sábado, 9 de marzo de 2013

Marzo 8



- Aunque quiera negarlo, me di cuenta de que hay algo dentro de mí que añora tener una familia: mujer, hijos.

Una de las escenas que más me cautiva en cualquier sitio es la de una madre interactuando con un hijo pequeño. La forma en la que lo alza, le hace gestos alegres, lo cuida, satisface sus necesidades: todo eso llama mi atención instintivamente. Hasta ahora me parecía que había algo oculto y maligno en esa atracción, pero leyendo lo que he escrito, y dándole la mirada de psicoanalista que se me impregnó acá en Argentina, me doy cuenta de que en realidad lo que late es un profundo deseo de pertenecer, un anhelo más que un desprecio, como tanto quise creer.

- Hoy fui al instituto. Siento que tengo que terminar ahí; es mi única salida de este país. Fui con pocas perspectivas. Necesitaba un discurso para evitar el pago de la matrícula anual y no tenía nada preparado. La improvisación no es lo mío. Me vi frente al instituto sin ninguna idea de lo que quería hacer o decir, ni siquiera estaba del todo seguro de querer entrar.

Timbré. Sonó un zumbido y abrí la puerta. En la escalera me dije: “Cuánto tiempo”.

Abrí otra puerta más y allí estaba una rubia que trabajaba ahí. Tan pronto me vio me reconoció (“¡Volviste!”) y entonces me saludó de beso.

Qué detalle tan nimio, pero hay que ver cómo resalta en el contexto de mi parca y mínima vida social. Ya me han saludado/despedido así antes: protocolo. Esto fue distinto. Acúsenme de elaborar demasiado (pecado persistente en mí), pero es así:  ya desde el año pasado había algo, me hablaba con cierto entusiasmo (Bah, era amable nada más), me advertía por mi constante atraso con los pagos (era su trabajo), siempre sonriendo (es una persona alegre).

Oh no. Hay algo ahí, lo intuyo. Generalmente me doy cuenta de esas cosas, aunque nunca sé qué hacer al respecto. Es algo que nunca me enseñaron, es una grave carencia. En la manada los machos cacarean y baten sus plumas, entonan cantos y se golpean el pecho, bailan alrededor de la hembra y se exhiben. Yo soy un animalito flaco y silencioso, que se mueve por ahí, buscando sombra y tranquilidad. Soy cojo, ciego, débil, torpe, callado, ingenuo y deforme (ya hablare de esto último otro día). No. No creo que vaya a aparearme jamás.

De modo que ahora estoy sujeto a esta curiosa ensoñación. No sé de qué ridícula manera ese simple gesto en el saludo me ha dejado excitado (en todos los sentidos en los que se pueda interpretar esa palabra). Como siempre, fue bastante diligente para ayudarme. Le comenté que tenía un problema de horarios y ella me anotó las alternativas para organizar mi estudio. Qué manos tan bonitas tenía. ¿Culo? ¿Tetas? No sé, no me he fijado en eso; su entusiasmo es suficiente atractivo para mí.

Evidentemente, no me insinué ni dije nada fuera de lo estrictamente necesario. Incluso empecé a tartamudear a la hora de hablar de mi horario. Y me despedí como si nada. La única forma de actuar que tengo es esto, escribiendo. Pero aquí estoy solo y a nadie le importa.

Oh, detalle cursi: conservo la cartulina en la que anotó sus cosas. Su letra. Si fuerzo la imaginación puedo creer que es una carta de amor.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Nos gusta que prueben algo de nuestros frutos sin más, pero nos gusta más cuando nos hacen saber si los temas están jugosos, si hay muchas pepas entre ideas, si el sabor de su lectura es bueno o si están biches o muy maduros; Así que adelante, deja tu semilla, tu esputo, tu abono o tu espalda para recostarte, lo agradeceremos y sabremos darle su buen uso.