domingo, 10 de enero de 2010

Pensamientos flojos II (la amenaza distraída)

Quisiera tener una buena y bonita capacidad de concentración para los momentos en los que escribo. Sería lo mejorcito que podría tener para mis menesteres, de verdad. Podría escribir y escribir sin problemas, porque tendría el oído domesticado para que no le haga caso más que, por ejemplo, al sonido del tecleo, ese dulce sonido que evoca la feliz aparición de palabras en la pantalla del PC, o del calmo sonido del lapicero danzando sobre el block sin rayas, y dejando tras su baile huellas con significado escrito; también tendría dominio sobre mis ojitos, que juiciosos y bellos, estarían atentos a los movimientos de mis dedos sobre el teclado o el block sin rayas, apoyando la gestión cerebral que dirige la escritura, sin perderse un sólo momento en los múltiples estímulos macabros que atentan contra mí cuando quiero hacer una entrada...

...pero no. Mi realidad es un poco más fangosa. Desde que me conozco he visto que carezco de concentración para realizar muchas tareas, y me distraigo en cualquier bicharracada que sea novedad o alternativa de variedad (me perdonarán la cacofonía) mientras estoy escribiendo. Y entonces vierto mi atención en el estímulo macabro aparecido, sin discriminar si es algo efímero, bobo, inútil o falaz. Cuando me doy cuenta, aparece el sueño, la pereza o el mareo, y cualquier excusa comienza a tener validez para alejarme del teclado o del block sin rayas y perderme en la nada incluída en el tiempo de ocio que llega, con impacto abrupto, a destruir el tiempo vivo de escritura por el tiempo muerto de fritura (me perdonarán ahora el colombianismo y la nueva cacofonía).

Y es con esto con lo que tengo que luchar. Nuevamente lo veo: mi nemesis en la escritura soy yo. Y como tal debo reformarme. O no debo, porque en el deber está la desidia y los rencores cuando este se acentúa. Quiero reformarme, encontrar el espacio físico y creativo en el que pueda darle la espalda a las distracciones. Imagino que podré lograrlo con un mínimo de terquedad. Pero basta de promesas -por más confianza que deposite en ellas-. Me entregaré, ahora que he terminado, a los placeres distraídos del ocio sin méritos ni metas.

3 comentarios:

  1. Este texto huele a Némesis, ¡digo! a Alfonso

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  2. Me estoy estancando del mismo modo cuando intento escribir. Qué necesitaremos, Fozzo?

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  3. Una de dos: espicharnos entre una caja menuda a prueba de ruido y escribir con la luz de una linterna, o seguir jodiendo hasta que logremos la habilidad de escribir con 20 niños con camisas psicodélicas luciendo sus amplias capacidades pulmonares y linguísticas a escasos centímetros de nuestro sitio de trabajo, mientras zarandean con sus manitas los cimientos (o su equivalente más ruidoso, vistoso y cinético). Bueno, hay una forma más, pero cuando me la dije me distraje y no la copié...

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