lunes, 22 de abril de 2013

Ganas de escribir

Tenía muchas ganas de escribir sobre un montón de cosas, pero cuando inicié sesión para hacer una nueva entrada todo se me volvió nubloso y se me quitaron un poco las ganas. Suele pasarme muy seguido: me encuentro con que quiero escribir, con que las ganas son enormes y es preciso levantarme y teclear lo más rápido posible, pero suelo demorarme en alguna cosa, en alguna distracción, alguna ida al baño, a lavar los platos, a contestar el celular (cuando tenía), lo que sea, y cuando tengo ya la pantalla dispuesta y el teclado al frente, todas las ideas que pudiera haber tenido se me antojan tediosas o ridículas, suelo mezclarlas o  confundirlas, no recuerdo por dónde comenzar, me comienzo a sentir como un bobo, sentado ahí al frente del computador, esperando a que mi cerebro arranque o se destrabe. Todo por no haberme dado la suficiente prisa. Luego de esto sencillamente cierro sesión y vuelvo a mis nohaceres. Al menos ahora logré pasar un poco de esa situación frustrante y superar un poco la impotencia escribiendo esto. Al menos estoy procurando escribir bien, procuro revisar lo que escribo y vuelvo a escribirlo si hace falta. Al menos estoy haciendo el esfuerzo, el deber de escribir un poco. Al menos, al menos, al menos. Bla, bla, bla. 

Quizá la cosa se trate de escribir cuando se tengan ganas, pero también de forzarse cuando la ocasión lo amerite. Quizá esta entrada sea el resultado de haberme obligado a iniciar sesión y comenzar a escribir a pesar de todo, a pesar de que sabía que lo único de lo que podría escribir es de las ganas que se me van casi que como humo cuando ya tengo todo dispuesto. Quizá esto sea un indicio de que a veces hay que ir más allá de la disposición y hacerle a la vaina, como cuando uno está en una piscina olímpica y piensa en saltar por el trampolín y agarra impulso y corre, y llega el momento en el que no puede hacer marcha atrás, porque se ha llegado al final del trampolín, porque se ha corrido lo suficiente como para que parar sea imposible, porque uno mismo se ha forzado a conseguir un resultado. Y entonces uno salta, porque no queda de otra... o se deja caer del puro tropezón, no se, algo así podría suceder, pero siempre bajo la premisa de que ya no hubo más opciones, porque al tomar impulso uno mismo se ha forzado a ir adelante, porque la ocasión lo valía, porque al final lo espera a uno el agua y el chapuzón y el sentirse contento, o de pronto un esguince o una torcedura de tobillo o algo así. O de pronto una piscina vacía, quién sabe.

Es que ahí está la cosa, que si uno se fuerza a hacer algo es por la posibilidad enorme de que al hacerlo llegue algo bueno, que valga la pena correr el riesgo de lastimarse un poco. Y para eso tienen que haber ganas de lanzarse, de forzarse. En últimas es algo voluntario. Nadie me ha obligado a escribir estas líneas... bueno, actualmente hay una especie de acuerdo entre los que escribimos, en el que nos comprometemos a tener cierta periodicidad con el blog y en el que si alguno de nosotros incumple debe pagar una especie de multa; pero eso no alcanza para decir que me siento obligado a hacerlo, no es una multa grande ni mucho menos, si bien por ahora preferiría no pagarla... Tonces decido lanzarme, ponerme a escribir a esta hora (las cuatro en punto de la mañana) esta cuestión autoreferencial sobre el hecho de las ganas de escribir que se me van cuando me siento a escribir. Y llega un punto en el que parar es imposible, o más bien impensable, a pesar de la hora y el sueño (que más vale aceptarlo, no tengo) porque me decidí, en un esfuerzo voluntario, a completar una entrada sobre este tema. Sin importar nada más. Si siquiera las ganas que, lo admito, me dieron de no publicar esta entrada y mandarla a la mierda, porque sentí que la entrada era aburrida y que no estaba llegando a ningún lugar con este circunloquio. Porque sí, sí llegué a algo, o al menos eso quiero y necesito creer. A veces también hay que aprender a contenerse. 

1 comentario:

  1. Me agrada el chico que escribe estas letras, quién pudo dar su primer salto de trampolín sin saber cómo caer (en bomba, de clavado, de costado... de un planchazo) y que poco a poco encontrará la mejor forma de lanzarse.
    !Dale Frailejon! deja la procrastinación...

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