jueves, 11 de abril de 2013

Cosas que he hecho II

- El Irregulario recibió su nombre mucho después de que lo comenzara a hacer. En realidad comenzó con la intención de ser un diario en la forma más tradicional, es decir, donde cada día estuviera fechado, y, de ser posible, con su hora. Así fue los primeros días. Pero luego pasó un día sin escribir desde la última entrada, luego otro día, luego una semana, y luego como quince días con el diario ahí, en la maleta o guardado en alguna parte, sin registrar nada. Hasta que un día vi una película que me dejó impactado y me llegó profundamente, Leolo, y sentí que necesitaba escribir sobre eso. Así que saqué el diario y lo hice. Luego de eso pasó un mes sin más entradas hasta que decidí escribir sobre algo de lo que no me acuerdo ahora (y de lo que no puedo saber por ahora, pues no tengo el cuaderno a la mano, está algo lejos, al menos en otro barrio). Y así, entre entrada y entrada iba pasando un mes, dos meses. Siempre en intervalos irregulares. Por eso agarré una etiqueta autoadhesiva, le puse Irregulario, aludiendo a un sencillo y algo tonto juego de palabras que se me ocurrió (la combinación entre irregular y diario), y la pegué en la portada del cuaderno. 



Como el cuaderno que uso para este coso no es una agenda tengo que fechar siempre cada entrada, con hora incluida, en la parte superior derecha de cada nueva hoja. Sin embargo, como si de una agenda se tratara, el espacio reservado para cada día de escritura está limitado por las dos caras de cada hoja. Hasta ahora nunca he usado más de una hoja por día. Y siempre procuro llenar ambos lados, no se por qué, será una especie de horror vacui combinado con un afán de cerrar la idea justo al final de la hoja para no necesitar más., una obsesión tonta pero de la que no me he podido liberar del todo, al menos cuando escribo a mano. Luego de que termino y fecho una entrada, le doy su numeración, la releo y le pongo un título alusivo a los temas que fui tratando. 

Puede ser una tontería (o puede ser una tontería decir que lo es), pero al llamar Irregulario a un cuaderno siento que puedo volver a él cuando quiera, cuando lo necesite, sin importar cuánto tiempo pase (creo que la última vez que escribí algo fue hace seis o siete meses). Cada que escribo ahí lo hago con mucho cuidado, tanto en la grafía como en la redacción y el contenido. Pocas veces he tachado alguna palabra o frase; procuro que lo que esté escrito en mi Irregulario esté por una razón, por un motivo, sin tener que ser el motivo más esperado o el más especial, pues lo que escribo aquí nunca lo publicaría (a lo sumo extraería algún fragmento que me interesara para trabajarlo en detalle, pero hasta ahí). En fin, que cada entrada la escribo dentro de un ambiente ritual, siempre de una sola sentada, máximo dos (ubicando la hora de cada sentada cuando es necesario), siempre una hoja por día, condensando lo mejor que pueda cada idea y cada hecho, escribiendo casi siempre de noche, en las horas más raras, y casi siempre escribiendo sobre lo que me sería muy difícil escribir en el computador. Es que hay cosas que a mano me salen con mayor facilidad y mayor brío, aunque la mano me duela cuando escribo muy rápido. Será eso, el dolor, el esfuerzo por no dejarme vencer por la molestia física, por terminar rápido pero hacerlo bien. O no se. El caso es que el Irregulario siempre va a estar ahí, así un día se me pierda o se me dañe o se me acaben las hojas. Porque va a estar ahí como idea, como algo que siempre me va a esperar, así me tarde años en escribir una sola frase, así no vuelva a escribir nunca… o al menos pase tanto tiempo que llegue un día a pensar eso. Y me acuerde del Irregulario, y pueda volver.

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