viernes, 15 de febrero de 2013

Los voy a poner a escribir

- Voy a escribir sobre Arsenal. Voy a escribir alguna bitácora de mi novela. Voy a escribir algo de mi diario. Voy a escribir alguna tontería como esta. El caso es que voy a escribir porque es una sana obligación que nos hemos impuesto. Supongo que dejaré de lado el Facebook, en el que tengo la impresión de que ya nadie me estaba haciendo caso, para desfogarme aquí, en donde me harán menos caso todavía. Lo bueno es que no me importa que no me hagan caso.


- Hoy quería ver una mujer desnuda exhibiéndose por la sala de su apartamento. Me parece que hay que estar algo loco —o tener una rara inclinación autoerótica— para hacerlo aun sabiendo que te están tomando fotos.


- Les cuento que empecé a leer lo de Ribeyro (Los geniecillos dominicales) y me llamó la atención un manejo que hace con los tiempos verbales. El primer capítulo está narrado en presente mientras que los que le siguen (al menos hasta donde leí) van en pasado. Hasta ahora no me he preguntado desde dónde se está contando la historia, básicamente porque la narra un omnisciente, pero ese manejo temporal ha resonado esta noche para mí justo ahora que tengo problemas para escribir mi novela. Tengo un problema crucial que a estas alturas ya debería estar decidido y no lo está: el tiempo verbal, algo que ya viene en gran parte resuelto si se sabe desde dónde se está contando la historia.

Primero escribí en pasado. Esto me fastidió porque me di cuenta de que por un lado me estaba quitando dinamismo y porque me estaba hundiendo al protagonista en una especie de autocompasión más bien patética. Adaleón perdía mucho carácter y mucha vitalidad al hablar en pasado, y además eso le daba una fácil entrada a un vicio mío: la explicación excesiva y retórica.

Luego pasé a presente. Todos estos meses en Colombia reescribí lo poco que llevaba en presente. Me parecía un tono más activo, más interesante y dinámico. Hasta cierto punto lo es. Me tenía entusiasmado hasta que encontré dos obstáculos. El primer problema fue que me obligaba a seguir paso a paso al personaje, acción por acción, y de paso las reflexiones retóricas y explicativas se me estaban filtrando con más ímpetu ante la necesidad de llenar tiempo. Cuando necesitaba hacer frenar un poquito a Adaleón: reflexión retórica. Un fracaso del que solo ahora me di cuenta.

El segundo problema del presente es que es demasiado duro. Pablo Ramos lo señaló la última vez que fui al taller: es un tiempo jodido porque a veces resulta artificial, imposible en la realidad. Como, hago esto, voy a tal parte… es difícil expresarse así; corta todo.

Traté de volver al pasado. Ahora me di cuenta de que es muy jodido y de que voy a tener que empezar todo de nuevo. Ya modifiqué mucho las estructuras para mover todo a presente, y si ajusto un verbo que era pilar para el presente, sin mover lo que lo rodea, todo se va a caer a pedazos. Y antes que hacer esa arquitectura nueva prefiero tumbar y volver a escribir. Es lo que voy a hacer ahora.

Si sigo a ciegas lo que me dice Pablo debería escribir y escribir sin parar hasta terminar el primer borrador. Luego me preocupo por tiempos verbales y eso; lo fundamental es completar la historia. Pablo seguramente me dirá que siga adelante en vez de quedarme atrás corrigiendo. Yo voy a su taller, ese es el método que él ofrece, así le dio éxito. Lo lógico es seguirlo.

Bueno, yo no hago lo lógico. Yo ya tenía esto más o menos decidido pero hablar con Piedad Bonnett terminó de convencerme. A pesar de que estoy aprendiendo bajo un método particular (el de Pablo, que es al mismo tiempo una forma de ver la literatura), debo reconocer mi naturaleza como escritor, y esta me obliga a escribir solo cuando lo que queda atrás me convence plenamente. Mi carácter es demasiado minucioso y metódico como para dejarme ir al impulso escritor. Piedad también escribe así, precisamente porque es poeta. Ella me dice que no avanza hasta que no está totalmente satisfecha con el párrafo que deja atrás.

No reniego ni de un método ni de otro. Lo que me parece es que cada quien tiene su propia forma de acercarse a la labor creativa y no siempre la del maestro debe aplicársele a uno. El maestro puede darle parámetros, puede darle ciertas perspectivas, pero no podemos pretender ser copias de él ni pensar tal cual como él. Esto es un error. De hecho puede haber situaciones en las que una aproximación se aplique mejor que la otra. Por ejemplo: ahora que estoy tan atorado me conviene (a mí, a Jeremías Capablanca, Escorpio, neurótico, inseguro, flaco, colombiano, de 27 años) ir paso a paso, como Piedad, porque no tengo la fuerza de un dique palpitando en mis dedos. En el momento en que sienta esa necesidad espiritual y emotiva de desbordarme como un demente y chorrear letras como sangre, entonces puedo irme por el método de Ramos, porque se aprovecha esa corriente.

Yo sé de cierto amigo que anda obsesionado con una frase de “masitas para el té” y ha resignado su escritura ante el inminente temor de que haga “masitas para el té”. Ese amigo debería entender —aunque quizás este esfuerzo es infructuoso porque es un terco— que no todo lo que dice el autor de las “masitas para el té” es una verdad absoluta. Ese amigo mío debería volver a escribir sus “masitas para el té” para sentirse vivo otra vez y encontrarle un propósito a cierto viaje que hizo. Además, no debería dejarse arrastrar por la opinión de quien cree que las “masitas para el té” indigestan. A mí me parece que las “masitas para el té” pueden resultarle muy útiles a su naturaleza de escritor (es una posibilidad, no lo afirmo).

Yo pienso que ese amigo debería aprender a rebelarse, a no deslumbrarse tan fácil y a ir en contra de su voz interior que le dice que deje de escribir. Vincent (van Gogh) lo decía: “Cuando una voz te diga que no pintes, pinta por todos los medios y esa voz se acallará”. También ayudaría dejar de lado vanidad de esperar que todo lo que escriba sea grandioso. Si algo me ha ayudado a mí a escribir y vivir en paz con eso es haber dejado atrás la vanidad del caso. Yo pienso que a él el autor de “las masitas para el té”, a pesar de su personalidad arrolladora, no le conviene como maestro ni como aproximación a la literatura, porque sus intereses y sus perspectivas van por otro lado. Yo pienso que mi amigo debería pasar un buen cumpleaños y escribir otra vez.

2 comentarios:

  1. Una primera entrada bien nutrida, bien por esa, Juan, en serio me dieron ganas de escribir. Bah, igual tengo que hacerlo,xd.

    ResponderBorrar
  2. Estos dos últimos párrafos están repletos de una agudeza quirúrgica. Es cierto, Alfonso se deslumbra fácilmente con personas en los que el exhibicionismo narcisista pesa más que su arte. Alfonso ha olvidado cómo deslumbrarse con su Alfonso interior y por eso anda en una búsqueda eterna de gurús que le digan cómo, cuándo, dónde y porqué hacer tal o cual cosa; especialmente escribir.

    ResponderBorrar

Nos gusta que prueben algo de nuestros frutos sin más, pero nos gusta más cuando nos hacen saber si los temas están jugosos, si hay muchas pepas entre ideas, si el sabor de su lectura es bueno o si están biches o muy maduros; Así que adelante, deja tu semilla, tu esputo, tu abono o tu espalda para recostarte, lo agradeceremos y sabremos darle su buen uso.