viernes, 12 de julio de 2013

Julio 12 y carta abierta a los fundadores de esto

Los fundadores no ponen una mierda aquí ni por equivocación. Mientras tenga esta licencia, les voy a reprochar eso una y otra vez. A veces me pregunto a qué vienen sus quejas o sus preocupaciones por no escribir si les falta sacrificio y convicción. A veces deberían preguntarse si esta es una verdadera cosa de vida o muerte o un simple entretenimiento o un gusto estético. Estoy convencido de que han encontrado la manera de darse excusas continuamente para no esclavizarse, para no darle a este asunto. Esto es como una guerra siempre lo he entendido así y como tal no da licencias ni entiende razones. Hay que ponerse de pie aunque esté cansado, aunque le duelan los piecitos, aunque tenga miedo, aunque vaya a una muerte directa, aunque las balas le silben los oídos, aunque llore, aunque esté decaído, incluso si el precio es quedarse solo. De ese material están hechos los soldados bravos. ¿Por qué ser un soldado bravo? No hay obligación, pero me parece más digna una muerte encarando el peligro y el dolor que refugiándose en una mullida vida civil. Y aún si se opta por este último camino, al menos es más decoroso asumirlo que lloriquear por fracasar en una guerra para la que no se está hecho.

A ver si así se despiertan, hijueputas.

Hoy estaba viendo una película. Iba bien, incluso me sentía un poco identificado con el protagonista. Entonces la historia adoptó un giro, hicieron la misma movida barata de siempre, la que embrutece personas y en el fondo las deja descontentas con su realidad. Ese recurso industrial para atraer masas y dejarlas contentas, para darles redención en su entretenimiento, hacerles creer que existe, que la vida es un orden del que siempre sales bien parado. Esa mentira promocionada y edulcorada, que une a personajes que en la vida real quedarían separados, que les da contento a personajes que la pasaron mal, que los hace terminar con una sonrisa, que les da una salida feliz a sus problemas. Pero la vida no es eso, y durante mucho tiempo yo viví maravillado por esa mentira. La buscaba y la añoraba como un imbécil; bajaba mis defensas esperando que en mi historia se diera el giro ese que tanto había visto, que vi hoy. Lo cierto es que ese giro nunca se dio ni se va a dar. Es imposible, la vida no es así. No todo puede ser redondo.

Por eso le tengo respeto a quienes no se dejan llevar por esa corriente, a quienes tienen la lucidez para producir algo efectivo sin caer en decoraciones ni alegrías preparadas. Me gusta una obra, una cosa que no ofrezca redención. Mi novela debe ser así, por mi compromiso moral conmigo mismo, con lo que soy y con lo que he vivido. Adaleón no puede terminar bien, porque la vida no siempre termina bien, porque aquello que debe ser contado no se sustenta en finales felices. Estos son inalcanzables, difusos, escasos. Por eso admiro por encima de todo a Carver, que no tuvo piedad con sus personajes y, sin embargo, los amó y los entendió porque fueron una medida de sí mismo. Por eso admiro la inmolación de Ahab, la reclusión de Humbert Humbert, el castigo de Raskólnikov. Por eso de todo el ladrillo de televisión que soy capaz de ver en un día rescato una propuesta como la de Seinfeld: sin concesiones, cruda, de personajes egoístas, locos e inconscientes, que con su cinismo supieron adaptarse al mundo. Por eso me gustan las excepciones como la de El luchador, o Flores rotas. Esas son medidas mucho más reales de humanidad y de vida que un pastiche manoseado y preparado para hacer cosquilleos en la boca. Lo otro es, en alguna proporción, antinatural. Cuando ves a alguien decididamente optimista, en el fondo te preguntas si es de confiar, si algo le anda bien. 

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