viernes, 3 de mayo de 2013

Ejercicios

De John Gardner (Para ser novelista):


El error del joven escritor que imita lo que ve en la televisión en lugar de lo que ve en la vida real es, en esencia, el mismo que el del joven escritor que imita a otro anterior a él. Puede parecer más prestigioso imitar a James Joyce o a Walker Percy que Todo queda en familia; pero a las imitaciones literarias les falta lo que se espera de toda buena literatura: la visión propia del autor.Esto no quiere decir que la imitación no sea un recurso útil en el aprendizaje. Hay profesores que la recomiendan en ese aspecto, y en el siglo XVIII se consideraba el medio idóneo para aprender a escribir. Como he dicho antes, se puede aprender mucho mecanografiando palabra por palabra una obra de algún gran escritor: es una forma de leer con mucho detenimiento. Y se puede aprender mucho estudiando a un escritor al que se admira y trasladando todo lo que dice a la propia manera de ver las cosas. Pero por regla general, cuanto más exhaustivamente se analiza a un escritor, más claro se ve que la forma de escribir de éste nunca podrá ser la propia. Ábrase una novela de Faulkner y cópiense unos cuantos párrafos, pero cambiando las particularidades para que se correspondan con el mundo que uno conoce.
(...)
Crearse ejercicios propios. Por ejemplo: –Escribir una frase de cuatro páginas, con sentido (y sin hacer trampas usando dos puntos y puntos y comas que son en realidad puntos).–Escribir un pasaje de dos o tres páginas de buena prosa (es decir, que se lea con facilidad) con frases cortas.–Describir un breve incidente en cinco estilos completamente diferentes; por ejemplo, un hombre tropieza al apearse del autobús y al levantar la vista ve a una mujer sonriendo. Mejorar el vocabulario, pero no a la manera del Reader's Digest (que preconiza el uso de palabras largas y rebuscadas) sino copiando sistemáticamente del diccionario todas las palabras relativamente cortas y comunes que le parezca que no suele emplear, incluida su definición si es necesario, y forzándose después a usarlas como si se le ocurrieran espontáneamente; dicho de otra manera, a usarlas con la misma naturalidad con que se conversa en una fiesta.

Hay que hacerle caso a ese hombre.

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