sábado, 23 de febrero de 2013

Hospitalidad


Ayer regresé al apartamento por la noche y escuché unas voces en la sala, una masculina. Risas. Pensé que sería una visita. Afortunadamente puedo entrar a mi cuarto a través de la cocina, sin cruzarme con nadie. Cuando iba a mitad de camino escuché otro idioma, y más risas. Poco después la vieja apareció y me dijo que había unas personas de visita, que no me “asustara”. Me pareció normal que tuviera visita, no le vi mucho sentido a su aviso. Me preguntó si hablaba inglés. Le dije que sí y entré a mi cuarto. Tampoco le vi sentido a su pregunta.

A medianoche me di cuenta de que esta visita consistía en que se iban a quedar a dormir. El aviso cobró más sentido entonces. Pensé que serían unos amigos extranjeros de la vieja.

Esta mañana los vi. Mientras dormía los escuché en la cocina. Uno emitió un gemido de satisfacción por lo que comía. Luego abrieron mi puerta y esta vez el gemido fue de sorpresa. Yo me quedé quieto en mi cama, de espaldas a la puerta. Cerraron y se fueron a la sala. Escuché el tintineo de una cuchara en un pocillo, platos, conversación en acento (que no era inglés). Dormí un par de horas más, hasta que escuché que trataban de abrir la puerta del apartamento. Hicieron algo de ruido en eso. Asumí que la vieja había dejado la puerta con llave, y temí que los visitantes usaran mis llaves para abrir y de paso se las llevaran. Me puse de pie, crucé la cocina y fui a la entrada. Ahí estaban: una pareja de viejos. Me saludaron y el viejo balbuceó que eran invitados. Me mostraron un manojo con llaves. Les dije en inglés que ya me habían hablado al respecto, les abrí la puerta (sin llave) y me despedí. La mujer me sonrió y se despidió con “Chao”. Me parecieron alemanes u holandeses.

Cuando volví a mi cuarto vi que habían dejado los platos de su desayuno en la cocina, ordenados pero sin lavar. Eso me molestó. Si estás de invitado en una casa lo menos que puedes hacer es lavar los platos, sobre todo si te preparan el desayuno, tal como parecía. Me sentí mal por la vieja porque esta actitud rebajaba su hospitalidad a un servilismo patético. Esa decisión de dejar los platos ahí era como si la obligaran a darles atenciones. Una cosa es la hospitalidad impuesta y otra la de verdad. En la primera anidan los aprovechados y los inconscientes.

Estuvieron por fuera todo el día. Regresaron por la noche, como a las nueve. Iba a salir a comprar algo y la vieja me salió al paso, justo en la entrada. Me preguntó si podía enviarse plata desde una cuenta de otro país a una cuenta argentina. No sé un carajo de asuntos financieros, pero le dije que me parecía difícil por la tasa de cambio y eso. “No lo puedo decir con certeza, pero no creo”, le dije. Le sugerí Western Union. Ella me contó que los viejos estaban tratando de hacer algo con el banco, pero sus nomenclaturas (¿?) eran distintas de las de Argentina. Dijo algo de un CMUV o algo así. Me pidió que le diera una mano porque no les entendía un carajo.

En la sala estaban el par de viejos. El tipo revisaba un computador en sus rodillas y la mujer estaba al lado. Los saludé y me ignoraron. De todos modos la mujer sonrió y dijo “Problema”. La vieja me pidió que les preguntara si alguien podía enviarles la plata por Western Union. Le pregunté de dónde eran y me confirmó: Alemania. Hice la pregunta en inglés y el viejo, otra vez, me ignoró. La mujer tenía un pedazo de cartón o de papel en la mano con un número largo. El viejo me mostró un par de tarjetas de crédito, las blandió fastidiado y señaló la pantalla, un par de renglones resaltados. Parecía decir algo como “ahí están”. No supe si hablaba en inglés o en alemán; escupía palabras sin sentido. De todo eso solo entendí Standard Bank, más que todo porque estaba anotado en el cartón de la mujer, junto al número. Vi por un tiempo lo que el viejo hacía en el computador hasta que me percaté de lo inútil que era mi papel allí. Le dije a la vieja que me tenía que ir y me fui.

Regresé quince minutos después. Ellos seguían en la sala. Pasé por la cocina y me serví una Coca Cola con parsimonia, preguntándome si debía ir a ver cómo iban o si me importaba un carajo. El viejo decía “bad luck”, “ambassy”, “weekend”. La vieja les preguntó qué habían hecho hoy. El viejo dijo “Plaza Italia” y, después de muchos titubeos y adivinanzas de lado y lado, “Plaza de Mayo”, “policías”. Entré a mi cuarto y me puse a trabajar.

Sin embargo, tenía cargo de conciencia. Volví a la cocina y me quedé ahí parado. Los viejos seguían en la sala. Abrí la nevera sin ningún propósito, saqué la leche, la volví a guardar. Entonces la vieja apareció y fue hasta la estufa. Puso una tetera a calentar. Me preguntó si conocía a Capusotto. Le dije que sí. Mencionó entonces a Micky Vainilla. Yo, aún en mi incoherente búsqueda en la nevera, dije: “Ah sí, el que es medio nazi”.

Me tomó media hora darme cuenta de qué era lo que la vieja me quería decir. Me tomó media hora darme cuenta de mi imprudencia y lo pesada que podía ser esa palabra, “nazi”, en ese contexto. En particular porque ella es judía; en particular porque los de la sala son alemanes; en particular porque soy colombiano; en particular porque dos “inferiores” le estamos dando techo a un viejo indefenso, extranjero y ahora sin plata que me parece que se cree superior.

La vieja no dijo nada, pero seguramente confirmó la idea que tiene de que soy un estúpido. Solo dijo, con fastidio, que no podía creer que gente de una raza supuestamente superior fuera tan maleducada. Negó con la cabeza, resopló. Me contó que los padres del novio de su hija eran alemanes, que habían sido muy queridos (no usó esa palabra pero no recuerdo el equivalente argentino). No entendía cómo podía haber gente así. En ese momento me pareció bastante fastidiada y solo ahora que escribo —como siempre— le veo otro sentido a su expresión, como de desengaño. Me doy cuenta de que se estaba desahogando, de que una especie de vulnerabilidad la llevaba a hacerme esas confidencias banales sobre sus consuegros. Quizás pude haber aprovechado para hacerle una pregunta, como de dónde diablos habían salido esos alemanes, pero en ese momento no lo vi apropiado. Fui a mi cuarto y la dejé ahí, esperando que la tetera estuviera lista, seguramente para servirles a los alemanes.

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