sábado, 25 de enero de 2014

Enero 25

- Me acabo de dar cuenta de que la razón por la que no estoy escribiendo bien es que estoy demasiado encerrado. Si bien detesto hablar con otro ser humano que apenas conozco, si bien cualquier cosa me molesta de cualquier persona, necesito estar entre seres humanos funcionales, que tienen pareja y trabajo y casa y quizás hijos y hasta un perro. Necesito rodearme de eso que me resulta tan ajeno e inalcanzable, sintiéndome como un intruso, como un vigilante, como un fantasma que registra. Yo no soy más que eso. De eso se trata lo que escribo y quizás esa es mi forma personal de absorber energía: capturando a los demás —antes dibujándolos, hoy escribiéndolos—, robándoles partes para mis propias creaciones. En estos últimos días he acentuado demasiado mi encierro.

A propósito de eso, también sé que Argentina es mi cueva, que este es el lugar al que vine para hacer cosas que nadie sepa y sin que me vean ni midan el paso del tiempo en mi cuerpo o en mi rostro. Argentina es el refugio al que escapé, en el que me aislé del que todavía considero mi mundo real. El de Argentina es un estado mental y espiritual, un retiro, quizás un largo viaje a bordo de una novela frágil que hace agua en cada tormenta.

Lo que yo soy acá no es el Capablanca de verdad, pero sin duda, cuando vuelva a la realidad, cuando despierte de este profundo coma, quedaré marcado por el álter ego con el que me muevo actualmente. Probablemente hable distinto, probablemente mire de forma distinta, probablemente me sientas distinto, probablemente huela y me mueva de otra forma (¿más ligera? ¿Más pesada?), y es probable que esas secuelas no te gusten.

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