lunes, 4 de marzo de 2013

No sé por qué me entristece tanto la cotidianidad (...)



No sé por qué me entristece tanto la cotidianidad, como si yo pudiera escapar de ella, como si yo tuviera alternativa frente a su vengativa e ineludible presencia. Siempre que salgo a caminar se me aparecen distintos paisajes que son ella misma, está por todos lados, me acecha por donde quiera que vaya, pero sobre todo, me duele cuando husmeo al caminar entre las ventanas abiertas de las casas. 

A veces aparece en forma de un anciano que escucha la radio y ceba mate en la sala, al fondo veo su patio mohoso en el que vive internado los días que aún le quedan. Cuando paso de regreso por su ventana todo sigue igual, como si mientras yo vivía la vida el anciano hubiera estado ahí, detenido en el tiempo, como una fotografía. En las paredes de su sala se pueden ver algunos retratos a blanco y negro con su esposa y sus hijos ¿Aún vivirá la esposa? 

Otras veces aparece en una mujer acostada en el sofá, evita ver como se le va la vida pegada al televisor, reconozco el acento colombiano o mexicano que proviene del aparato, debe soñar con esos amores imposibles entre ricos y pobres que son el pan de todos los días en las telenovelas. La mujer gira la cabeza y me mira, yo volteo la cabeza hacia otra parte y continúo mi camino, pero sigo pensando en la vida, en ella, en la cotidianidad que le ha tocado (¿o habrá elegido?).

También la veo representada en muchas familias que conozco, intentan sobrellevar la vida con la fuerza de la unión, se reúnen en la sala, tienen el televisor prendido y hablan entre ellos después del almuerzo, todos han ido a visitar a sus padres y cómo cada domingo se “sorprenden” de los milímetros que creció el sobrino, o de como ha enloquecido el clima en los últimos tiempos, cuando no están  tratando de permanecer despiertos; de sobrevivir a las mismas historias de juventud que cuentan los viejos. A la noche todos se van aliviados, hubiesen preferido pasar la tarde en otra parte, con los amigos, en la cancha o hasta en un parque, pero los viejos ya son viejos y nunca se sabe; por eso van cada domingo, pesarosos.

Pero no es la cotidianidad lo que me entristece, es el tedio, la nada, ese disfraz que acompaña a todos las acciones humanas y que por suerte no podemos ver en nosotros mismos como lo vemos en los desconocidos; su vida parece no importarnos y toda se cubre con una espesa capa de densidad, de tedio.

Pero como frente a fuerzas tan grandes no puedo hacer nada, yo sigo caminando por las calles y cuando miro por las ventanas vuelve una y otra vez la melancolía, esa que sé, me espera en alguna parte, quizás ya esté en mi casa ahora mismo o aquí, caminado conmigo mientras miro por las ventanas.

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