delego mis emociones a los espectadores.

Este es otro jodido de interpretar. Lo que se me ocurre es que la sensibilidad no debe intervenir como una afectación del relato, de la obra. No debe tomarse en el sentido literal de no llorar del todo. Creo que Herzog admite que el director llore, pero en su intimidad, de modo que sus emociones no interfieran con el trabajo. No tendría sentido filmar una película si no se tienen sentimientos, y Herzog mismo reconoce su rasgo emotivo en el mandamiento cuatro, con su pudor ante la muerte. De manera que no se trata de ser un cretino insensible, sino de mantener la cabeza fría cuando hay que hacerlo, derrochar la carga emocional donde hay que hacerlo: en la obra. Las emociones de los espectadores no son más que un eco de las del director.

10. Estarás preparado para lo inesperado. Tienen que estar preparados para lo inesperado. Eso sólo se logra a través de la experiencia de vida. Quizás los que son religiosos tengan cierta fortaleza, porque pueden recurrir a un poder que está por detrás y por encima de ellos: Dios. Pero como no soy religioso, no tengo a nadie. No hay consuelo, no hay nadie, y el dinero nunca resuelve ningún problema. Lo que resuelve los grandes problemas es la fe. La fe mueve montañas; no el dinero. Tienen que pensar lo impensable cuando empiezan una película. Piensen en todo lo que pueda salir mal. En general, cuando uno está filmando una película, todo sale mal. Estén preparados.

Aquí lo que hay es un mandato de vida en general. Podría parecer contradictorio que un hombre que no sea religioso tenga fe pero yo no lo veo así. Tal vez se refiere a una fe propia, y por ende a una religión propia que le da marco.

Ahora que lo pienso, cuando uno escribe una historia y se mete en su mundo con sus personajes, debe ir con la misma idea de que cualquier cosa puede salir mal (y es que, de hecho, escribir una novela o un cuento es como filmar en la cabeza la historia de los personajes). Cuando uno los sigue, no siempre debe llegar al lugar que tenía planeado. A veces los personajes van por otra parte, a veces se alborotan y agarran para otro lado, a veces evaden el destino que uno les preparó, y a todo eso hay que estar abierto para escribir fuera de la comodidad, de la facilidad. Es muy peligroso escribir desde la facilidad: uno termina mintiéndose.


Otra vez me fui mucho a lo literario, pero lo mismo pasa cuando uno pinta, o cuando uno actúa (creo). Pasan cosas inesperadas si uno deja que la energía fluya (en una acuarela, en una pintura al óleo, en un dibujo, en un relato, en una improvisación musical), y si la sabe aprovechar, puede obtener algo muy superior a lo que en un principio esperaba, porque el arte de verdad, sus productos genuinos, saben perseguir la verdad universal que nosotros queremos manifestar y de la que solo comprendemos una parte. El arte de verdad va a donde tiene que ir.

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