miércoles, 31 de julio de 2013

Comediantes

Me interesan mucho los comediantes. Me parece que el suyo es una forma de oficio literario. El proceso creativo es similar: está sustentado primordialmente en la observación y en la transformación. Las inquietudes de quienes lo practican son similares a las de un escritor, aunque se aproximan por otra vía, con otro efecto. Los rigores de su arte también se emparentan con los de un escritor. En estas palabras Louis CK le rinde homenaje a un recién fallecido George Carlin:




Destaco estas palabras suyas (03:46):

Pero él me dio el coraje para tratar —y además estaba desesperado, ¿qué más iba a hacer?— esta idea de que tiras todo y empiezas de nuevo. Y yo pensé: Bueno, cuando ya hiciste bromas sobre aviones y perros y tiras eso, ¿qué te queda? Solo puedes cavar más profundo: empiezas a hablar sobre tus sentimientos y quién eres. Y haces esas bromas y se van, tienes que cavar más profundo. Entonces tienes que empezar a pensar en tus miedos y en tus pesadillas y hacer bromas sobre eso y se van. Y entonces empiezas a ir a mierda rara… eventualmente llegas a tus bolas. Es un proceso que le vi hacer toda mi vida y empecé a tratar de hacerlo (…) ¿Qué es lo que de verdad quiero decir, que me da miedo decir?

Justo como el escritor, es algo que escucharíamos de Pablo Ramos: ir a lo profundo, a lo que duele. Es algo que diría el propio Kafka: “Escribir es una soledad absoluta, el descenso al frío abismo de sí mismo”. Tal como al que escribe, al que hace literatura, al comediante serio le toca ir a lo profundo de sí mismo para su material, para descubrir la verdad que necesita y que los demás necesitan. En el comediante se nota mucho más que en el escritor el efecto de su trabajo de minería, por decirle así. El público se ríe, retribuye eso que parece tan ordinario, tan común, con lo que todos se identifican, pero que el tipo sabe mostrar dotándolo de un contexto que lo potencie.

Así Louis CK encontró el oro de su frustración como padre, de su vida matrimonial, de su poco respeto por su propio cuerpo y por su obsesión con el sexo. Como le podría ocurrir a un escritor, su arte —seguramente acompañado de otras cosas— se cobró un precio y se divorció.

Louis CK prosigue haciendo referencia a un especial que George Carlin abrió con algo tan contundente como esto: “¿Por qué la mayoría de la gente que está en contra del aborto es gente con la que no te gustaría acostarte en primer lugar?”. Algo que normalmente se acolchonaría entre varias bromas para calentar al público. Un contenido duro que se podría entregar suavizado, se suelta crudo, directo, porque la comedia, con Carlin, evolucionó a algo directo, a algo sincero y comprometido. Un paso muy literario.



En esta entrevista



James Lipton destaca a Carlin como un hombre con una “pasión febril y enciclopédico conocimiento y maestría por las palabras” (19:43): una pasión y un reconocimiento que bien podría merecer un escritor, que de hecho creo que DEBE tener un escritor. George Carlin explica esta pasión como algo genético: “Creo que hay una gran marca genética por el lenguaje” (20:07), que también podría ser básica para un escritor. De allí nace su interés en construir a partir de palabras ordinarias algo que conmueva a la audiencia (32:00)... como un escritor.

No se puede considerar a la comedia como algo menor cuando uno de sus mayores exponentes dice (28:00):

Creo que la cualidad esencial para el humor está en la personalidad. Es una forma de ver el mundo. No olvidemos que Carol Brunett o Lucille Ball versus Mort Sahl versus Lenny Bruce, Richard Pryor, Steve Martin, yo, los tres chiflados, Will Rogers, Steve Allen… toda esta gente se puede calificar como comediante y hay muy poco en común entre ellos en estilo o entrega o tono o actitud o aproximación. Es solo que ellos han visto al mundo y han dicho: "Algo está mal. Algo está mal, amigos, y así es como les entrego esa sensación a ustedes. Esto es a través de mi filtro, de mi prisión".

Muy similar a John Gardner, maestro de Raymond Carver:

El error del joven escritor que imita lo que ve en la televisión en lugar de lo que ve en la vida real es, en esencia, el mismo que el del joven escritor que imita a otro anterior a él. Puede parecer más prestigioso imitar a James Joyce o a Walker Percy que Todo queda en familia; pero a las imitaciones literarias les falta lo que se espera de toda buena literatura: la visión propia del autor.
[…]
La perspicacia del escritor está relacionada en parte con su carácter. Algunos novelistas, como la mayoría de los poetas y muchos autores de relatos cortos, necesitan ante todo ser perspicaces en la comprensión de sí mismos. Este tipo de novelistas –Beckett, Proust y los muchos escritores que se inclinan por la narración en primera persona– se especializan en la visión particular. Tienen que ver con claridad y documentarse sobre sus propios sentimientos, su experiencia, sus prejuicios. No importa que detesten a casi toda la humanidad, como Céline, o a determinados colectivos, como Nabokov. Lo que cuenta en su caso no es que lleguemos a creer que la visión particular que se nos ofrece sea acertada sino que ese observador nos convenza y llegue a interesarnos de tal manera que nos veamos obligados a seguirlo. A veces, como en el caso de un escritor como Waugh, el misantrópico cinismo del autor nos hace reír del mismo modo que lo haríamos ante un comentario sarcástico en una fiesta, sin que ello signifique que estemos dispuestos a adoptar la misma actitud. Lo que ha de hacer el escritor para conseguir captarnos es darse cuenta de que, según la opinión corriente, es un excéntrico y un cascarrabias, y presentarse como tal, haciendo de sí mismo un personaje singular e interesante. Tiene que preparar su personaje con la habilidad de un payaso consumado –por desagradable que sea su auténtico objetivo–, consciente de cómo reaccionará la gente normal ante él y dispuesto a manipular dicha reacción en su provecho. En otras palabras, debe comprender y asumir, acompañándolo con una buena dosis de distanciamiento irónico, sus tics y rarezas, para así poder presentárnoslos por medio del arte, con intención, sin deslices que nos hagan sentirnos incómodos por él y nos empujen a evitarlo.

El comediante y el escritor se prestan cosas, se cruzan, se superponen. El comediante —el bueno, el decente, nada de Alejandros Riaños— se sienta a escribir desde su alma, desde su vida, desde sus tripas, desde su dolor. El escritor, por otra parte, se muestra, se monta como un payaso, se maquilla, muestra un espectáculo.

Atención a la comedia. Tiene mucho que enseñar. Si quiere, empiece por George Carlin y Louis CK: mis recomendados. ¿Algo colombiano? Freddy Beltrán y Ricardo Quevedo. No todo son pelotas de letras.

2 comentarios:

  1. Excelente artículo. Una visión muy personal y sin embargo (o más bien, en este caso, gracias a esto mismo) muy completa. El paralelo que traza entre el escritor y el comediante me parece muy acertado.

    ¿Sabe? yo me lo puedo imaginar siendo comediante a usted. Sería algo muy deadpan, muy oscuro, pero muy efectivo. No le estoy diciendo que vaya a algún club de comedia, solo que me lo puedo imaginar con un micrófono haciendo de las suyas, tratando los temas más tremendos, haciendo que la gente se sienta tan incómoda que se caiga de sus asientos a carcajadas, acaso como una aceptación de todo lo que se les venga encima.

    De nuevo, muy buen artículo.

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  2. Interesante visión, gracias. No conocía a los comediantes pero lo que pude entender me hizo caer de la silla!

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