martes, 19 de febrero de 2013

La semilla de este viaje

Vivo en Buenos Aires. Ya tendré tiempo para hacer el balance sobre mi experiencia argentina. Lo que sí sé es que he cambiado, que cuando reviso mi pasado me sorprendo, me encuentro con un yo desorientado pero impetuoso. El yo de ahora, modulado por ciertos desengaños, es más amargado y silencioso, incluso para escribir. He perdido ímpetu, debo decirlo, y en eso creo que he envejecido. ¿Es extremo decirlo a estas alturas? Bueno, algo que sigo siendo es extremo en mis juicios.

Encontré esto. Estas noches en las que no puedo escribir termino leyendo cosas viejas para reencontrar lo que se me perdió. También por el asunto ese de "en el constante leer lo que escribí encontrar lo que quiero decir". En este caso, este correo es el primer indicio de mi travesía por esta tierra. Esa fue la semilla del viaje. A partir de allí decidí irme de Bogotá. La pregunta del final orientaría (indirectamente, casualmente, por ley del universo y no de mi criterio) mi trayecto. Es del 24 de marzo de 2010:

Estoy aburrido con mi trabajo. Me ponen a hacer cosas por las que antes me pagaban más, cuando trabajaba de freelance para la editorial. Al principio la idea era enseñarme sobre el proceso editorial, pero resultó que la editora, mi jefe, renunció. Ahora le importa poco si aprendo o no, y está más concentrada en dejar todo ordenado para su salida (a final de mes) que en los proyectos actuales. Me siento un poco frustrado.


Hoy estuve sacando fotocopias por media hora. Mientras estaba frente a la máquina me decía: Bien, estoy ganando dinero por esta estúpida labor. Pero otra parte de mí se decía: Qué absurda manera de perder el tiempo. De todos modos pienso darle algo de tiempo a esta situación. Esperaré a que llegue el nuevo editor y seguiré trabajando con el sueldo mínimo por labores monótonas y frustrantes hasta que pueda avanzar a algo mejor. Ese fue mi plan cuando entré a trabajar en el restaurante y me funcionó.



Es increíble lo mal que escribe la gente, sobre todo los profesores universitarios. Su problema no es la ortografía, como uno pensaría; su problema es la incoherente forma de redactar que tienen: sólo escriben sus ideas tal y como les llegan a la cabeza. A veces escogen poner en cursiva un subtítulo y al siguiente lo ponen en negrita, o numeran mal los capítulos, o plagian de otros libros, a veces se plagian ellos mismos; es un absoluto desorden, un caos.



Estuve divorciado de mi actividad creativa. A veces le guardo tanto desprecio, tanto rencor, a esa actividad tan innata en mí, que es casi como si despreciara mi propia naturaleza. Me fastidia que la labor para la que me creo destinado no corresponda con alguna satisfacción los sacrificios que hago por ella. Sólo me trae más y más inseguridad, y afianza en mí las peores aristas de mi personalidad. Anoche traté de trabajar en un cuento que empecé hace tiempo, pero me fue imposible. Me distraía con muchos pensamientos, con la obligación de acostarme temprano.



Y sin embargo el mundo me sigue llevando de vuelta a ese turbulento río. Yo quiero descansar en una orilla, atascarme en un borde y reposar ahí por siempre, pero la corriente es más fuerte que yo y me pone en mi sitio de nuevo. Y no me refiero a esa barbaridad del “no puedo vivir sin escribir”, me refiero a que de un modo u otro el universo se las arregla para tentarme y hacerme señas para que retome ese camino, sin importar cuántas veces trate de evadirme, de escapar. Por ejemplo ahora: tengo muchísimas ganas de retomar, de volver a sentarme por las noches frente al computador, de volver a leer toda la tarde, de negar todo placer mundano para entregarme por completo a esta actividad. Siento como si el ejército me llamara a prestar servicio de nuevo, como esos soldados gringos que se van a Irak y rezan cada día para poder volver a sus hogares y que, cuando al fin logran volver a su tierra, se dan cuenta de que no tienen nada que hacer allá, que en realidad lo único que les queda es volver a la guerra, por hedionda y fea y peligrosa que pueda ser.



Yo quiero volver a la guerra. Ya me he puesto el uniforme.



Alguien me dijo esto hace poco: “El arte que nace de la presunción es corrupto, es insano”. Esas palabras explican el profundo desprecio que le tengo a los compañeros del actual taller de escritores de la Central. Todos buscan lucirse, son pretenciosos, lo que convierte a sus creaciones en engendros incompletos, faltos de vida, monstruos corruptos. En los otros cursos a los que he asistido he visto, por lo menos, a un par de personas genuinas, que no tienen fines morbosos de vanidad, pero en éste no, todos son una plaga.



En fin, el uniforme está puesto. ¿Quién puede darme un buen curso sobre literatura contemporánea?

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